UNO DE MIS CUADROS

UNO DE MIS CUADROS
LA ALDEA Acrílico sobre tela. 30.5 x 40.5

domingo, 2 de mayo de 2010

EL MILAGROSO ALACRÁN

"Se le llama "alacrán", a la figura que se forma en el suelo, al tirar los residuos de pulque que quedan en el vaso. " B. Orihuela

La pulquería estaba medio vacía; los pocos parroquianos que a esa hora degustaban el rico neutle, no daban la apariencia de estar señalados para ser protagonistas de ninguna historia extraordinaria.
El ambiente era absolutamente normal; nadie hubiera podido adivinar que estaba próximo un acontecimiento muy raro; tanto, que haría que a los presentes más sensibles se les humedecieran los ojos de la pura emoción.
El aserrín del suelo acababa de ser renovado por don Canuto, y se antojaba como una hoja limpia en la cual se pudieran escribir con el dedo, las leperadas más altisonantes o las frases más sin sentido que se les ocurriera a los ya obnubilados parroquianos.
Don Lupillo, asiduo asistente a ese lugar, estaba a punto de terminarse su tercer tornillo de curado de piñón, apurado por don Eutiquio que ya se había terminado el cuarto en su cuenta, y que lo colocaba en ventaja ante su compadre.
-"¡Órale compadre, te me estás quedando atrás, creo que ya te saco dos de ventaja!"
-"Momento, que no son carreras, además acuérdate que dejé sola a mi hija en el puesto, y no me quiero tardar mucho porque la muy mensa no sabe hacer bien las cuentas, y luego se la llevan al baile con la lana".
A pesar de que don Canuto les tenía prohibido hacer el "alacrancito", porque, según decía, le salía muy caro el aserrín para andar ocultando sus porquerías, don Lupillo se dispuso a hacer el suyo a manera de despedida. Se echó para atrás para tomar vuelo, y haciendo una extraña parábola en el aire con su tornillo, arrojó al suelo el sobrante de pulque. De inmediato don Canuto se salió del mostrador con la intención de reclamar a don Lupillo lo que acababa de hacer, pero se detuvo al notar el extraño silencio que se había adueñado de su humilde changarro.
En lugar de la figura que generalmente se forma con el sobrante de neutle sobre el aserrín, apareció una figura muy diferente, figura que contrastaba grandemente con lo tradicional, una figura humana con un manto en la cabeza, y que recordaba a primer golpe de vista, la entrañable figura de la virgen.
Todos los presentes estaban mudos de asombro; algunos porque el resultado era muy diferente al esperado, muy independiente de lo que pareciera; y los más, porque de verdad empezaban a sentir que estaban ante un milagro.
Don Canuto miraba fijamente a don Lupillo, y éste miraba con asombro al suelo, mientras todos los demás se miraban nerviosamente entre sí.
-"¡Milagro, milagro!- gritó don Eutiquio, mientras abrazaba emocionado a su compadre. - Hay qué avisarle al señor cura... ¡Melitón, jálate por el padrecito, dile que es muy urgente... órale güey!"
Melitón el jicarero, saltó la barra, se quitó el delantal y salió corriendo. Alguien bajó de su altarcito la imagen de la virgen para poder compararla con la que estaba en el suelo.
Todos se arremolinaban para ver de cerca el cuadro, y todos tenían alguna opinión autorizada respecto a cada uno de los detalles que aparecían en el cuadro, y que supuestamente coincidían con la que estaba formada en el aserrín. Algunos más aventurados comenzaron a redefinir algunos rasgos con los sobrantes de los tornillos que estaban en espera de ser lavados; y otros prácticamente dibujaban con los dedos mojados en pulmón aquellas zonas que faltaban.
Al poco rato, la obra estaba terminada.
Cuando apareció el padre por la puerta, no faltaba ningún detalle: las manos, el rostro, las ondulaciones de la vestimenta, las mangas, los rayos; y hasta el angelito con la luna que está cargando a la virgen, estaban plasmados con toda la perfección que es posible lograr, a juzgar por lo rudimentario de los elementos utilizados.
El padre Anselmo se abrió paso entre los presentes y quedó colocado frente a la imagen, que ya terminada, medía aproximadamente un metro y medio de largo. Se colocó los anteojos, caminó en torno de ella, se agachó para apreciar más de cerca todos los detalles; miró atentamente a todos los presentes, quienes anhelantes esperaban escuchar su veredicto. Caminó hacia la puerta, y desde ahí les dijo: -"Para estar tan borrachos, les quedó muy bien."- Y se retiró.
Durante un buen rato, el silencio se adueñó del lugar, hasta que la llegada de nuevos clientes y vendedores de baratijas lo iban rompiendo poco a poco; y la normalidad se comenzó a abrir paso; un cilindrero con su música vino a coronar de cotidianidad el ambiente.
Los que se tenían qué ir se fueron, entre ellos don Lupillo. Los que tenían qué llegar, llegaron, y don Canuto decidió barrer el aserrín, fastidiado por las preguntas de los recién llegados.
-"Creo que es mejor así- Comentó don Canuto a Melitón. -"Si se hubiera corrido la voz, a lo mejor me hubieran querido poner aquí un nicho, y a lo mejor hasta me cierran la pulcata; porque dirían que no es un lugar apropiado para la virgencita".
Don Canuto se metió al mostrador, sacó un pliego de cartulina verde fluorescente, y escribió con grandes letras negras:
QEDA ESTRITAMENTE PROIVIDO ASER ALAKRANZITOS – ATENTEMENTE LA JERENSIA.

EL DETECTOR DE VERDADES

Cuando Neto del Real se enteró de lo que decía el anuncio, pensó que se trataba de una broma, pero al comprobar que la revista donde había aparecido, era una publicación seria, empezaron a revolotearle en el cerebro muchas ideas relacionadas con lo que siempre le había obsesionado: La búsqueda de la verdad.
Debido a la ansiedad que le provocó la posibilidad de que tal cosa fuera cierta, no se quiso esperar los tres días que faltaban para que regresara de vacaciones su amigo Frumencio; quien dominaba perfectamente el inglés y le habría podido traducir sin dificultad el texto del anuncio.
Por eso, había tenido que invitar a cenar a una vecina que le caía muy gorda por la fama que tenía de mujer fácil; pero como era secretaria bilingüe, élla era la única en la vecindad que le podría traducir el anuncio de aquella revista gringa que por casualidad, había caído en sus manos.
Ya en su vivienda, con la traducción escrita a mano por la sensual Petra, se fue enterando con mayor detalle, entre gravísimas y abundantes faltas de ortografía, de la maravilla tecnológica que, por un precio ligeramente inaccesible, se ofrecía como una solución a ciertos problemas existenciales.
Se trataba de un aparato telefónico aparentemente normal, pero que tenía integrada una tarjeta especial capaz de descubrir si la persona que llamaba, estaba faltando a la verdad. El texto de la publicidad, explicaba que la voz emite una frecuencia inaudible para el oído humano, y que mientras una frase dicha con sinceridad generaba una frecuencia estable, un planteamiento mentiroso producía imperceptibles temblores en la voz, causando altibajos en esa frecuencia. Para mostrar el nivel de verdad de una llamada, el aparato contaba con una pequeña pantalla, similar a la de una calculadora, que desplegaba números. De tal manera que, si los números se mantenían estables, con una baja denominación, la persona del otro lado de la línea estaba siendo sincera; pero si la cantidad mostraba variaciones importantes, había razón para dudar de la sinceridad de la llamada.
No tuvo ninguna duda para decidir que tendría que adquirir un aparato de esos. Llamó por teléfono a la casa de Frumencio, dejándole un recado de que se comunicara con él cuando regresara, pues como su amigo era ingeniero electrónico, le iba a ser de mucha ayuda para asesorarlo.
Como debía tres meses de renta, y estaba a punto de juntársele el cuarto, había solicitado un préstamo en el Verificentro en el que trabajaba. Con ese dinero y un poco más que le pudieran prestar en el empeño por su televisión, le alcanzaría para su anhelado aparato. A pesar de que le preocupaba enormemente la deuda que tenía con el casero, y de que ésta se iba a prolongar indefinidamente, estaba decidido. Lo de empeñar, y probablemente perder su televisión, no le preocupaba tanto, pues estaba firmemente convencido de que ese aparato era una infame fábrica de mentiras, y que lo mejor que podía hacer, era deshacerse de él.
Al llegar Frumencio, no sólo lo alentó a adquirir el teléfono, sino que le facilitó las cosas, pues como su prima Edelmira estaba a punto de llegar de Los Ángeles, y precisamente en esa ciudad estaba la dirección del anuncio, con una llamada bastó para encargarle a la prima la adquisición. Los días pasaron volando para todos, menos para Neto, ya que los contó uno a uno, incluyendo las horas y los minutos, pues algo en su interior le indicaba que ese teléfono iba a cambiar el curso de su vida.
Cuando por fin tuvieron el aparato en sus manos, Frumencio le pidió a Neto que le permitiera llevárselo a su casa durante el fin de semana, para familiarizarse con las instrucciones, y que el lunes por la noche regresaría para instalárselo. Neto aceptó de pésima gana, pero se reconfortó pensando que si había tenido que esperar treinta años para sumergirse en la verdad, dos días más no importaban.
Ya con el artefacto en su poder, Frumencio procedió a instalarlo en su línea telefónica para probar sus funciones. Sus conocimientos de electrónica le permitieron hacer pasar el sonido de la televisión al sensor de la tarjeta del teléfono en los momentos en que se estaba transmitiendo el noticiero nocturno. Con asombro pudo notar que en casi todos los anuncios, los números en la pantalla mostraban enormes variaciones, mientras que en la música de los mismos, no se presentaba ninguna actividad en la pantalla.
Al cambiar de canal, mientras emitía sus pronósticos un astrólogo vestido de mujer, notó muy poca actividad; esto lo hizo dudar un poco de las cualidades del aparato, pero concluyó que una persona acostumbrada a mentir todos los días, es inmune a ese tipo de análisis. Empezó a quedar convencido de la eficacia del aparato durante un anuncio del gobierno federal, pues los números alcanzaron enormes proporciones; y ya no le quedó ninguna duda, cuando un fiscal especial emitió un informe final afirmando que la muerte de Paulette había sido un lamentable accidente. En ese momento a Frumencio le llegó a dar la impresión de que el teléfono olía a quemado, pero se tranquilizó al recordar que todos los aparatos nuevos huelen así al usarse por primera vez.
Convencido de la maravilla que tenía en su poder, una malévola idea tomó forma en su mente. Le dio varias vueltas al asunto, y por fin se decidió. Desarmó con todo cuidado el teléfono y le extrajo la tarjeta especial, colocando en su lugar un sensor de sonido. De esa forma, cualquier llamada provocaría actividad en la pantalla, y Neto pensaría que el aparato funcionaba correctamente. Ya más adelante, con más calma, encontraría la forma de adaptársela a su teléfono.
El lunes por la noche se presentó en la casa de Neto, le instaló el teléfono, le habló maravillas de él, y hasta le regaló una contestadora automática, para que no se perdiera de ninguna llamada, y se despidió rápidamente argumentando un viaje inesperado esa misma noche.
Neto acompañó a Frumencio a su coche, y antes de regresar a su vivienda, fue a la tienda de la esquina, compró unos cigarros y unas cocas, e hizo una llamada a su casa. Cuando se activó su contestadora, dijo con la mejor dicción que pudo: "Me llamo Juan José Origel y soy muy macho." Colgó inmediatamente y se fue corriendo a su casa; escuchó el mensaje que acababa de dejar y vio que los números aumentaban de una manera impresionante mientras se oía su voz. Por la emoción, ni cuenta se dio de que se le habían olvidado en la tienda las cocas y los cigarros.
A partir de entonces, empezó su pesadilla, pues en cada llamada que recibía, la pantalla digital de su teléfono mostraba lo que para él, eran mentiras de su interlocutor. Así que cuando su novia le decía lo mucho que lo amaba; sus amigos le reiteraban su aprecio; sus compañeros de trabajo le manifestaban su admiración y respeto, y su jefecita le reclamaba tiernamente el no haberla ido a visitar el último domingo, y haberse perdido los chiles rellenos que tanto le gustaban, la frialdad de los números le congelaba el corazón.
La certeza de que todos le mentían, hizo que se alejara de sus seres ya no tan queridos, y que una gran tristeza se apoderara de él, al grado de que empezó a faltar frecuentemente a su trabajo, y a pasarse los días encerrado sin salir mas que para lo estrictamente necesario. Lo que más le lastimaba eran las frecuentes llamadas de su madre, ya que le hacían recordar la vez en que se fue de la casa, al darse cuenta de que ella le había mentido durante años respecto a la existencia de los reyes magos. Sus recuerdos de su lucha contra la mentira, lo hicieron también recordar la ocasión en que estuvo detenido por la golpiza que le propinó a un malvado vecino que gozaba engañando a los niños durante los días de calor; ya que este torvo sujeto ponía a todo volumen un disco de Richard Clayderman, para que los niños pensaran que acababa de llegar el camioncito de los helados.
El único de sus amigos que no le había hablado hasta el momento, era Frumencio, quien se encontraba muy ocupado clonando la tarjeta, pues pensaba hacer un gran negocio produciendo en serie esos maravillosos teléfonos.
Pasaron varias semanas, y una tarde, al regresar Frumencio de uno de sus frecuentes viajes, uno de los mensajes de su contestadora le llamó la atención. Era la voz de Neto, muy débil y apagada con un mensaje muy escueto: "Frumencio... no seas gacho... necesito verte... me siento muy mal.... tú eres el único amigo que me queda... ven cuando puedas." Frumencio notó, mientras escuchaba el mensaje, que en la pantalla digital de su teléfono, provista de la tarjeta original de su amigo, los números permanecían en ceros; siendo esta la única vez que sucedía tal cosa. Fue la primera vez que Frumencio experimentó esas molestas punzadas en el alma, que la gente conoce con el nombre de remordimiento.
Como las punzadas se prolongaron hasta altas horas de la noche, casi no pudo dormir, y sólo pudo conciliar el sueño cuando decidió ir al día siguiente a ver a su amigo, para confesarle su mala acción; y como desagravio, hacerlo socio del negocio de teléfonos.
Al llegar a la vecindad, notó una actividad fuera de lo normal en el zaguán de la misma; pues en ese momento bajaban de una camioneta un reportero acompañado de un camarógrafo. Se abrió paso entre la gente, y llegó hasta la vivienda de Neto en el momento en que un policía se disponía a forzar la cerradura; pues la portera, al ir a cobrar la renta, notó que por debajo de la puerta salía un olor insoportable, acompañado de varias moscas panteoneras.
Y mientras el policía está a punto de abrir la puerta ofreciendo su mejor ángulo a la cámara, la portera le está exigiendo a Petra, la escandalosa vecina de al lado, que tenga un poco de respeto y le baje al volumen a su radio, en el que se escucha la voz de un estupendo cantante ciego: "I just called to say I love you", que según Petra significa: "Sólo llamé para decirte que te amo".

EL MORRALITO DE CHANO

El joven médico Liborio Zertuche no estaba contento. La necesidad de tener un ingreso fijo, no le había dejado más salida que aceptar empleos que no tenían nada que ver con su formación académica.
Pero por más que buscó en el sector salud la oportunidad de ejercer la profesión que con tanta ilusión había abrazado, tuvo que dedicarse a vender seguros, a despachar camiones en una terminal, a cuidarle los niños a una vecina, y a manejar un taxi durante varios meses, pues cuando mostraba su título, expedido por la UNAM, lo miraban con desconfianza, y le negaban la plaza.
Su esposa, al darse cuenta de que él no era capaz de mantenerla con las comodidades que siempre había esperado, se había ido de "mojada" a los Estados Unidos a trabajar en quién sabe qué cosa, pues la verdad es que no sabía hacer nada. Además, como tenía 3 meses de embarazo, anhelaba que su hijo naciera de aquel lado, para obtener la nacionalidad norteamericana, y para que el gringuito gozara de la protección del estado.
Como consecuencia de su trabajo de taxista, Liborio estaba convertido en chofer particular de tiempo completo de un vejete acaudalado y prepotente, que le había ofrecido el empleo al sorprenderse de que un taxista se expresara con tanta finura y corrección. Liborio esperaba, a partir de este nuevo trabajo, poder alcanzar la estabilidad necesaria para poner un pequeño consultorio, y para traerse a su mujer y a su hijo, de quienes no tenía noticia desde que le habían cortado el teléfono, dos meses antes.
Como su patrón se dedicaba a la política, viajaba constantemente por varios estados de la república, principalmente Veracruz, de donde era originario. Don Fortunato Casagrande se adelantaba en avión a su destino, y Liborio lo alcanzaba en el coche para cumplir su función de chofer.
Esa tarde, ya oscureciendo, mientras el patrón volaba rumbo a la Ciudad de México, Liborio emprendía el regreso desde Veracruz. Al notar que la obscuridad de la carretera le impedía ver con claridad, encendió los faros del automóvil.
De pronto, tuvo que bajar la velocidad, pues notó que varios niños muy pequeños cruzaban la carretera sin ninguna precaución, y algunos incluso se quedaban parados en el camino, por lo que tuvo que efectuar complicadas maniobras para evitar impactarlos. Cuando decidió detenerse por completo, ya era demasiado tarde, pues un golpe le indicó que acababa de atropellar a uno de ellos.
Detuvo el auto y se bajó para atender al herido, pues su instinto de médico era más fuerte que el peligro y su probable responsabilidad en el accidente. Caminó varios metros entre la obscuridad buscando al niño atropellado, y al encontrarlo, lo cargó con todo cuidado y lo llevó hasta el vehículo, lo acostó en el asiento trasero, y al encender la luz interior, pudo ver que no se trataba de un niño, sino de un hombre chiquito.
Al hacer las primeras observaciones de sus signos vitales, pudo comprobar que respiraba normalmente y sus articulaciones estaban intactas, dando la impresión de que sólo estaba dormido. Intentó despojarlo de su sombrerito de palma para examinarle la cabeza, pero parecía que lo tenía pegado a ésta. Tampoco pudo quitarle un morral de piel de conejo que tenía fuertemente agarrado con su mano derecha, y que al tacto, parecía contener pequeñas piedras del tamaño de canicas.
Confundido, no acertaba a tomar ninguna decisión. Pensó por un momento dejar al pequeño ser en un lugar seguro de la carretera y alejarse de ahí inmediatamente, pero sabía que la conciencia no lo iba a dejar tranquilo. Buscó con la mirada a las demás personitas para explicarles que no había sido su intención atropellarlo, pero el lugar parecía desierto. Cuando por fin decidió llevárselo a su casa para atenderlo adecuadamente, subió al auto y puso en marcha el motor.
No pudo darse cuenta de que docenas de pares de ojitos lo miraban alejarse rumbo al Distrito Federal.
Al llegar a la colonia, después de guardar el auto en la pensión, con el pequeño ser envuelto en su chamarra para que no lo viera el encargado, Liborio se dirigió a pie a la vecindad, y ya dentro de su vivienda, acostó al hombrecillo sobre el burro de planchar, y comenzó a examinarlo detenidamente.
Medía 55 centímetros, no era un enano, pues sus proporciones, comparadas con las de un adulto eran normales. Tenía las orejas puntiagudas, y el color de su piel era ligeramente verdoso. Al abrirle la boca, tuvo un estremecimiento, pues descubrió dos hileras de numerosos dientecitos filosos como agujas. Vestía pantalón y camisa de manta blanca, sombrero de palma, huaraches, y un paliacate rojo alrededor de su cuello; toda su vestimenta, de acuerdo a sus reducidas dimensiones
Al levantar sus párpados para ver sus ojos, pudo ver que parecían dos pequeñas canicas negras y brillantes. Nuevamente intentó despojarlo del morral, pero se dio cuenta de que el pequeñín apretaba su manita con más fuerza. Le llegó a dar la impresión de que estaba perfectamente consciente, pero se estaba haciendo el dormido. Su preocupación por la salud del minúsculo humanoide se desvaneció y se concentró en tratar de despertarlo hablándole cariñosamente al oído.
Sus intentos por despertarlo fueron interrumpidos por unos toquidos en su puerta. Era su vecino y amigo Cirilo Buenrostro, quien venía como todos los viernes a jugar dominó y a tomarse unas cubas con él. Trató de impedir que su amigo se acercara al burro de planchar para que no viera al mini-hombre, pero precisamente Cirilo dejó la botella de ron, las pepsis y la caja de dominó en ese lugar, y Liborio pudo notar que su amigo no podía ver al pequeño ser.
Al preguntar a Cirilo si no veía junto a la botellas a un hombre chiquito vestido de jarocho, su respuesta no le dejó ninguna duda de que sólo él lo podía ver: - Ay Liborio, todavía no chupas y ya andas medio pedo -.
Convencido de que algo muy raro estaba sucediendo, llevó las botellas a la mesa y se puso a jugar con su amigo, mientras el pequeño durmiente parecía sonreírle desde el burro. Cuando Cirilo se retiró, acostó al hombre miniatura en un sillón, le quitó los huarachitos y como ahora sí pudo quitarle el sombrero pudo ver que su cabello formaba un par de cuernitos laterales, y éstos estaban tan tiesos, que parecía que se había puesto fijador .
Lo cubrió con una toalla, y se acostó en el sillón de enfrente para no dejarlo solo. Al apagar la luz para dormirse, vio que el hombrecillo brillaba ligeramente; esto lo tranquilizó pues no lo iba a perder de vista aunque estuviera obscuro. Al cabo de unos minutos se quedó dormido.
Cuando despertó, la sorpresa se apoderó de él, pues el sillón donde él estaba, ya se encontraba en otra habitación, y después de dar una rápida ojeada en su pequeña vivienda, vio que todos los muebles habían sido cambiados de lugar, incluso los cuadros de las paredes y los sencillos adornos que poseía.
Al analizar la nueva configuración de su departamento, tuvo que reconocer que era más funcional, lógica y agradable. Recordó al pequeñuelo, y después de buscarlo por todos lados, lo fue a encontrar en la azotehuela, dormido entre las plantas de un macetón, con su morralito sirviéndole de almohada, pero bien agarrado con ambas manos.
De pronto, recordó que a esa hora todos los sábados su vecina le enviaba a sus niños para que se los cuidara el fin de semana, pues eran los días que él tenía libres y los que más trabajo tenía la señora pues era demostradora de perfumes en una cadena de tiendas de autoservicio.
Se dirigió rápidamente a la puerta para disculparse con ella por no poderle cuidar a sus hijos en esta ocasión, pero al abrirla, los niños, que ya venían corriendo por el pasillo, se metieron a su casa sin que lo pudiera evitar, y se fueron directamente a la azotehuela, pues era el único lugar en el que él les permitía jugar.
Al ver al hombrecillo, le preguntaron quién era y cómo se llamaba. Liborio contestó con lo primero que se le ocurrió: - Se llama Luciano porque brilla en la obscuridad, pero ustedes le pueden decir Chano.
Como tenía que ir a Tecamachalco a encerrar el coche en la casa de don Fortunato, dejó a los pequeños Doris y Blas al cuidado de Chanito, recomendándoles que no lo molestaran, pues se enojaba muy feo si lo despertaban, y los podía morder.
Tardó como cuatro horas en regresar, pues el patrón lo estuvo regañando por no haberle ido a entregar el coche desde la noche anterior, y él tuvo qué inventar una increíble historia para justificar su tardanza. Se sorprendió al ver que los niños estaban muy tranquilos y contentos.
Al preguntarles si no habían molestado al hombrecito, Doris le platicó que inmediatamente que él se fue, Chanito despertó y les estuvo platicando muchos cuentos muy bonitos que hablaban de tesoros enterrados; y Blas le dijo que tenía una vocesita muy chistosa, como la de las caricaturas de la tele.
Durante las tres semanas que Chanito estuvo en su casa, sucedieron varias cosas inesperadas: Recibió una llamada de su esposa por el teléfono que debería estar cortado por falta de pago. La llamada era para decirle que lo extrañaba a él y a su barrio, que la vida por allá no era lo que se imaginaba, y que prefería que su hijo naciera en Tepito y no entre esa bola de desgraciados racistas. Y lo mejor de todo, es que a más tardar en dos semanas estaría de regreso.
Emocionado por la noticia, quiso hablarle a su hermana Bartola para participarle de su felicidad, pero el teléfono estaba como debía: Cortado por falta de pago.
Una noche, al regresar de un viaje descubrió que el hombrecito ya no tenía la sonrisa de siempre, y sus ojitos estaban llenos de lágrimas. Como su vecina se había llevado a los niños a un largo viaje de trabajo, no podía contar con ellos para que le preguntaran el motivo de su tristeza.
Después de meditarlo mucho tiempo, pensó que tal vez él también tenía una esposita a la que extrañaba, y que también su gente lo extrañaba a él. En ese momento decidió regresarlo al lugar donde lo había encontrado, y sin avisar a su patrón subió a Chanito al carro, y agarró camino rumbo a Veracruz.
Cuando iba llegando al lugar donde lo había atropellado, notó que el pequeño ser comenzaba a temblar. De pronto, abrió los ojos, se paró en el asiento y se asomó por la ventana.
Liborio detuvo el coche pues Chanito estaba reconociendo su terruño. Antes de brincar hacia afuera, le dedicó su primera y última sonrisa, y se alejó corriendo. Liborio se bajó del coche para verlo por última vez, y pudo ver que salían de entre los matorrales, muchos seres de su misma talla a recibirlo formando una escandalera.
Más tarde, cuando fue a regresar el coche, ya ni siquiera el patrón lo recibió, y fue uno de sus guaruras el que le informó con toda amabilidad que estaba despedido, y que no se atreviera a volver, porque le iban a meter un plomazo. Ya de regreso en su casa, descubrió que en la bolsa de su chamarra tenía guardado el morralito de Chano.
Al vaciar su contenido sobre la mesa, descubrió que se trataba de una buena cantidad de brillantes de diversas formas y colores.
Las cosas no fueron muy sencillas, pues cuando quiso vender los brillantes para poder cumplir sus sueños, lo metieron a la cárcel por sospecha de robo. Además como don Fortunato lo denunció por abuso de confianza y todo lo que derivara de ello, el tesoro estuvo a punto de pasar a poder del maldito vejete.
Afortunadamente las cosas se han puesto un poco mejores pues nadie ha reclamado las joyas y está a punto de salir de la cárcel. Va a poder disponer del dinero producto de la venta de los brillantes, pero tendrá que pagar un impuesto tan elevado, que apenas le va a alcanzar para medio establecerse.
Su esposa ya regresó y lo primero que hizo fue visitarlo en el reclusorio. Como falta un mes para que nazca el niño, andan muy emocionados.
Ella ya le advirtió que ni se preocupe por buscarle nombre a su hijo, pues hace unas semanas tuvo un sueño en el que de su vientre salía una vocesita que decía: "Mamá, soy Chanito, y no haré travesuras."

UNA RAZA SUPERIOR

Al llegar a su vivienda, Néstor no pudo evitar sentirse triste. La ausencia de su esposa desde hacía tres semanas, lo había sumido en un estado de depresión tan fuerte, que estaba pensando seriamente en cambiarse al departamento de al lado.
Después de escuchar varias veces a todo volumen su "Disco Amarillo", se sintió más animado y se puso a grabarlo en un cassette para poder llevárselo a su trabajo. La casi nula actividad que tenía, pues trabajaba en una oficina de gobierno, también contribuía a que su vida estuviera en un bache difícil de remontar. Lo que más coraje le daba, era que su amada esposa se hubiera fugado con Filemón el afilador, y que como ella se llamaba Consuelo, ya toda la gente de la vecindad le apodaba "el desconsolado".
Tenía que encontrar algo que lo sacara de la monotonía y que le ayudara a elevar su autoestima de una manera definitiva. Alguien le sugirió que conectándose a Internet podría conocer nuevas personas, y establecer contacto con gente de cualquier parte del mundo sin tener que viajar. Sólo tenía que recuperar la computadora que se había sacado en la rifa de fin de año, y que le había prestado a su compadre Jonás para que llevara las cuentas del negocio de comida que éste tenía en el mercado.
Cuando llegó a la fonda, le sorprendió no ver su computadora por ningún lado; la sospecha de que se la hubieran robado en uno de los setenta y ocho asaltos que este local había sufrido en los últimos seis meses, se desvaneció cuando su compadre le mostró que la tenía escondida en la parte posterior de la fonda, dentro de unos guacales, entre jitomates, cebollas y papas. Jonás le explicó que la tenía ahí para no despertar la codicia de los rateros, y además porque nunca supo dónde "picarle" para que funcionara.
Como la vecindad estaba cerca, con dos viajes le bastó para llevarse la computadora a su vivienda. Después de limpiarle todo el cochambre, y dejarla conectada, fue a buscar a un vecino que vivía en la azotea y a quien apodaban el WWW, pues se llamaba Walterio Wenseslao White, y que era experto en todo lo relacionado con Internet; para que lo orientara, pues no tenía la menor idea de cómo conectarse a la red.
Con la ayuda y asesoría de Walterio, quien sólo pidió a cambio de sus servicios que le regalara seis caguamas y un paquete de cigarros "Delicados", a los pocos días ya se encontraba navegando solito en un mundo nuevo para él. Todos los días, al regresar de su trabajo, lo primero que hacía era encender la computadora, para quedarse frente a ella hasta que el sueño lo vencía; incluso en una ocasión, se llegó a quedar dormido ahí mismo, y el teclado le sirvió de almohada.
Como uno de sus temas favoritos era el de los ovnis, los sitios que más visitó, eran precisamente los relacionados con ese tema; y en uno de ellos encontró algo que lo emocionó tanto, que le dieron las seis de la mañana traduciendo el texto de esa página, ayudado por un diccionario Inglés-Español.
Era un anuncio de una organización gringa llamada SETI, dedicada a la búsqueda de inteligencia extraterrestre, y que ofrecía la posibilidad de que cualquier persona que contara con una computadora conectada a Internet, pudiera participar de esa búsqueda.
Solamente tenía que bajar un programa totalmente gratuito, para echar a andar una especie de salva-pantallas que en realidad era un buscador de seres de otros planetas. El anuncio explicaba, que mediante unos radiotelescopios instalados en varios lugares del planeta, dirigidos a todos los puntos del espacio exterior, se obtenían todos los sonidos que de éste provenían, y que probablemente algunos de esos sonidos, podían ser señales de vida inteligente.
Precisamente el programa que Néstor se apresuró a instalar en su computadora, se encargaba de recibir, analizar, procesar y enviar el resultado de regreso a las instalaciones del SETI. Con un poco de suerte, él podría detectar el murmullo de alguna civilización de otro planeta, convertirse en una persona útil no sólo a la sociedad, sino a toda la humanidad; y a lo mejor hasta podría regresar la bella Consuelo a su lado.
Desde que instaló y activó el programa, dejaba la computadora encendida día y noche, sin tocarla para nada, pues no quería interrumpir la recepción y envío de datos, ya que la pantalla mostraba mensajes y números que él no entendía. Lo que tampoco entendía, era que por estar permanentemente conectado a la red, su teléfono estaba siempre ocupado, e ignoraba que la bella Consuelo había estado intentando comunicarse con él, para pedirle perdón por su actitud, y ver la posibilidad de regresar a casa.
Todas las tardes al regresar a su vivienda, se concretaba a mirar el monitor tratando de adivinar qué era lo que estaba pasando, y algo en su interior le decía que cosas muy importantes estaban por suceder.
Mientras tanto, en las instalaciones del SETI, Johny Petty, uno de los encargados de analizar y desechar los datos inútiles recibidos de las miles de computadoras conectadas a ese programa, empezó a sentir que las manos le sudaban de emoción al ser la primera vez que recibía señales de una posible inteligencia. Después de codificar el material recibido, mediante un programa de su propia invención, comenzó a sacar deducciones sorprendentes.
En el informe que presentó a sus superiores, reportaba que la computadora de uno de los voluntarios conectados, enviaba permanentemente algo que desde su punto de vista, era un lenguaje desconocido de una raza aparentemente superior a la humana.
Con esta revelación, un grupo de expertos comenzó a trabajar exhaustivamente en el análisis de esas señales, y llegaron poco a poco a conclusiones estremecedoras: Que los seres que emitían ese lenguaje, no sólo eran superiores, sino que eran mucho más antiguos que la raza humana; que sus actividades eran principalmente nocturnas; que sus intereses más importantes eran alimentarse y reproducirse; que tenían una actitud hostil hacia el ser humano, al que consideraban su principal enemigo, y que era prioritario rastrear la red para detectar la computadora que estaba enviando esos datos para mandar una misión especial de investigación, en el más absoluto secreto.
Una tarde, al regresar de Chiconcuac después de visitar a su tía Cuca, Néstor vio a dos hombres rubios vestidos de negro y con lentes obscuros, parados a los lados del zaguán de la vecindad mientras alegaban quién sabe qué cosas en inglés. Pensando que eran policías fiscales estrenando uniforme, atravesó el patio, y al llegar a la puerta de su vivienda, se encontró con otros dos, uno rubio y otro negro en la misma actitud de vigilancia.
Rápidamente se metió a su casa tratando de disimular su nerviosismo, echó un vistazo a la computadora para comprobar que todo funcionaba normalmente, y se estuvo un rato asomándose por la ventana con la esperanza de que los gringos se retiraran.
En lugar de irse, el negro tocó el timbre insistentemente. A Néstor no le quedó más remedio que abrir la puerta y encararse con ellos. Empezó a buscar mentalmente las palabras en inglés que significaran "¿en qué puedo servirles?", pero el negro se adelantó explicándole en español, que él era originario de Cuijinicuilapa, Oaxaca, por lo que había sido elegido para ser el traductor; y que el motivo de su presencia era investigar porqué su computadora estaba enviando tan alarmantes datos a las instalaciones del SETI.
Emocionado invitó a pasar a los cuatro visitantes a su vivienda, pues querían revisar su aparato; mientras en el patio, la gente de la vecindad se hacía todo tipo de conjeturas respecto a la presencia de los gringos. Una señora decía que desde que lo dejó su vieja, el Néstor se había vuelto medio maricón, y que esos cuatro sujetos eran bailarines de un show sólo para mujeres, y que por eso estaban tan nalgones. Un señor decía que eran funcionarios del PRI, que andaban haciendo proselitismo casa por casa con miras a las elecciones del año 2012.
Aunque la versión que más se difundió, fue la de que eran agentes de la DEA, que venían a investigar a Néstor, pues tenían fundadas sospechas de que él era el principal distribuidor de droga en Tepito. Esta última versión, fue la que escuchó Consuelo, quien había llegado en esos momentos decidida a quedarse con él. Profundamente decepcionada de su marido, decidió regresarse con Filemón, quien aunque siempre andaba tomado, y le pegaba todos los días, por lo menos no era un maldito envenenador de la juventud como el maldito Néstor. Además, Filemón ya le había prometido que si se iba con él a Los Ángeles, nadamás iba a tomar los fines de semana, y sólo le iba a pegar cuando fuera muy necesario.
Los visitantes manipulaban la computadora, y discutían acaloradamente entre sí, sin que Néstor entendiera nada. Después de un rato, parecían tener un veredicto; pero después de volver a discutirlo, volvían a la carga. Introducían disquetes que traían en un maletín, verificando cosas que sólo ellos sabían, y después de una pausa, informaron a Néstor a través de Cleofas Salmerón, el oaxaqueño, que en realidad el programa no estaba instalado adecuadamente, y que tenía conflictos con el módem de su computadora, la cual no había sido capaz de recibir ningún dato de los radiotelescopios del SETI, pero que sin embargo, sí había sido capaz de enviar señales de origen desconocido.
Como las cosas estaban más complicadas, pues ahora había que investigar el origen de esas señales, y los gringos tenían la boca seca por tanto alegar, Néstor decidió ir a la tienda del Chino, a comprar unas cervezas para las visitas. Salió acompañado de Cleofas con dos bolsas llenas de envases de caguama, pues todo indicaba que se iban a desvelar con ese asunto.
Al regresar, en la puerta de su vivienda se encontró con la hija de la portera, quien se encargó de informarle que Consuelo había estado ahí, pero que los rumores que corrían sobre su dudoso proceder, la habían hecho retirarse toda llorosa y decepcionada. Todavía le alcanzó a entregar un recado que le había dejado con sus últimas palabras para él: Néstor Villanueva eres un maldito hipócrita nunca lo creí de ti.
Con el rostro desfigurado por la desesperación, entró en el momento en el que los tres gringos acababan de quitar los tornillos de la computadora, y se disponían a quitarle la cubierta. Lleno de ira, arremetió contra ellos; a uno le estrelló una caguama en la base del cráneo, y a otro le dio un patadón en donde más le duele a un hombre, por muy gringo que sea. Aterrorizados por su inexplicable reacción, los gringos y el oaxaqueño salieron despavoridos de la vivienda, y Néstor los correteaba aventándoles las caguamas que apenas alcanzaban a esquivar.
Al quedar solo, al ver la computadora causante de su desgracia, la levantó en todo lo alto y la arrojó contra la pared, donde estaba la fotografía de Consuelo. Luego se sentó en el suelo y se puso a llorar desconsoladamente.
Las abundantes lágrimas que salían de sus ojos, no le permitieron ver que de la destartalada computadora, salían corriendo docenas de espantadas cucarachas.

EL NIÑO QUE LE DABA LA ESPALDA AL MAR.

Cuentan los que estuvieron presentes, todavía con cierto temor en la voz, que cuando Vladimiro Güitautais nació, doña Anselma Riquelme, la partera que asistió a su madre, cayó desmayada al ver al niño.
Según referencias de los testigos, el pequeño Vladimiro a simple vista parecía un niño normal; todas sus extremidades estaban en su lugar y su cuerpecito tenía las proporciones exactas de cualquier bebé recién nacido.
Cinco deditos en cada mano y pie; dos orejitas muy bien formadas; sus rodillas y codos se doblaban en el sentido correcto y casi todos los detalles que podían haber hecho que lo consideraran un bebé común y corriente, estaban presentes en él.
Solamente dos cosas lo hacían diferente, y esas dos cosas eran las que habían provocado que esa buena mujer se espantara hasta el desmayo. Una era que el ombligo lo tenía ubicado en el lado opuesto a donde debería tenerlo, o sea, en la parte baja de su espalda; y la otra que era más evidente, era que Vladimiro carecía de ojos, y en el lugar donde deberían estar, tenía la piel lisita, sin un rasgo siquiera que recordara su ausencia.
Cuando recuperó el sentido, todavía con el temor reflejado en el temblor de sus manos y con la voz entrecortada por haber asistido el nacimiento de un niño tan raro, doña Anselma, antes de verificar que no tuviera cola de marrano, cuernos o el típico lunar en forma de conejo de tres orejas, sugirió que sumergieran a Vladimiro Güitautais en agua bendita durante dos minutos y veintidós segundos, para así contrarrestar cualquier mala influencia que pudiera tener para el tranquilo pueblo de San Rosendo Tepetlayac.
Si el niño moría ahogado, quedaría claro que era un ser humano normal con pequeñas malformaciones y se le podría dar cristiana sepultura; pero si resistía tan dura prueba, habría que tener cuidado con él, pues a partir de ese momento ya nada podría destruirlo, y habría que considerarlo como uno de esos seres que nacen cada ochenta y siete años y que son conocidos por quienes saben de eso, como Xutumflos.
Vladimiro fue sumergido en una pileta de la iglesia por más de tres minutos, y al sacarlo, cuando todos pensaban que había muerto, emitió un llanto tan sonoro y penetrante, que provocó el pánico de las sencillas personas que lo atestiguaron, que una recua de mulas que pasaba por ahí, se desbocara y terminara su loca carrera al caer a un profundo barranco del pueblo vecino y que el padre Nicandronio Xochipixtli se encerrara en la sacristía a rezar la “Magnífica” durante setenta y dos horas.
No tuvo que pasar mucho tiempo para que toda la gente se enterara del nacimiento de un ser tan extraño, y de inmediato se corrió el rumor de que todo se debía a que sus padres eran aficionados a los horóscopos y a consultar su futuro con un anciano ciego que practicaba la adivinación.
Este sorprendente anciano casi nunca salía de la cueva en la que había sido obligado a vivir; pues cuando trataba de salir de ella y adentrarse en el pueblo, era obligado a regresar lanzándole piedras en las piernas, ya que las tradiciones de San Rosendo prohibían golpear a un invidente en el pecho y en la cabeza, ya que quien lo hiciera, estaría condenado a procrear un hijo loco.
El cura de la parroquia, que era la máxima autoridad del pueblo, muy por encima del presidente municipal, determinó que todo se debía a que la pareja se había dejado llevar siempre por exóticas y ridículas prácticas esotéricas en lugar de dejar su vida en manos de la voluntad divina.
Los padres de Vladimiro tuvieron que huir del pueblo, pues ya la gente se estaba organizando para lincharlos, quemándolos en la plaza del palacio municipal con el permiso de las autoridades, al ser considerados culpables de traer la desgracia a su pacífica y risueña comunidad.
Antes de irse de San Rosendo, fueron a llevar al niño a la cueva de Emerson Teponopaxtli, el adivino invidente; y aprovechando que se estaba bañando en el río dejaron al bebé en una canasta en la entrada de su cueva, con una extensa carta en la que lo culpaban de todo y como castigo, “le dejaban al extraño ser que sus malas artes habían traído de algún lugar del caluroso averno”.
El viejo invidente, al tropezar con la canasta, y escuchar que de su interior brotaba un débil llanto, sacó de ella al pequeño Vladimiro y pasó las yemas de sus dedos sobre la carta para enterarse del contenido, pero por el frío que estaba haciendo, le temblaban mucho las manos y de muy poco se pudo enterar. Eso sin contar la pésima redacción y la mala ortografía con que había sido elaborada.
Ya junto a su fogata, pudo leer y releer lo que le habían escrito sus traidores discípulos y aunque la decepción que esto le causaba logró que sus ojos sin luz se humedecieran, fue más fuerte el regocijo que experimentó al saber que por fin iba a tener un hijo adoptivo a pesar de ya tener setenta y cuatro años.
Con todo entusiasmo y responsabilidad aceptó hacerse cargo de Vladimiro y de darle todos los cuidados necesarios para que creciera sano y sin los traumas de los niños normales.
Una mañana soleada en que el viejo Emerson estaba bañando en el río al pequeño Vladimiro, al estarle enjabonando el cabello, notó que el niño se retorcía y lloraba desesperado al sentir el contacto del jabón en su nuca.
Fue cuando descubrió algo que lo llenó de alegría y esperanza, y es que Vladimiro sí tenía ojos, pero los tenía en la parte posterior de la cabeza y lloraba como cualquier niño al que le entra el jabón en los ojos.
Aunque el pequeño Vladimiro no le entendía pues todavía estaba muy chiquito, el viejo le propuso que la existencia de sus ojos en la nuca, fuera un secreto entre ambos. Una risita juguetona del niño hizo entender al viejo que el Vladimiro estaba de acuerdo.
Cuando su pequeño protegido aprendió a usar sus piernas para desplazarse, el viejo invidente notó que caminaba para atrás; pues sus ojos, ocultos entre su lacia cabellera le indicaban el sentido correcto. Fue cuando intuyó que debía enseñarlo a caminar en ambos sentidos: Hacia adelante cuando sintiera que alguien lo estaba observando, y hacia donde quisiera cuando estuviera solo.
Después de un tiempo, al darse cuenta de que el niño dominaba las dos direcciones, y se desplazaba con la misma seguridad en ambas, decidió que Vladimiro tenía que conocer el pueblo y también que la gente que en él vivía, había de acostumbrarse a su presencia, pues no era justo que un ser tan inocente viviera el mismo aislamiento en el que a él lo habían condenado a vivir.
Vladimiro Güitautais provocaba tal respeto y temor en los habitantes del pueblo, que cuando recorría las calles de San Rosendo, tomado de la mano del viejo Emerson, sólo lo miraban de reojo, pues existía la creencia de que si alguien veía de frente a un Xutumflo, se llenaba de malolientes granos purulentos en todo el cuerpo y se lo contagiaba a todo aquel que tuviera cualquier contacto con él.
Eso explicaba, según las autoridades de salud de San Rosendo, las epidemias de lepra que se habían presentado cada ochenta y siete años en esa y otras comunidades aledañas.
Por eso, debido al miedo, a la ignorancia, a la irritación y a los intereses de muchas personas por deshacerse de ellos, quince fueron las veces que intentaron matarlos.
Pero también quince fueron las veces que esos intentos fracasaron.
Como los criminales por lo general atacan por la espalda, y a estos, además los limitaba la fuerza de las tradiciónes, siempre intentaban acercarse a ellos por detrás para cumplir su encargo, pero como Vladimiro sí los podía ver, le avisaba de inmediato a su protector, y entonces se volteaban hacia ellos. Esto provocaba que los frustrados asesinos huyeran despavoridos y se fueran a confesar en la primera oportunidad para después ya no querer saber más del asunto.
Todos los días siete de cada mes, Vladimiro y el viejo recorrían el pueblo y el tianguis local para efectuar sus compras, y cada vez lo hacían con más seguridad.
En una de las últimas ocasiones en que intentaron acabar con ellos, les trataron de vender carne de venado envenenada, pero como don Emerson pudo percibir el veneno con las yemas de sus dedos, en un descuido del comerciante, regresó la carne envenenada y se llevó una porción limpia.
La muerte por envenenamiento de varias personas del pueblo, incluido el comerciante, les dejó muy claro a todos que meterse con ellos era muy peligroso pues todo lo que intentaran en su contra, se les iba a revertir tarde o temprano.
Hubo una señora que no hizo caso de esas evidencias, y trató de hacerles daño a distancia como tantas otras veces lo había hecho con otras personas. Así es que usando la fuerza de su mente, intentó acabar con ellos; y se concentró tanto y tanto en enviarles malas vibraciones, que al día siguiente descubrió que se le habían muerto sus cuarenta y siete gallinas, dos vacas, diecisiete conejos y seis cuyos recién nacidos.
Con el tiempo, los habitantes de San Rosendo se acostumbraron a su presencia, y mientras todos los empezaron a considerar como seres indestructibles, algunos los veían con cierta simpatía, pues no se metían con nadie y todo lo que compraban, lo pagaban sin regatear.
Cuando Vladimiro cumplió siete años, el viejo Emerson , ya cansado por la edad, y al ver que sus reflejos y lucidez empezaban a fallar, sintió que su vida estaba llegando a su fin y no quería darle problemas a su protegido. Llevó al niño a la playa y estuvo platicando con él durante muchas horas. Antes de despedirse de él, le recordó las enseñanzas que le había dado y le dijo que algún día se volverían a encontrar en un mundo donde las cosas iban a ser mejores para los dos.
Caminó por la arena, y así caminando se fue metiendo al mar hasta desaparecer en él, y ya no volvió a salir.
Vladimiro lo vio desaparecer y dos lágrimas corrieron por su cuello y se perdieron en su espalda por la vereda que formaba su columna vertebral.
A partir de entonces, todas las tardes y hasta el anochecer, el niño se sienta en un montículo situado en la playa y desde ahí contempla el mar.
Pero las pocas personas que se han atrevido a acercarse para observarlo, le han agregado otra maligna característica a la personalidad de Vladimiro, al asegurar que sólo un ser engendrado por el infierno, puede darle la espalda al mar; al lugar de donde proviene la vida y la prosperidad; al lugar de donde ha venido todo lo bueno y hacia donde se debería ir todo lo malo.
Sólo el niño sabe lo que hace, sentado como una estatua mirando fijamente el mar y todos lo que en él sucede. Y en cada rompimiento de ola, y en cada acumulación de espuma, presiente el regreso del viejo Emerson.

Y no se quiere perder un solo detalle de ese gran momento.

LA ESQUINA DE LA NIÑA BONITA

Cuando secó la pintura naranja, mientras sus ayudantes pintaban de negro la parte inferior de la fachada, don Nepomuceno Pintado procedió a ejecutar él mismo, el letrero que lo identificaría como un local comercial. Las grandes letras rojas fueron brotando de los pinceles con una velocidad que sólo pueden tener los profesionales en el oficio de la rotulación.
El local estaba ubicado en una esquina, así es que en la parte de la Avenida ”Polleros”, pintó la palabra "Rotulos"; y en la pared que daba a la Avenida "Mártires de la Frontera", la palabra "Pintado". Cruzó la calle para mirar desde la contraesquina, y se dio cuenta de que las letras rojas se perdían en el fondo naranja, por lo que decidió perfilarlas con pintura blanca. También agregó el acento que le faltaba a la palabra "Rótulos".
Al quedar satisfecho del resultado, sacó del interior del local, un bastidor de madera que medía aproximadamente dos metros de alto por uno y medio de ancho, y que tenía montada la imagen de su hija Celeste, como muestra de una de las modalidades del tipo de trabajo que era capaz de realizar.
La foto le había sido tomada a Celeste precisamente durante su fiesta de quince años, cuando ya se había cambiado el vestido de quinceañera, y el de india sioux con el que bailó la polka, y tenía puesta una blusita de terciopelo azul cielo y una mirada de princesita inca. No se alcanzaba a ver en la enorme amplificación si tenía falda o pantalón, pues la foto era de medio cuerpo, pero los que asistieron a esa fiesta, recuerdan que traía una falda negra muy cortita, que hacía que llamara muchísimo la atención. Fue precisamente la misma noche en que se hizo novia de Rames Colorado, alias “El Colorín”. Simplemente el chavo más grueso del barrio.
La contemplación de su local, ya con la enorme foto de Celeste, le dio tanto gusto, que fue a llamar a toda la familia para que saliera a dar su opinión. Al día siguiente, como era de esperarse, un sacerdote acudió a bendecir el local, y por la tarde se organizó una sencilla fiesta entre los conocidos, familiares y futuros clientes del nuevo negocio.
Durante la reunión, todos los asistentes preguntaban extrañados por la inexplicable ausencia de Celeste, quien aunque ahora ya no se parecía nada a la chica del cartel por haber engordado mucho, tenía que estar presente por ser la modelo del local.
Don Nepomuceno justificó la ausencia de su hija diciendo que se había ido a estudiar a Hungría, aprovechando un intercambio cultural; porque no quería que nadie se enterara de que la había obligado a irse a la casa de su tío Pompeyo, en Querétaro; al enterarse de que al “Colorín” lo había agarrado la Migra, y estaba a punto de aparecerse por la colonia.
A nadie de la familia le caía mucho en gracia la inminente presencia del “Colorín”, pues durante el tiempo que duró de novio de Celeste, todo había sido bronca tras bronca, por la inclinación de éste a entrarle al cemento y a la mariguana, y a capitanear una banda de chavos igual de ingobernables que él, que conseguían el dinero para sus vicios asaltando comercios y transeúntes. Incluso se llegó a rumorar que él había sido el que se había "echado" a un peligroso sujeto llamado Hermógenes Goyconechea, apodado el “Cavernoso Mayor”, líder de una banda rival, conocida como “Los Cavernosos del terror”.
Después de varias semanas de permanecer expuesta día y noche la enorme foto de Celeste, a la gente le parecía muy raro que no hubiera sido víctima de los grafiteros locales, que tenían pintarrajeadas todas las paredes del barrio. Ya era hora de que le hubieran pintado los dientes negros para que pareciera chimuela, o que le hubieran agregado cuernos como habían hecho con todas las imágenes de los candidatos a diputados, senadores, e incluso a la presidencia de la República. Pero nada.
Nadie se explicaba el porqué del respeto de gente tan irrespetuosa a una simple niña bonita vestida de azul.
En realidad, ya la habían pintarrajeado sin piedad, agregándole toda suerte de garabatos, leperadas y alusiones sexuales, pero al día siguiente, todo había desaparecido y la imagen se veía impecable y sin rastro alguno de esos ataques.
Los mismos que habían dejado su marca en la imagen estaban sorprendidos y frustrados, y llegaron a suponer que había alguna capa protectora o un vidrio muy delgado e imperceptible, pero unos navajazos en el pecho de la imagen, los convencieron de que era papel común y corriente montado en aglomerado de madera de muy baja calidad.
Pero lo que nadie sabía, era que don Nepomuceno, cada vez que se deterioraba la foto de su hija, la cambiaba por una nueva. Así llevaba casi un mes, cambiando la foto por lo menos dos veces por semana. Había sido un golpe de suerte debido a la borrachera de Esiquio Tinajero, el encargado de la imprenta en la que le habían hecho las enormes fotos, quien confundió su modesto pedido de dos muestras, con el pedido del PRI, que había mandado a hacer quinientos posters de su fallido candidato a la presidencia de la república.
De esa manera, con quinientas fotos de su hija, Don Nepomuceno se divertía cambiando la foto cada vez que era necesario, y al mismo tiempo practicaba el montaje, pues era lo que más le había dado problemas para dominar durante su época de aprendiz.
Las señoras de la Comunidad Religiosa "Barrio Unido por la Salvación de las Almas de Todos los Vecinos Piadosos que Comulgan todos los Domingos", comenzó a tomar cartas en el asunto, pues todo apuntaba hacia un milagro.
Hacía tanto tiempo que no se daba un milagro en la comunidad; - desde el caso del niño Manuelito, que lloraba lágrimas de cajeta -, que este hecho empezó a causar revuelo entre las sencillas gentes de la colonia.
Los ataques a la imagen continuaron durante algunos días, siendo el más terrible el que llevó a cabo la Banda “Grafiteros Grifos”, quienes colocaron explosivos adheridos a la imagen, y la volaron con todo y bastidor. Pero al día siguiente, ahí estaba como si nada, impecable y reluciente.
Al poco tiempo los ataques cesaron, pues el convencimiento de la gente de que la niña bonita era una santa, hacía peligrosísimo acercarse a ella con malas intenciones. Hasta los mismos sujetos que antes se habían ensañado en sus ataques, ahora hasta limosna depositaban en la gran alcancía que la parroquia había colocado junto a la imagen.
Los fondos que se recaudaran, se repartirían por partes iguales. Una parte le tocaría a Don Nepomuceno por ser el padre de la santa; y con la otra se constituiría un fondo para levantarle una capilla para su adoración, en el terreno baldío de enfrente.
Como ya casi no había necesidad de cambiar la foto del bastidor, Don Nepomuceno guardó celosamente las cuatrocientas doce imágenes que le sobraban, para poderlas comercializar más tarde, cuando el fervor por su hija aumentara,
Con el paso de los meses, a la gente le dio por llamar a ese lugar “La esquina de la Niña Bonita”, y todo el que pasaba por ahí, se hincaba un rato ante la imagen, rezaba un poco y después dejaba unas monedas, ante la vigilancia de los grafiteros, quienes la habían adoptado como su patrona.
Cuando Rames Pintado alias "el Colorín" llegó a su casa en el barrio, sus familiares le platicaron todo lo que había pasado con su amada, del fervor que se había desatado por ella en la colonia; de la fama que le había dado a esa esquina, y del interés de la delegación por "recuperar para los vecinos esos espacios de meditación que tanta falta les hacía, para que a partir de una espiritualidad sana, accedieran a los más altos niveles de la democracia", según palabras del delegado.
Rames sabía que no podía llegar como si nada a la colonia, pues la familia del Cavernoso Mayor iba a tratar de vengar su muerte, ya que siempre habían estado de necios de que él lo había matado. Por eso se escondió unos días en la casa de “La Güera Balín” mientras se enteraba de todo lo que pasó durante los 9 años que estuvo en Los Angeles.
Una noche, Rames de atrevió a salir de su escondite y fue precisamente a la famosa esquina, para cerciorarse de todo lo que le habían contado. Como eran las tres de la mañana el lugar estaba desierto. La luz de la luna iluminaba, ayudada por los faroles que para eso estaban, la enorme foto de Celeste Pintado.
Quedó parado frente a la imagen de su ex novia, y los recuerdos invadieron esa esquina. Los ojos se le humedecían al contemplar a la mujercita por la que se había ido al otro lado, con la misión de conseguir lo suficiente para ofrecerle mejores condiciones de vida, y no huyendo como pensaba la mayoría.
No se dio cuenta de que los hijos del Cavernoso Mayor, avisados por la Güera Balín lo habían seguido con intenciones de matarlo. Como estos jóvenes no eran de la misma madera de su padre, habían tenido que tomar mucho tequila para darse valor. Tan borrachos estaban los pobres, que estuvieron a punto de ser descubiertos por Rames, cuando uno de ellos se cayó dos veces.
Tan absorto estaba contemplando y diciéndole cositas lindas a la niña bonita, que no se dio cuenta de que Heriberto, Hilario y Hermenegildo Goyconechea, se encontraban a sus espaldas tratando de no hacer ruido y preparándose para irse sobre de él con los machetes que les heredó su difunto abuelo.
Rames hablaba con ternura a la imagen como si ésta lo pudiera escuchar, mientras tres machetes temblorosos se levantaban sobre su cabeza.
No se sabe si fue la borrachera que traían, o fue la fuerza de la creencia popular, pero los machetes se detuvieron cuando los tres hermanos vieron que la niña bonita le sonreía a Rames y le contestaba con su vocesita chillona tan particular: “Si me quieres ver, estoy con mi tío Pompeyo en Querétaro”
Fue hasta ese momento cuando Rames se dio cuenta de que había estado en peligro, pues vio correr en círculos a los tres borrachos, machete en mano, ululando frenéticos y gritando incoherencias entre las que se alcanzaba sólo a identificar la palabra “milagro”.
A pesar de que los testigos estaban ahogados de borrachos, se les creyó todo cuanto dijeron, pues en esas cosas de la fe, no hay que escatimar esfuerzos, según dijo el Padre Anselmo al enterarse de los hechos.
Desde esa noche, la fama de la imagen creció, y se empezaron a dar los primeros pasos para que la niña bonita fuera reconocida por la iglesia como Santa Celeste.
Rames encontró a Celeste en Querétaro, y aunque ya está mucho más gorda, y tiene un espeso vello en el labio superior que la hace verse feísima, además de que le faltan dos dientes de enfrente, a él parece no importarle pues se ve muy emocionado y desea vivir con ella, tal y como lo soñó en sus años de chavo banda.
Y a manera de explicación les dice a sus amigos: “Es que ninguna de las gringas con las que anduve por allá, tiene lo que tiene mi chata”
Como “el papá de la santita” – sobrenombre con el que ya es conocido Don Nepomuceno - le prohibió terminantemente a Celeste que se volviera a aparecer por la colonia, no puso objeción a Rames cuando éste le manifestó su deseo de desposarla y llevársela a vivir a Anaheim, y hasta le dio dinero para los gastos.
Para Celeste si fue un verdadero milagro que el hombre de sus sueños hubiera venido a sacarla del aburrimiento en el que se encontraba, y se la llevara a vivir con él. Y lo más milagroso de todo, es que su padre lo hubiera consentido, y hasta los hubiera apoyado con unas palabras muy sentidas de aliento y comprensión.
Ahora, con su hija lejos y segura, don Nepomuceno ha empezado a pregonar que su niña bonita falleció durante el viaje de regreso de Hungría, pues unos terroristas afganos secuestraron el avión, y las autoridades tuvieron que hacer explotar el avión en pleno vuelo.
Y es que sólo a un hombre tan ofuscado por la ambición, se le puede ocurrir que cosas tan inverosímiles como esa, sucedan en nuestro mundo.

UN CLON LLAMADO CHON


 

Lo primero que hizo después de instalarse en un céntrico hotelucho, fue poner un anuncio en el periódico que decía: " Solicito muchacha soltera y saludable, y joven eficiente con conocimientos de Biología." Tenía varios meses de andar viajando por todo el mundo sin poder establecerse en ningún país, ya que al enterarse de sus intenciones, las autoridades de cada lugar, lo expulsaban de inmediato.

Alguien le informó que había un lugar donde se podía hacer de todo sin tener ningún problema; un lugar que era un auténtico paraíso de la impunidad; en el cual se podía vender droga en la calle y a plena luz del día, sin que ninguna autoridad hiciera nada; donde dejaban libres a los criminales a pesar de estar confesos; un lugar en el que las autoridades, o eran muy ineficientes, o eran muy corruptas.

Un lugar así era ideal para concretar sus planes. Por eso el profesor Frank Stein, experto en Ingeniería Genética, se encontraba en el Distrito Federal.

Su intención era instalar un laboratorio en el cual se pudiera efectuar una clonación humana; es decir, que a partir de una célula extraída de la piel de un ser humano, por medio de una técnica conocida como transferencia nuclear, se pudiera crear, primero en laboratorio y después en el útero de una mujer fértil, un nuevo ser humano idéntico al donador de la célula,

Para tal efecto, traía consigo las células vivas del gimnasta rumano Jeremidrag Vuznitedonerichi, poseedor de una configuración física perfecta. Sólo necesitaba encontrar un sitio dónde instalar el laboratorio, contratar una madre sustituta, y un ayudante. Después de recorrer las calles durante horas, encontró el lugar que le pareció adecuado, era una vieja vecindad en Tepito en la que casi la mitad de las viviendas eran utilizadas como bodegas por los comerciantes del barrio, y que afortunadamente tenía desocupado un local del tamaño adecuado para su laboratorio.

Le tomó varias semanas adaptar el lugar e instalar lo necesario, ayudado por sus dos nuevos empleados, Evodia Rentería, quien había sido seleccionada por el científico para ser la madre sustituta, y Everardo Ruvalcaba, quien no sabía nada de Biología, pero le había caído bien al profesor Stein por ser muy entrón.

Everardo llegaba muy temprano a trabajar, y se retiraba casi de madrugada, pues estaba muy emocionado con el proyecto del profesor, y además porque esta nueva actividad estaba por fin logrando sacarlo de la terrible depresión en la que había caído a partir de la desintegración de Bronco; mientras que Evodia vivía allí mismo por no tener a dónde ir y porque el papel que iba a desempeñar en el proyecto así lo exigía.

Los habitantes de la vecindad estaban convencidos de que existía un triángulo pasional entre los tres personajes, pues como el profesor también vivía ahí, pensaban que él era el marido de Evodia y que Everardo lo suplía en aquellas acciones que su avanzada edad le impedía llevar a cabo con solvencia.

Cuando las condiciones del embrión eran las requeridas, y la información genética del rumano ya estaba contenida dentro del mismo, el útero de Evodia, que en ese momento se encontraba en un momento idóneo de fertilidad, estaba listo para recibir la implantación. El profesor comenzó a realizar la complicada operación que lo colocaría como el primer científico que se atreviera a intentar la clonación humana; y Evodia Rentería también pasaría a la historia como la primera mujer, que siendo todavía señorita, lograra ser madre. Y es que Evodia, a pesar de que ya tenía 24 años, aún no había conocido varón, (en el sentido bíblico de la palabra), pues era más fea y aburrida, que escuchar la Hora Nacional con audífonos.

Después de la implantación, lo único que quedaba era esperar que el organismo de Evodia, reaccionara normalmente, y que el pequeño rumano que tenía en sus entrañas, evolucionara satisfactoriamente.

Como la ayuda de Everardo ya no era necesaria, el profesor le dio las gracias otorgándole una jugosa indemnización económica, y le exigió que no platicara a nadie nada de lo que ahí estaba sucediendo. Everardo aceptó, pero puso como condición a su silencio que le permitiera visitar regularmente el laboratorio, para seguir de cerca la evolución del experimento, y que le permitiera, al nacer el niño, ser su padrino de bautizo. El profesor Stein le dio por su lado, simulando aceptar sus condiciones, pues pensaba cambiarse de ahí cuando el embarazo de Evodia llegara al séptimo mes.

Los meses se fueron sucediendo lentamente y el cuerpo de Evodia empezó a evidenciar lo que estaba sucediendo en su interior. El científico no cabía en sí de gusto, pero no iba a informar nada hasta estar seguro del éxito de su experimento.

Cuando llegaron los siete meses de embarazo, el profesor decidió internar a Evodia en una clínica; salió a la calle para tal efecto, pero nunca más regresó, pues unos chineros lo asaltaron a unas cuadras del laboratorio provocándole la muerte por asfixia. Su cadáver quedó tirado a media calle como tantos otros, sin que nadie lo reclamara.

Evodia se quedó esperando el regreso del científico, y al pasar las horas su preocupación llegó al límite, pues desde que había sido operada por el profesor, no había salido a ningún lado, pues Everardo se había encargado de proporcionarle todo lo que necesitaba para su manutención.

Al día siguiente decidió salir a la calle para conseguir alimento, y para preguntar si alguien había visto al profesor, pero su avanzado estado de embarazo, aunado a la intensa preocupación que sentía, la hicieron desvanecerse en plena calle.

Cuando una ambulancia la recogió, alcanzó a ver una intensa actividad en la calle, pues un operativo policiaco se estaba llevando a cabo en ese momento en la vecindad, pues alguien había dado el pitazo de que ahí se almacenaba contrabando. Todas las bodegas fueron vaciadas por los uniformados, incluyendo el laboratorio del profesor Frank Stein, que Dios tenga en su Santa Gloria.

El estado de Evodia se agravó, y los médicos al hacerle los análisis correspondientes, se dieron cuenta de que el producto ya estaba perfectamente formado; es decir, el pequeño rumano iba a ser sietemesino como su padre. Obviamente este detalle nunca lo supo el finado científico, de lo contrario, hubiera tomado la medidas necesarias. La cesárea fue practicada y el pequeño clon pudo ver la luz por primera vez.

Evodia fue dada de alta a los pocos días, y anduvo vagando por las calles sin rumbo fijo, sin dinero, sin un lugar dónde llegar, pero cargando un precioso escuincle.

Siguiendo el ejemplo de tantas mujeres que pasan por esa situación, abandonó al niño en las puertas de una iglesia, con una nota que decía: "Cuídenlo mucho, es un Clon."

Las personas que descubrieron al niño, inmediatamente dieron aviso a un programa de televisión especializado en lucrar con la miseria humana, y el reportero que acudió a cubrir la noticia, como no sabía leer, pensó que el niño se llamaba Chon, y ese nombre se le quedó.

Evodia se regresó a su pueblo, con la sana intención de rehacer su vida, pues como su parto había sido por cesárea, todavía era señorita. En el camino se le ocurrió platicarle a sus padres que había sido asaltada con arma blanca, para justificar la cicatriz en la panza.

Ha pasado el tiempo y el pequeño Chon es un niño de la calle que limpia parabrisas en los semáforos, que se droga con cemento y que vive en el interior de una coladera. Lo que sí hay qué reconocerle, y eso lo ha convertido en el líder de su pequeña banda, es que cuando le roba la bolsa a las señoras, tiene tal agilidad para escabullirse de sus perseguidores, que todos lo consideran un superdotado.