UNO DE MIS CUADROS

UNO DE MIS CUADROS
LA ALDEA Acrílico sobre tela. 30.5 x 40.5

viernes, 26 de noviembre de 2010

EL CONTADOR DE GOLES

A pesar de que Eusebio ya se imaginaba lo que le iba a pasar, no pudo evitar que le temblaran las piernas cuando le dieron la terrible noticia:
Debido a la difícil situación económica por la que atravesaba el país, la empresa había decidido hacer un recorte de personal y él era uno de los muchos empleados que iban a quedar sin trabajo.
El gerente, amablemente le informó que su liquidación le iba a ser pagada conforme a la ley; pero que por no tener recursos para hacerlo de un solo golpe, la iba a recibir en pagos quincenales de la mitad de su sueldo hasta completar la cantidad convenida. Él tuvo que aceptar las condiciones, pues como contador de la empresa, era quien mejor enterado estaba de que no había dinero.
Durante el camino de regreso a su casa, pudo calcular que por lo menos iba a recibir dinero durante siete u ocho meses; aunque le preocupaba que solamente iba a contar con la mitad de lo que estaba acostumbrado a recibir.
Ya con su familia reunida, les platicó lo que le había sucedido y les pidió todo su apoyo y comprensión mientras conseguía un nuevo trabajo. Además aprovechó el momento para explicarles que iba a tener que hacer varios cambios en las costumbres familiares, pues era necesario adaptarse a la nueva situación.
Una de las cosas que más hondo caló en el ánimo de la familia, fue que ya no iban a poder ir cada quince días al estadio como acostumbraban, sino que los partidos los iban a tener que ver en la tele en blanco y negro de la recámara; pues la pantalla grande la iba a tener que vender, y se iban a tener que conformar con ver solamente los partidos que pasaran por televisión abierta, ya que también iba a cancelar el contrato de televisión de paga.
A pesar de que al día siguiente ya era viernes, se levantó muy temprano y salió a buscar trabajo, empezando por las empresas donde lo conocían, pero solamente recibió palabras de aliento y promesas de tomarlo en cuenta cuando las cosas se pusieran un poco mejor.
Así pasaron varias semanas sin que consiguiera nada, pues como tenía casi cuarenta años y por las preocupaciones parecía como de cincuenta y siete, había ocasiones en que ni siquiera lo recibían.
Un viernes por la noche, Eusebio y su familia, que ya estaban resignados a escuchar por radio el partido de su equipo, pues no había transmisión por televisión abierta, recibieron la oportuna invitación del compadre Ladislao para que fueran a verlo a su casa en la pantalla gigante que acababa de comprar.
Después del partido, que resultó ser un aburrido empate a cero, el compadre Ladislao, que era dueño de una tienda de uniformes de futbol, le hizo una interesante propuesta a Eusebio:
- Compadre, tú sabes que ahorita no te puedo dar chamba porque la tienda no deja mucho, pero el año que entra voy a recibir un préstamo del banco, y con otra lana que me deben, voy a poner la fábrica de uniformes de futbol que siempre he soñado. Ahí sí te voy a necesitar como contador porque vamos a manejar mucho dinero.-
Eusebio agradeció la buena intención de su compadre, explicándole que no iba a poder aguantar tanto tiempo sin trabajar. Además le confesó algo más grave que ni a su esposa se había atrevido a platicar, y era que la depresión lo estaba aniquilando; pues la total inactividad después de haber trabajado casi veinticuatro años sin faltar un solo día, lo hacía llorar cuando estaba solo, o cuando creía que nadie lo estaba viendo.
El compadre Ladislao, conmovido por esa confesión y tratando de que no se empleara en otro lado, le platicó que ya tenía creada una liga de futbol amateur con las escuelas de la delegación; pues tenía calculado que esos equipos iban a ser los futuros compradores de los uniformes que iba a fabricar; y le propuso ser el presidente de la liga mientras se consolidaba el negocio. Además le prometió que iba a ver la forma de pagarle un pequeño sueldo durante su gestión.
Eusebio, que ya estaba cansado de recibir falsas promesas de trabajo, al escuchar lo que su compadre Ladislao le decía, empezó a sentir ese cosquilleo que indica que la vida puede ser más bonita.
- Pero hay una bronca, compadre, tú sabes que el futbol me fascina; que lo he jugado desde que tengo memoria y que he seguido su desarrollo hasta el día de hoy, pero no estoy de acuerdo en muchas cosas; sobre todo en el sistema de puntuación, pues solamente propicia la mediocridad.-
Ladislao sabía que Eusebio no era fácil de convencer; por eso le dijo lo primero que se le ocurrió.
- Mira compadre, mi liga todavía no está dada de alta en la Federación, y la puedo registrar como una liga experimental para que hagas los cambios que tú consideres. Llevamos un registro partido por partido, hacemos una estadística de los resultados y si funcionan tus propuestas, hacemos un informe detallado y hasta lo enviamos a la FIFA para ver si nos toman en cuenta.-
Eusebio no lloró de la emoción como le exigía su corazón, pues ya había llorado mucho durante las últimas semanas y le quedaban unas cuantas lágrimas, pero aceptó la propuesta de su compadre.
Lo primero que hizo Eusebio al tomar el cargo de presidente de la liga, fue publicar el nuevo reglamento para la obtención de puntos:
1.- Se regresa al antiguo sistema de puntuación: Dos puntos por triunfo y un punto por empate.
2.- Se puede obtener un tercer punto si se gana por tres o más goles de diferencia.
3.- El punto extra que obtenga el equipo que haya ganado por tres goles o más de diferencia, se le descontará al equipo perdedor.
4.- Los equipos que empaten a cero, no obtienen puntos.
5.- Los equipos que empaten a cero, y deseen obtener puntos, tendrán que someterse a tandas de penaltis hasta que haya un ganador.
6.- En las tandas de penaltis a que se sometan los equipos que hayan empatado a cero, si hay un ganador por tres goles o más de diferencia, se aplica lo descrito en el punto 3 de este reglamento.
Los jugadores de los equipos recibieron con entusiasmo el nuevo reglamento, pues a los chavos les encantan los cambios; pero lo que más les gustó, fue la posibilidad de quitarle un punto al equipo rival después de golearlo.
Arrancó el torneo, y desde las primeras semanas, se dejaron ver algunos extraños resultados, pues mientras unos equipos llevaban nueve puntos, otros tenían menos tres.
Al principio todo parecía ser un caos, pero conforme avanzaba el torneo, empezaron a surgir cosas buenas, pues los partidos eran cada vez mejores y más emocionantes, pues cuando un equipo iba ganando por dos goles, intentaba meter el tercero para obtener el punto extra; mientras que el equipo que iba perdiendo, trataba a toda costa de acortar la diferencia para que sus puntos en la tabla no disminuyeran.
Con ese nuevo sistema, los chavos que así lo acostumbraban, ya no se podían dar el lujo de ir a jugar saliendo del antro, pues el desgaste físico de esos aguerridos partidos, no se los permitía.
La liga experimental de Eusebio y Ladislao, empezó a jalar mucho público; y con ellos, vendedores de refrescos, cerveza, churritos, banderines, tacos de canasta, fritangas y todo lo que se consume en las entrañables canchas de barriada. Además, en el aspecto deportivo, empezaron a surgir muy buenos cobradores de penaltis y porteros excelentes.
Las gradas de los campos empezaron a ser insuficientes para la gran cantidad de gente que gustaba de esos extraños encuentros, en los que nunca hubo las rechiflas, el descontento y las mentadas que ocurren en muchas ocasiones en los más grandes y cómodos estadios.
El torneo terminó, y las estadísticas arrojaron resultados sorprendentes, pues se anotaron el doble de goles que las ligas similares. El campeón de goleo individual se coronó con cuarenta y dos goles, y hubo un porterito que nada más atajó catorce penaltis.
Los dos alegres compadres quedaron muy contentos con el resultado de su experimento y quisieran continuar con ese sueño, pero la maldita realidad los agarró descuidados.
A Ladislao no le concedieron el préstamo del banco ni le pagaron la lana que le debían. Por lo tanto, su fábrica de uniformes va a tener que esperar y él tendrá que conformarse con seguir atendiendo su modesta tienda.
Eusebio fue localizado por la empresa en la que trabajaba justo un mes después de que le habían acabado de pagar su finiquito, pues por más que buscaron, no pudieron encontrar otro contador mejor que él.
No fue fácil recontratarlo pues puso muchas condiciones para regresar, y no obstante que ahora hasta le pagan más, quisiera seguir contando goles aunque no recibiera sueldo.
Ya puede volver a ir con su familia a apoyar a su equipo al estadio cada quince días, y ahora hasta pueden viajar a otros estados de la república para no resignarse a verlo por televisión.
Su vida cambió por un tiempo, y él piensa que también el futbol puede cambiar un poco; aunque sigue reconociendo que el balón debe seguir rodando y ser tratado con todo el respeto que merece; pues su experiencia le dice que todas las cosas que valen la pena en este mundo, son tan redondas y bonitas como un balón de futbol.

UNA AVENTURA REDONDA

-Te están buscando en la puerta, Apolonio. – Le dijo el encargado del gimnasio a un delgado y atlético joven que se encontraba a la mitad de una serie de cien abdominales. Siguió su rutina como si nadie le hubiera hablado hasta terminarla, se asomó tímidamente por los ventanales del “Musclearobix Perfect Gym”, y vio que en la recepción del gimnasio estaban tres personas, dos hombres y una mujer de aspecto refinado.
Estuvo haciendo tiempo para ver si se aburrían de esperarlo y se retiraban, pero pasaban los minutos y aquellas personas parecían estar de verdad interesadas en hablar con él. Como su hora de salida se acercaba, iba a tener que atenderlas muy a su pesar.
Casi seguro de que lo buscaban para ofrecerle un trabajito temporal, decidió mejor irse por la puerta de servicio y evitar contacto con los visitantes. Estaba harto de ofrecimientos para modelar trajes de baño o ropa en general, pues además de que pagaban muy poco para sus pretensiones, tenía que soportar el constante asedio de muchos homosexuales que abundaban en el medio de la moda.
En el gimnasio estaba muy a gusto, pues además de que su turno era de solo cuatro horas, le pagaban bien, le daban los alimentos y las sustancias que necesitaba para mantener su envidiable forma, y le permitían usar todo el gimnasio a su antojo, pues precisamente ese era su trabajo: hacer ejercicio en una sección especialmente diseñada para él, que estaba ubicada justo en el gran aparador del gimnasio; de tal manera que toda la gente que pasaba por la calle, podía verlo haciendo sus rutinas y admirando el efecto que las mismas causaban en su físico.
En la parte de afuera, estaba colocado un gran letrero que decia: ¿Quieres tener un cuerpo como el de él? - Pues inscríbete en “Musclearobix Perfect Gym” y unas flechas parpadeantes de neón apuntaban hacia el lugar donde él se ejercitaba.
Cuando estaba a punto de escaparse, entró Don Corneliano, el encargado, acompañado por las personas que lo buscaban.
-Les urge hablar contigo, Apolonio. Me los traje para acá porque me dijeron que ellos te van a sacar en la tele, y como tú me has dicho que quieres algo así para tu futuro, pues creo que te conviene. Y sirve que te haces famoso y le das más publicidad al Musclearobix Perfect Gym.
Pasaron a la cafetería del gimnasio, y el mayor de los hombres le explicó la razón de su visita. Eran el gerente y los creativos de una agencia de publicidad conocida como PUB-I-CO, siglas de “Publicistas Ingeniosos Company” y cuya cuenta más importante, era la de la nueva compañía fabricante de productos para adelgazar “Ultra Flais”
Le explicaron que según sus apreciaciones y estudios, todos los productos para adelgazar, mostraban, a manera de prueba de su efectividad, testimonios de gente que había sido gorda alguna vez, y que había adelgazado con el producto en cuestión. Pero que todos los ex gordos, aunque efectivamente mostraban una significativa reducción de medidas, nunca habían llegado a ser delgados de verdad.
Y era por eso que lo buscaban, por la ausencia total de grasa que mostraba en su cuerpo, y para que él representara el papel de un joven que habiendo sido muy gordo, al grado de poner en riesgo su vida, había bajado de peso con su milagroso producto.
Como quedaba pendiente saber quién iba a hacer el papel de gordo, y Apolonio tenía cara de estar a punto de preguntarlo, se apresuraron a decirle que iba a ser él mismo. Que habían pensado engordarlo por computadora, pero además de que esa tecnología no estaba lo suficientemente perfeccionada y aún se veían falsos los resultados, saldría muy costosa pues tendrían que hacerlo en el extranjero, y preferían que ese dinero se lo quedara él, por ser la estrella del proyecto.
Apolonio estaba a punto de decirles que no le interesaba participar, pero cuando escuchó las palabras “dinero” y “estrella”, decidió seguir oyendo sus argumentos. Le hablaron del sueldo que le iban a dar durante la filmación de la primera parte estando delgado, del sueldo que iba a ganar durante el proceso de engorda al que lo iban a someter y lo que iba recibir durante la filmación de la segunda parte ya estando gordo. Y que al final le iban a dar otra cantidad como pago total de sus servicios, y le iban a proporcionar toda la dotación de productos “Ultra Flais” que necesitara para volver a adelgazar.
Le hicieron énfasis en el hecho de que no iba a gastar nada de todo ese dinero, pues ellos se iban a hacer cargo de todos los gastos que generara el proyecto. No iba a gastar en alimentos, pues ellos iban a darle todo; no iba a gastar en vivienda, pues ellos lo iban a alojar, y menos iba a gastar en transporte o gasolina, pues no iba a tener que salir para nada de casa.
Además ya tenían el departamento donde iba a vivir durante la engorda, y ya estaban contratados los empleados que iban a ayudarlo permanentemente.
Como remate para que aceptara, le hablaron de todas las posibilidades que se abrirían para él, pues esa serie de anuncios iba a pasar, a manera de historia de capítulos, por televisión abierta y de paga, y que ese producto se pensaba comercializar en toda América Latina; de tal manera que la fama que le iba a dar eso, le podría conseguir algún papel en una telenovela, y si sus facultades se lo permitían, hasta la grabación de un disco.
Con esos argumentos, Apolonio estaba quedando convencido. Además Don Corneliano le garantizaba que si algo no funcionaba, tendría seguro su trabajo en el gimnasio.
Después de aparentar indecisión durante mucho rato, Apolonio aceptó pues además de que veía muchas ventajas en lo que le proponían, vislumbraba una aventura que le estaba haciendo falta para combatir la monotonía de su trabajo. Ya antes había intentado una aventura, inscribiéndose a “Big Brother”, pero como en las primeras entrevistas que le hicieron le detectaron cierto grado de inteligencia, cultura y refinamiento, fue rechazado por ser totalmente opuesto al perfil requerido.
La filmación del comercial, empezó haciendo énfasis en la milagrosa pérdida de peso que había experimentado Adán Edén, que era el nombre artístico que le inventaron los creativos. Lo filmaron de todas las formas posibles concentrándose en su abdomen de lavadero, y ya después, tras someterlo a un curso exprés de actuación de 3 horas, lo hicieron actuar diciendo que él antes era un gordo chistosito que provocaba la risa de todos los que lo trataban, pero que él siempre había soñado con ser delgado y apuesto. Que había probado todos los productos que se anunciaban en la tele sin éxito, y que cuando estaba a punto de rendirse y aceptar su gordura, supo de la extensa línea de productos para adelgazar “Ultra Flais”. Que con sólo la adquisición de un kit completo, pudo lograr su sueño en un lapso de tiempo tan corto, que no lo diría porque no le iban a creer, pero que su proceso de adelgazamiento constaba en un documento avalado por las Universidades de Chipre, Ucrania y Andorra.
Ya con la parte del “después” filmada y editada, había que apresurarse a filmar la parte del “antes”, es decir, venía la parte complicada del comercial, pues Apolonio tendría que engordar rápidamente. Era importante que no pasara mucho tiempo entre una parte y otra, pues se podría poner en peligro la credibilidad de un anuncio tan ingeniosamente concebido.
Los preparativos empezaron y Apolonio se mudó al departamento que le habían asignado para el proceso. Se despidió de su novia Florenciana Chaires, pues no iban a poder frecuentarse durante el tiempo que durara la aventura. Le prometió que cuando todo terminara, se la iba a llevar a pasear a donde ella quisiera.
El departamento no era muy grande, pero estaba dotado de todas las comodidades posibles. Las paredes estaban decoradas con reproducciones de pinturas de Botero, y en algunos puntos estratégicos, esculturas del mismo artista colombiano. En la cocina habían dos grandes refrigeradores llenos de alimentos, su recámara era muy confortable con una pantalla gigante que casi ocupaba toda una pared. En un cajón debajo de la pantalla, una enorme colección de películas en DVD.
Le fueron presentados sus asistentes; Doña Fita la cocinera, una especie de mayordomo llamado William, y Georgino el mandadero, quienes iban a vivir en un pequeño departamento situado a un lado del suyo. La idea era que lo asistieran las 24 horas del día.
William se encargó de mostrarle el departamento y sus comodidades. En la sala se encontraba otra pantalla gigante conectada a todos los sistemas de televisión de paga y a un sistema de videojuegos con una colección completa de los mismos. Tenía un enorme sillón reclinable motorizado con rueditas y control en uno de sus brazos para que se pudiera desplazar por todo el lugar sin tener que caminar.
A la derecha de su sillón, una mano mecánica de brazo retráctil para que pudiera apoderarse de lo que quisiera sin ponerse de pie. En un pequeño estudio, miles de libros y comics, una computadora nuevecita con conexión a Internet para que pudiera chatear, navegar, y consultar saldos y depósitos sin tener que ir al banco. No había que quemar ni una sola caloría.
Al despertar la primera mañana de su aventura, Doña Fita le preparó doce huevos a la mexicana y un guisado de papas con chorizo y mantequilla, que William le llevó hasta la cama junto a un litro y medio de chocolate, ocho piezas de pan de dulce y una bolsa de bolillos para acompañar su desayuno.
Junto a su sillón, le colocaron un exhibidor lleno de papitas, chicharrones, churritos, pastelillos, gansitos, submarinos, cacahuates y todo tipo de frituras de maíz, para que se entretuviera mientras llegaba la hora de la comida. Además tenía una hielera con refrescos de todas las marcas.
Por la tarde, la comida consistió en crema de elote con mantequilla, espagueti con crema y queso, arroz blanco con 2 huevos estrellados, y dos guisados a escoger: cueritos de cerdo en salsa verde y enchiladas suizas. Todo servido de manera generosa. Al final, frijoles refritos con totopos, y de postre, helado de vainilla y pastel “tres leches”.
Su cena fue conformada con fritangas y antojitos que escogió de toda la variedad que Georgino le trajo: tamales, quesadillas, sopes, tacos al pastor, memelas, huaraches con huevo y bistec, tostadas y pambazos. Como muchas de esas cosas nunca las había probado, y ahora no había restricciones, le entró a un poco de todo, pues Georgino le aclaró que a partir de esa noche, iba a cenar lo que quisiera de ese tipo de alimentos.
No tenía prohibido casi nada; podía beber cerveza con los alimentos, pero nada de alcohol. Y lo más importante era evitar cualquier producto light.
William, por instrucciones de los patrones, no permitía que Apolonio se moviera de su sillón mas que para lo muy necesario. No debía llevarle nunca la contraria mas que cuando estuviera atentando contra su aumento de peso. También agregaba a las bebidas una sustancia que provocaba hambre, y otra que inhibía su libido; y en el sonido ambiental, ponía discos con varios mensajes subliminales como “tengo mucha hambre”, “ser gordo es muy lindo y divertido”, “los flacos no se divierten pues son antiestéticos”, “las calorías sufren y lloran cuando las quemas” y “nuestro cuerpo es un templo que debe tener medidas monumentales”.
En la primera semana, el balance fue muy pobre: solamente un kilo de aumento. Esto preocupó a la gente de la agencia, pues para hacerlo subir los cincuenta kilos que deseaban, iba a tener que pasar casi un año y el proyecto no podía durar tanto pues los dueños de “Ultra Flais” se iban a desesperar.
Hablaron con Apolonio y le pidieron más entrega al proyecto y le dieron una ligera regañada a los asistentes. Todos prometieron mejorar en las siguientes semanas dejando un poco más tranquilos a los creativos.
Su peso era monitoreado constantemente, pues el sillón también tenía la función de báscula, que electrónicamente creaba una gráfica con los datos que recibía al sentarse Apolonio por las mañanas, y los enviaba vía internet a las oficinas de la agencia. Con eso, no había necesidad de molestarlo para subirlo a una báscula convencional.
Cuando por fin aparecieron unas pequeñas lonjas en la cintura de Apolonio, ya habían pasado dos meses, y solamente llevaba 12 kilos de aumento. A los tres meses, se empezó a notar un poco cachetón y el lavadero de su abdomen comenzaba a desvanecerse. La grasa se abría paso poco a poco en el organismo de Apolonio.
Para esas alturas, ya se había hecho muy amigo de William y Georgino. Se pasaban las horas de la tarde viendo películas y consumiendo alimentos chatarra mientras llegaba la hora de la cena. Por esa razón William y Georgino también habían subido muchísimo de peso arrastrados por la molicie.
Apolonio ya se había hecho aficionado al pulque, y diario se tomaba tres litros de curado de avena o piñón, que eran sus favoritos. Con eso estaba consiguiendo inflar la panza de manera definitiva. Además le gustaban tanto las quesadillas de chicharrón prensado, los pambazos de papa con chorizo y los sopes con huevo, que Georgino ya ni le preguntaba qué iba a querer de cenar.
Cuando llegó el sexto mes, la gordura, la amistad con sus asistentes y su cuenta en el banco, habían crecido lo suficiente como para que Apolonio se sintiera feliz. Fue William el que convocó a una junta para proponerles retrasar el proceso de engorda de Apolonio por lo menos hasta navidad, para poder cobrar aguinaldo. Ya después tratarían de alargarlo más para que ese trabajo tan bonito les durara lo más posible.
Apolonio y Georgino aceptaron diciendo que estaban a punto de proponer lo mismo. La única que estuvo fuera de la jugada, fue Doña Fita, aunque también iba a resultar beneficiada.
Llegó el séptimo mes con una pésima noticia: Los ejecutivos de la agencia, cansados de esperar un resultado que no se daba, acababan de contratar a una pareja de gemelas guatemaltecas idénticas en todo, excepto en que una es delgadita y risueña y la otra es una panzona impresentable.
Fueron informados por un empleado de la agencia que el trabajo había terminado. Que desocuparan los dos departamentos de inmediato y pasaran a las oficinas a ser finiquitados.
Tuvieron que ayudar a caminar al pobre de Apolonio, pues con los 35 kilos de sobrepeso que trae, mas la costumbre de estar siempre sentado o acostado, siente unas horribles punzadas en las piernas.
Después de ser liquidados, los gordos han decidido no separarse más. Apolonio va a poner el dinero para un negocio de antojitos, William va a ser el gerente, Doña Fita será la cocinera, y Georgino el mesero.
Apolonio regresó a su departamento, y al llegar al edificio tuvo que identificarse plenamente con la portera, pues no lo reconoció y no lo dejaba entrar. Revisó que todo estuviera en orden y ahora está asomado a la ventana.

Espera impaciente a que saque su puesto la señora de las quesadillas.

UN HOMBRE SIN HACHE

Una mala semana la tiene cualquiera, pero la que Catarino Peluso acababa de vivir, había sido terrible.
Para empezar, el lunes fue a comprar su despensa de la semana, y al llegar a la caja, resultó que los cuatro billetes de cien pesos con los que pretendía pagar, eran falsos, pues el cajero del súper le demostró, lupa en mano, que en el poema de Nezahualcóyotl que está a la derecha de su retrato, estaba escrito “ombre”; así, sin Hache. Lo contundente de la evidencia, lo hizo retirarse apenado, sin despensa y sin dinero, pues se lo recogió la gerente.
El martes por la mañana, se enteró de que su novia Zeferina Zebadúa estaba embarazada, y en la tarde le fue confirmada por ella misma, la sospecha de que él no era el padre de la criatura por nacer, sino Febronio Malpica, su maestro de tahitiano. Esto originó una discusión muy acalorada entre la pareja que provocó que tronaran muy feo, y que ella se fuera de casa.
Al día siguiente, por andar distraído pensando en la traición de su amada, fue atropellado por un bicitaxi; y cuando le fue a reclamar su imprudencia, el conductor le puso una golpiza que hasta le tiró dos dientes y quedó con una costilla hundida.
El jueves tuvo que suplir al chofer de la fábrica en la que trabajaba, y por su falta de experiencia, se impactó contra un coche estacionado y tuvo que comprometerse a pagar los daños de ambos vehículos para no ir a la cárcel.
El viernes fue despedido y su quincena fue retenida por el patrón pues ya estaba muy endrogado con la empresa.
A pesar de lo mal que se sentía, aceptó la invitación de uno de los mejores amigos que había cosechado en la fábrica, de ir a tomarse unas copas a manera de despedida en la cantina de costumbre. Con sorpresa y confusión tuvo que soportar las proposiciones de su amigo, quien le confesó ser gay y haber estado enamorado de él desde el primer día que los presentaron.
Ya ni siquiera entró al baño como se lo exigía su organismo y salió abruptamente de la cantina. Más tarde fue levantado por una patrulla por estarse orinando en la calle, y como no tenía ni un quinto para sobornar a los representantes de la ley, fue conducido a la delegación. Ahí pasó toda la noche.
El sábado llegó a su vivienda y se encontró con la novedad de que ya le habían cortado la luz y el teléfono; y Doña Praxedis Hamilton, la portera, le informó que habían entrado durante su ausencia Zeferina y Febronio, quienes se llevaron la tele, la video, el reproductor de Cd’s y una plancha nuevecita.
A pesar de ser solamente la portera de una vecindad que se estaba cayendo de vieja, “Oñaprax”, que así es como la llamaban todos los vecinos, era una mujer optimista y generosa y así se lo demostró a Catarino con sus palabras de aliento.
-No te preocupes Catito Peluso, al fin que como ya no tienes luz, no te van a hacer falta los trebejos que se llevaron. Ni los vas a extrañar, vas a ver. Además, si te hace mucha falta ver la tele, pos puedes ir a mi casa, nomás cierras los ojos pa que no veas el tiradero que tengo. Por la planchada, ya sabes que mi hija Lilibeth plancha bien bonito y tú siempre le has caído muy bien; y por la música no te apures, si le subo a todo volumen a mi aparato, lo vas a oír muy bien desde tu recámara.
Catarino agradeció las palabras de “Oñaprax” y se metió rápidamente a su vivienda, pues el perro de la portera empezaba a dar señales de querer orinar y se le quedaba viendo con esa mirada que tienen los perros cuando confunden a una persona en desgracia, con un árbol.
Al quedarse solo, le dieron ganas de llorar; pero se acordó de las palabras de su abuelo cuando le decía: -Un machito no debe llorar nunca por una vieja; ni siquiera cuando nadie lo ve.- Por eso se limitó a emitir profundos suspiros y a recordar todo lo que había vivido esa semana.
Ya más resignado, al tratar de acomodar el desorden que le dejó Zeferina y su nuevo amor, encontró en el piso, cerca de la ventana, un avioncito de papel de estraza. Él sabía que esa la forma de comunicarse de su compadre Wilebaldo Goytortúa cuando no le podía hablar por teléfono. Desdobló con todo cuidado el avión presintiendo alguna desgracia de su compadre, pues a esas alturas esperaba lo peor de todo.
Leyó el recado escrito en el avión y se sintió un poco mejor, pues “El Wile” lo estaba invitando de esa manera a una de esas fiestas que comienzan el sábado en la tardecita y terminan la madrugada del lunes.
La invitación lo hubiera alegrado muchísimo si no fuera por lo sacado de onda que estaba, pero sin dinero para moverse, sin su querida Zeferina y sin trabajo, la depresión amenazaba con estrangularlo.
Cuando vio que la tarde empezaba a caer y la luz que entraba por la ventana cada vez era menor, empezó a sentir pavor de quedarse esa noche ahí metido en la oscuridad, ya que no tenía dinero ni para comprar velas. Las primeras sombras que entraron por todos lados, le dijeron al oído que una depresión a oscuras y en silencio es muy peligrosa.
Lo de menos hubiera sido “colgarse” de la instalación de algún vecino con o sin su consentimiento, pero con lo salado que estaba en ese momento, y su falta de experiencia en todo lo eléctrico, seguramente iba a terminar electrocutado.
Respiró profundamente y tomó la decisión de ir a la casa de su compadre; al fin que allá se podría quedar todo el fin de semana y ya el lunes se regresaría para poner en orden sus ideas.
El primer problema era el medio de transporte, pues como las dos veces que había ido a casa de su compadre, lo habían llevado en coche, no tenía la menor idea de cómo llegar en camión. Además estaba tan lejos que era necesario tomar dos peseras, un chimeco, y luego caminar como dos kilómetros de terracería.
Luego de pensarlo un rato, decidió tomar un taxi que lo llevara, y cuando tuviera que pagar la dejada, echarse a correr; al fin que por lo peligroso de la colonia, ningún taxista se atrevería a perseguirlo. Además, sentía ganas de desquitarse con alguien de todo lo que había sufrido en la semana.
Mientras cerraba con varios candados su vivienda para que no se volvieran a meter los rateros a terminar de llevarse lo que les faltaba, pensó que tendría que caminar hasta el eje para tomar el taxi, pues casi ninguno entraba hasta su calle, pero al salir de la vecindad, en el mero portón estaba estacionado uno, y el chofer al verlo venir le dirigió la única pregunta posible: -¿Adónde lo llevo, jefe?
-Este,... voy aquí a Paseos de San Wenceslao... ¿Sabe cómo llegar?
-Uuuuuy, jefe, claro que sé, conozco bien ese rumbo; si yo soy de la colonia que queda pegadita... -
Catarino subió al taxi, el cual arrancó de inmediato; y todavía no se acomodaba para tan largo viaje, cuando el taxista empezó a cantar:
-Si lo que quieres de mí, es que te lleve a algún lado, me da gusto pues así, yo me siento realizado.
Catarino le iba a decir que no manejara muy rápido porque se sentía muy nervioso, pero antes de que abriera la boca, el taxista se aventó la segunda estrofa:
-Todo depende de ti, que vaya rápido o lento; tus órdenes para mí, me hacen sentir muy contento.
-¿Tú inventaste esa canción?- Preguntó Catarino asombrado por el extraño proceder del taxista.
-Sí patrón; con esa cancioncita les doy la bienvenida, y luego les canto las que me vayan pidiendo. Me sé todas las canciones que usted me pida, y le puedo decir quién es el autor y quién la canta por si quieren comprar el disco. Ahora que si les gusta mi forma de cantarlas, tengo varios casettes grabados y los doy baratos.
-¿Y me vas a cobrar por cantar?- Preguntó Catarino preocupado por tener que correr por una cantidad mayor a la de la simple dejada.
-No, patrón, cómo va usted a creer. Mire, según mis cálculos, debido a la distancia y el tráfico, le voy a cantar como treinta canciones, y todas son cortesía de la casa, todo por puro placer.
-A mí también me gusta cantar, - interrumpió Catarino, -y sé hacer segundas voces, pero lo dejé por la paz, porque Zeferina, mi ex, me tenía prohibido que le siguiera en la cantada ya que según ella, todas las viejas se me quedaban viendo y se ponía celosa”.
-A ver patrón, vamos a echarnos una a dos voces.
Catarino y el taxista comenzaron a cantar a todo pulmón “Cruz de olvido”, y sus voces se acoplaban tan bien que cuando los agarró un alto, escucharon fuertes aplausos de los tripulantes de otros coches, de un agente de tránsito, de los franeleros, de un tragafuego y de varios vendedores ambulantes.
- Si usted quiere, patrón, en la cajuela traigo mi guitarra y unas maracas... si es que no tiene usted mucha prisa...- le dijo emocionado el taxista al también emocionado Catarino.
Se orillaron para que el taxista sacara los instrumentos, y recargados en el taxi cantaron “Caminos de Guanajuato”, “Luz de luna” y “La mujer ladina”; y les salieron tan bien armonizadas, que parecía como si las tuvieran bien ensayadas. El taxista pulsaba la guitarra con maestría y Catarino llevaba el ritmo exacto con las maracas. Cuando se dieron cuenta, ya tenían un grupo de transeúntes escuchándolos a su alrededor.
Agradecieron la atención del público e intentaron retirarse, pero tuvieron que cantar una más porque la gente se los exigió. Después de interpretar “El andariego”, subieron al taxi mientras la gente les aplaudía emocionada, y algunos ya preparaban alguna moneda creyendo que les iban a pedir su cooperación.
Durante el trayecto que faltaba, siguieron cantando sin descanso y algunas canciones, según su criterio, merecieron la repetición. Poco antes de llegar, Catarino, mientras cantaban por segunda vez “Caminos de Michoacán”, buscó el nombre del taxista en su tarjetón, y leyó extrañado: “Oracio Éctor Inojosa Ernández”.
Esperó a que terminara la canción para preguntarle:
-Oye Oracio, ¿Qué tu nombre y apellidos no se escriben con Hache?
-Deberían escribirse con Hache – respondió el taxista – pero como el cuate que hace los tarjetones es mi amigo, le pedí que me los escribiera así...
-¿Y porqué...?
-Porque la Hache es silencio y yo detesto el silencio, no lo soporto... ¿No te has dado cuenta?
Catarino se quedó pensativo unos instantes, y en ese momento se dio cuenta de que iban entrando al tramo de terracería que estaba antes de la casa de su compadre.
Para ese momento, Catarino ya no se sentía capaz de dejar al buen Oracio sin el dinero que tan a pulso se había ganado. El taxímetro marcaba ciento once pesos y él se sentía obligado a darle eso y un poco más. Por eso le confesó al taxista que no tenía dinero y se aventuró a decirle que su compadre le iba a prestar para pagarle.
Cerraron el taxi y caminaron hasta la casa. En el jardín estaban reunidas muchas personas y su compadre al verlo acompañado por un guitarrista y con unas maracas en la mano, gritó emocionado:
-¡Ya sabía que mi compadre Catito no me iba a fallar, y hasta me leyó el pensamiento y trajo la música!...¡Ajua!...-
Antes de que pudieran reaccionar y explicarse, los comensales que ya tenían algunas copas de ventaja, y estaban esperando a los músicos que tanto les había anunciado Wilebaldo, empezaron a pedirles canciones. Oracio miraba fijamente a cada uno de los solicitantes como memorizando sus peticiones, y llevándose la guitarra al pecho, arrancó con la primera. Catarino al ver que el taxista no ponía objeción en cantar, le empezó a hacer segunda con una vehemencia mayor que cuando cantaban solos, pues ahora tenían muchísimo público.
Les pidieron todo tipo de canciones y todas se las supieron. En las piezas muy rítmicas, hasta ejecutaron algunas coreografías que fueron muy del agrado del respetable.
La gente mayor, pidió canciones de Gonzalo Curiel, de Agustín Lara, de Álvaro Carrillo, de Manzanero y de María Greever; los maduros solicitaron las de José José, Napoleón, Emanuel , Juan Gabriel y Lupita D’Alessio. Los más jóvenes exigieron oír de Luis Miguel, de Elefante, de Maná y del Tri.
No faltó la parejita que solicitó canciones de Arjona, pero desistieron al sentir la mirada de odio de todos los comensales; y a partir de ese momento, se les dejó de servir bebida por considerar que ya estaban desvariando.
Cantaron rancheras, corridos, tangos, tropicales, boleros, todas las de José Alfredo, de Chava Flores y hasta algunas de Cri-Cri.
Y así, la música siguió y siguió toda la noche.
Hasta que amaneció.
Con gran éxito para el improvisado dueto, y con un agradecimiento del compadre Wilebaldo, que había contratado un trío, y estuvo a punto de quedar mal con los invitados porque le habían cancelado a la mera hora.
Cuando el taxista pidió permiso de retirarse, Wilebaldo le dio todo el dinero que pensaba gastar en el trío que le quedó mal, y que superaba por mucho la cantidad que se le debía por la dejada.
Catarino estaba dormido en una hamaca del jardín y Oracio se acercó a él y tratando de no despertarlo, le metió en la bolsa el dinero que le acababan de dar. Al poner en marcha su taxi, el ruido del motor hizo despertar a Catarino, quien al ver que el coche se alejaba, preguntó desesperado a Wilebaldo si le había dejado una tarjeta o había apuntado su número de taxi o sus placas, pero nada. Corrió detrás del taxi, gritando el nombre de su compañero, pero parecía que a Oracio le urgía alejarse.
Regresó jadeante con su compadre, quien le presentó a uno de los asistentes a la velada que había estado esperando pacientemente a que despertara para hablar con él. Era el dueño de varios salones de fiestas que estaba interesado en contratarlo para formar parte de un trío, pues tenía mucho tiempo buscando a alguien que tuviera su voz y que supiera hacer las segundas voces que a él le oyó.
Hablaron de dinero y hasta le dio un buen adelanto para que ya no se comprometiera con nadie más, pues se dio cuenta de que varias personas estaban interesadas en sus servicios.
Catarino regresó el lunes a su casa. Ya tiene para pagar la luz, el teléfono y hasta los seis meses de renta que debe. Ya tiene el trabajo que siempre soñó, que además le va a permitir hacerse nuevamente de sus cositas y mejorar en mucho sus condiciones.
Ya se está dando cuenta de que la vida sin Zeferina va a ser mejor que con ella. Ya está enterado de que no le es indiferente a la bella Lilibeth, la hacendosa hija de la portera.
Ahora lo que tiene que hacer, es buscar y encontrar al taxista cantador; aunque él sabe que hay personas que sólo se nos presentan una vez en la vida.

Si es que de verdad se nos presentan alguna vez.

UN EXTRATERRESTRE DE LA CALLE

Saturnino Luna estaba emocionado; se le notaba a simple vista cuando subía cargando una enorme mochila negra, por las escaleras del viejo edificio de departamentos en el que vivía. Llegó hasta la azotea, depositó con todo cuidado la mochila en el suelo, y con manos temblorosas comenzó a extraer su contenido.
Había tenido que vender los cuarenta y tantos discos compactos que tenía, su teléfono inalámbrico, su bola de boliche, su horno de microondas, y su colección de películas de Steven Spielberg, para poder comprar esto que tanta falta le hacía para ingresar a una asociación civil llamada Vigías de lo Ignoto.
Se trataba de un club de aficionados a los fenómenos extraterrestres, cuya principal actividad consistía en observar el cielo para obtener evidencias de la existencia de los Ovnis; por eso el sacrificio que acababa de hacer con sus escasas pertenencias; aunque le había afectado bastante en su estado de ánimo, se veía recompensado con su nueva adquisición.
Ahora tenía su cámara de video; de medio uso, pero perfectamente equipada para cumplir sus sueños de infancia: filmar un Ovni.
Él estaba cansado de ver tantos malos videos que no mostraban nada; donde la imagen más frecuente, era una pantalla negra con una pequeña luz moviéndose para todos lados, que lo único que lograba era marear al espectador, y que no dejaba clara la existencia de nada.
Además, Saturnino estaba seguro de la existencia de los seres extraterrestres, pues afirmaba que su amada esposa había sido secuestrada años antes por una extraña nave durante dos meses, y se la había regresado embarazada del ahora hijo de ambos, que por alguna inexplicable razón, tenía un extraordinario parecido con el carnicero del mercado del barrio, quien también afirmaba haber sido secuestrado por aquel tiempo.
Durante las últimas semanas, muchas personas aseguraban haber visto extrañas luces volando por el cielo del centro de la ciudad, justamente donde él se encontraba instalando su cámara sobre el tripié.
Después de conectarla, se empezó a sentir algo desilusionado pues con lo nublado de la noche, ni siquiera se podían ver las estrellas. Las ganas de estrenar su cámara lo impulsaron a enfocar las nubes para probar sus funciones, y después de localizar una pequeña nube separada de las demás oprimió el botón de grabación.
La nubecita empezó a llamar su atención, pues tenía una forma ovalada casi perfecta y se movía en dirección contraria a todas las demás. La emoción se apoderó de él cuando la extraña nube se comenzó a dirigir a la azotea de un hotel muy cercano al lugar donde él estaba.
Debido a la cercanía y al zoom de la cámara, comenzó a notar que dentro de la nube había algo metálico que despedía tenues luces moradas. De pronto, del objeto dentro de la nube salió una especie de brazo mecánico que arrancó sin esfuerzo la antena parabólica del hotel, y la introdujo en lo que ahora no le quedaba ninguna duda, que era una nave extraterrestre.
Paralizado por lo que estaba viendo y filmando, notó que la nave-nube volvía a moverse, y ahora venía directamente hacia donde él estaba. Cuando se detuvo, exactamente arriba de él, pudo calcular que el objeto medía unos quince metros de largo.
De nuevo salió el brazo mecánico, intentando arrancar un tendedero con toda la ropa que de él pendía. Daba la impresión de que los ocupantes de la nave estaban recopilando objetos terrestres para su estudio.
Debido al diseño del brazo, y a sus torpes movimientos, no lograba apoderarse de la ropa, por lo que el brazo se contrajo, y en su lugar apareció una escalerilla de la cual descendió un pequeño, delgadísimo y cabezón sujeto que comenzó a apoderarse de las prendas del tendedero.
Al intentar desprender unos pantalones de mezclilla que estaban fuertemente asegurados, el pequeño ser dio un jalón tan fuerte, que perdió el equilibrio y cayó de la escalerilla, golpeó contra la orilla del edificio, y se perdió de vista.
Saturnino corrió hacia las escaleras llevándose una pequeña cámara fotográfica. Él sabía que el único lugar donde podía haber caído el extraterrestre, era el terreno baldío contiguo al edificio.
Bajó las escaleras con toda la velocidad que le permitieron sus piernas, los seis pisos que le separaban de la calle; llegó al terreno, y después de echar una rápida ojeada, se detuvo paralizado por una mezcla de emoción y terror, pues el pequeño cabezón estaba frente a él, sin que se le notara ningún daño por la caída.
A pesar de la poca luz, pudo verlo a plenitud, pues lo tenía a dos metros de distancia. Quiso usar la cámara pero no se pudo mover. Solamente lo pudo observar durante unos diez segundos, mientras el extraterrestre lo observaba a él.
Medía un poco más de un metro, era negro aterciopelado, demasiado cabezón para su corta estatura, orejón, muy flaquito, y tenía los ojos color rosa mexicano con las pupilas verde limón, y éstos eran tan grandes que ocupaban la mitad superior de su cara, en la cual no se le veía ni nariz ni boca.
Cuando Saturnino se pudo mover, el extraterrestre ya se había ido. Caminó por todos lados buscándolo, le dio varias vueltas a la manzana, pero no lo encontró. Regresó a la azotea del edificio, para descubrir que ya le habían volado la cámara de video con todo y mochila.
El extraterrestre, mientras tanto se había ido a esconder dentro de una coladera que encontró abierta. Al examinar el maloliente lugar, notó que se encontraban varios niños durmiendo. En un rincón descubrió un costal con ropa vieja y sucia, e imitando las características de los niños ahí dormidos, procedió a vestirse como ellos.
Con una sudadera, un pantalón y unos tenis, quedó perfecto. Sólo faltaba cubrir su enorme cabeza. Siguió buscando con que cubrirla, y por fin encontró lo que necesitaba, pues en una caja habían unas máscaras de material plástico. Al probarse una de ellas, comprobó que se amoldaba perfectamente a su cabeza como si fuera una nueva piel. Hasta sus enormes orejas embonaron muy bien.
Ya caracterizado como humano, salió de la coladera sin peligro de ser detectado. Solamente sentía cierta incomodidad, pues como la sudadera le quedaba muy grande, las mangas le colgaban casi hasta el suelo, aunque también esto permitía que sus manos negras de larguísimos dedos terminados en bolita, quedaran cubiertas. Al pasar por una casa, un desagradable ruido llamó su atención; se asomó por la ventana y vio que las personas ahí reunidas estaban viendo un programa de televisión dominical, justo en el momento en que un cantantillo español hacía su show. Al observarlo detenidamente, notó que el sujeto que estaba en la pantalla, tenía las mangas precisamente igual que él, a partir de ese momento, se sintió menos incómodo.
Al caminar por las avenidas transitadas, pudo comprobar que pasaba desapercibido. Así anduvo vagando por las calles toda la noche, siempre buscando en el cielo la nave de sus congéneres.
Ha pasado el tiempo y Saturnino acude todos los días a la delegación, para ver cómo va el asunto del acta que levantó la noche que le robaron su cámara; pero no le hacen mucho caso, pues en su declaración está asentado que el ilícito tiene relación con un extraterrestre. Además, son tantas las denuncias por robo, que las autoridades no tienen la capacidad para resolverlas, y menos aún si el denunciante da indicios de extravío mental como el buen Saturnino Luna; o como el caso del administrador de un hotel, que afirma que le robaron su antena parabólica sin hacer ningún ruido.
Por otra parte, hasta los niños de la calle que viven en las coladeras, han acudido a la delegación a denunciar el robo de algunas pertenencias, y acusan a un niño sordomudo, al que nunca le han visto la cara, pues nunca se quita la máscara que según dicen les robó. Y afirman también que cuando lo han querido agarrar, nadamás se les queda viendo, y éllos se quedan engarrotados durante varios minutos. Pero tampoco se les puede hacer mucho caso a unos pobres chamaquitos, que le entran durísimo al cemento y al thiner.
Las autoridades tienen al respecto la información de que este niño andaba trabajando en la avenida Reforma, como parte de un grupo que hace pirámides humanas en los altos; y que a él por ser el más delgado y bajito de todos, le toca estar hasta arriba, desde donde voltea insistentemente hacia el cielo como buscando algo.
Actualmente, como los niños ya se la tienen sentenciada, este extraño chamaquito, al que por su costumbre de andar siempre enmascarado le apodan el Salinitas, ha optado por alejarse de ellos, y ahora le sirve de compañía a un anciano invidente que canta acompañado por una desafinada guitarra en varios rumbos de la ciudad.
Y por ahí se les puede ver todavía; afuera de los mercados, por algunas calles del centro, al niño con su bote en la mano para recibir las limosnas, siempre volteando hacia el cielo, mientras el cieguito canta la única canción que se sabe:
"Me caí de la nube en que andaba, como a veinte mil metros de altura..."

LOS MOTIVOS DEL NAGUAL

Aquella noche, Sósimo Turrubiates llegó al humilde fraccionamiento donde vivía. Era uno de esos lugares conocidos como ciudades perdidas, y ésta estaba tan perdida, que es imposible establecer aquí su ubicación exacta; solamente se sabe que estaba por las orillas de la ciudad. La mayoría de las casas eran de cartón con madera, y las pocas que eran de tabique, estaban construidas a flor de tierra. El lugar no contaba con energía eléctrica, y la única iluminación que había a esas horas de la madrugada en la colonia, consistía en una enorme bola blanca conocida con el nombre de Luna; aunque no siempre estaba disponible en ese formato.
Como el fraccionamiento no estaba pavimentado, era imposible que algún vehículo entrara hasta su casa, por lo que tenía que caminar aproximadamente diez minutos por un largo, sinuoso y lodoso camino. Cuando faltaba poco para llegar a su hogar, unas gruesas nubes ocultaron la luna, dejando a la colonia en una obscuridad tan profunda, que Sósimo tuvo que cerrar los ojos para ver mejor.
De pronto, su camino fue interrumpido al chocar de frente con un enorme bulto peludo, que lo hizo caer en el lodo, y que de acuerdo con su memoria, no debería de estar ahí. Se levantó trabajosamente, y localizó el encendedor en la bolsa de su chamarra. Girando sobre su propio eje, frotó repetidamente la piedra del artefacto iluminando a intervalos el área, pero no vio aquello que lo había hecho caer. Confundido, reanudó su camino tratándose de explicar lo que había pasado, y decidió pensar que no había chocado con nada, pero el lodo en su ropa y el fresco recuerdo de grueso pelambre en contacto con su cara y manos, lo pusieron tan nervioso, que se pasó de la hilera de casuchas en la que vivía, y estuvo a punto de meterse a una casa que no era la suya.
A la mañana siguiente, al salir rumbo a su trabajo, notó una gran conmoción en el vecindario, pues el temible "Bush", que era el perro más bravo del lugar, había sido encontrado muerto y descuartizado; y sus restos estaban regados en el camino que él había recorrido la noche anterior
A partir de esa noche, y durante varios días, siguieron ocurriendo extrañas muertes de perros, en condiciones muy similares de salvajismo. La consternación de los vecinos iba en aumento, pues algunas personas aseguraban haber visto al probable mataperros, y lo describían como un enorme perro negro que caminaba en dos patas, con unas grandes orejas puntiagudas y una colota que al arrastrar por el suelo, emitía un ruido mayor al de sus pasos.
Sósimo, al igual que muchos otros vecinos, empezó a llegar más temprano a su casa para evitar volverse a encontrar con la amenaza nocturna, y cuando se le hacía tarde, mejor se iba a quedar a la casa de Gunegunda Pérez Smith, una querida que tenía por el rumbo de La Candelaria.
Mientras tanto, los jefes de familia de la unidad, decidieron organizarse por su cuenta. Se turnaban para vigilar las entradas a la colonia desde las diez de la noche, hasta la una de la mañana, para proteger la llegada de quienes debido a su trabajo, o a la lejanía de éste, tenían qué llegar a esas horas. Y armados con lámparas de pilas y viejas escopetas, permanecían las tres horas convenidas, y al retirarse a sus respectivas casas, la colonia se quedaba sumida en la oscuridad y el temor a lo desconocido.
Las reacciones no se dejaron esperar, y una viejita que vivía sola, estuvo a punto de ser quemada dentro de su jacal, pues la gente sospechó que ella era la causante de todo, ya que conservaba dentro de su paupérrimo hogar, una lechuza y un coyote disecados; único recuerdo de su difunto hijo, quien en vida había sido taxidermista. Además, como la pobre señora tenía la desgracia de tener un ojo blanco y una enorme verruga en la nariz, además de andar siempre vestida de negro, provocó que los supersticiosos lugareños, pensaran que se trataba de una maligna bruja que por las noches se convertía en el tenebroso ser que los tenía tan escamados.
Una de las personas que impidió la muerte de doña Lizbeth Tzompetlácatl, fue el joven profesor de primaria Eleuterio Tlachisque, amigo y vecino de Sósimo, quien preocupado por los fenómenos que estaban ocurriendo dentro de su comunidad, decidió investigar a fondo. Ayudado por su habilidad para el dibujo, elaboró un retrato hablado de la peluda criatura, a partir de la descripción que de ella hicieron los supuestos testigos. Después de confrontar a los testigos con el dibujo, y notar la reacción nerviosa de ellos al reconocerlo plenamente, su preocupación aumentó, pues todo lo llevaba a una sola palabra: Nagual.
Cuando esta idea empezó a recorrer la colonia, aumentó el terror de sus habitantes, y algunos de ellos comenzaron a irse de allí, abandonando sus viviendas. Solamente los valientes, los escépticos y los que no tenían a dónde ir, - que eran la mayoría -, se quedaron a enfrentar los riesgos de la superstición, mientras al profesor Tlachisque le quedaban muchas dudas, pues de acuerdo con la tradición prehispánica, el nagual era un ser humano, que mediante un pacto con las fuerzas del mal, adoptaba la forma de un animal para dedicarse a la rapiña, y a sembrar el terror entre los indígenas de la época. Sin embargo, sus dudas radicaban en que, de acuerdo con la anatomía, cualquier parte del cuerpo de un ser humano es susceptible de convenirse en una parte de animal; es decir, la cabeza, los ojos, orejas, manos, tronco, patas, etc.; pero el cuerpo humano no posee ningún apéndice anal que se pueda convertir en cola, y la característica en la que más énfasis habían puesto los testigos, era precisamente en la larguísima cola del Nagual.
Un domingo por la noche, Sósimo y el profesor se encontraban reunidos en la casa de éste, intercambiando puntos de vista respecto al caso que los tenía tan consternados. Sósimo encendió una televisión de pilas, que le prestó Gunegunda, pues había dado aviso días antes a un programa televisivo, especializado en mantener su rating dándole credibilidad a todo lo absurdo, pero sólo se dedicaron a hablar de personas secuestradas por extraterrestres. Una buena noticia vino a mitigar la terrible preocupación de ambos, y era que la FIFA tenía colocado a México como la cuarta potencia mundial en fútbol. La plática de los dos amigos, a partir de esa noticia, se desvió al tema del fútbol, y ambos coincidieron en que, de seguir esa tendencia ascendente, en unos seis meses podríamos fácilmente, ser considerados campeones del mundo.
Cuando las pilas de la tele se agotaron, el profesor sacó el dominó y se pusieron a jugar, acompañando la partida con unas cervezas tibias, mientras afuera los vigilantes estaban a punto de retirarse, pues ya casi era la una de la mañana. De pronto, el ruido de unos disparos los hizo levantarse y salir de la casa. La densa obscuridad se vio mancillada por los fogonazos de las escopetas y por las lámparas de los vigilantes. Corrieron hacia el lugar de donde provenían, y al llegar, se encontraron con una escena que provocó que se les aflojaran los calcetines.
Tirado en la tierra estaba el mismísimo Nagual, rodeado por una decena de valientes jefes de familia. Las lámparas y las escopetas apuntaban hacia él, mientras éste trataba de levantarse sin conseguirlo, pues estaba gravemente herido de ambas piernas. El profesor alcanzó a desviar la escopeta de uno de los vigilantes, cuando éste intentaba darle el tiro de gracia. El supuesto Nagual se llevó las manos hacia la cabeza, y sin ningún esfuerzo se despojó de la máscara, y ya con la cara descubierta, Nabor Gualberto, quien fue reconocido de inmediato por Sósimo, imploró la clemencia de sus verdugos: -¡Ahí muere, ahí muere, no sean gachos, no me maten!
Ya repuestos de la sorpresa, pudieron observar bajo la luz de las lámparas, el burdo disfraz de peluche negro que portaba Nabor, cuyos guantes estaban provistos cada uno de una hoz, que era con lo que daba muerte a los perros que se atrevían a ladrarle.
A partir de esa noche, la tranquilidad regresó a la colonia. Las violaciones, los asaltos con violencia, y todas esas cosas a las que estamos tan acostumbrados, y que le dan sentido y color a nuestras vidas, regresaron; indicando que todo volvía a la normalidad.
Sósimo y el profesor Tlachisque han especulado mucho sobre los motivos de Nabor para actuar así. Mientras Sósimo atribuye todo a un profundo complejo de inferioridad, ya que recuerda que desde la primaria lo apodaban "El Nagual", por sus facciones de indígena puro; el profesor hace un juego de palabras con las primeras sílabas de sus dos nombres: Na-bor Gual-berto. Esta segunda opción no es muy del agrado de Sósimo pues si las primeras sílabas del nombre de una persona, tuvieran qué ver con su personalidad, él tendría qué hablar muy seriamente con su señora, que se llama Purísima Talamantes.
En lo que no han reparado, es en el hecho de que los terrenos abandonados durante el reinado de terror del Nagual, fueron ocupados por personas más pudientes, que inmediatamente empezaron a construir con todos los recursos necesarios, y que parece que son allegados al administrador del fraccionamiento, el Lic. Tranquilino Salazar, a quien Nabor siempre ha obedecido ciegamente desde que lo libró de ir a la cárcel, por haber asaltado a un taxista, que curiosamente planeaba asaltarlo a él.
Y ahí está ahora el pobre Nabor Gualberto, sentado en la silla de ruedas que le regaló un programa de televisión a cambio de una entrevista, que va a formar parte de un extenso y morboso reportaje. Su señora lo está ayudando a peinarse, pues tiene que estar presentable; además ya le lavó el disfraz de nagual, el cual se encuentra secando al sol. Mientras tanto, ya vienen entrando a la unidad las camionetas del programa, entre la algarabía de los niños, y los ladridos de los dos perros que sobreviven.

LAS CONCLUSIONES DE URBANO

Cuando Urbano Del Campo empezó a caminar por la desierta calle, pensó que estaba soñando. No bien puso en marcha sus pies sobre el anhelado pavimento exterior del penal, las piernas le temblaron al sentir el cosquilleo, que como una extraña caricia, sentía en las plantas a través de las gastadas suelas de sus zapatos.
Los años en prisión le habían servido para convencerse de que la más preciada joya que puede un ser humano poseer, es precisamente la ansiada libertad que por fin obtenía después de tanto tiempo. Ahora comenzaba su vida a tomar nuevamente sentido, ya que recuperar esa libertad que durante los primeros veinticinco años había disfrutado plenamente, era como volver a nacer.
La idea de ser un recién nacido a punto de cumplir cuarenta años, lo hizo sonreír. Ahora ya no tenía caso recordar las causas por las que había estado en prisión durante quince años; ni tenía sentido atormentarse por la muerte de sus padres mientras duró su cautiverio. Tampoco era importante la soledad en la que se encontraba. Lo realmente importante, era que se sentía lo suficientemente fuerte para enfrentarse a su nueva vida, y que por fin era libre.
Sus pensamientos perdieron profundidad al notar un fenómeno extraño: Todas las fachadas de las casas que había recorrido hasta el momento, estaban pintarrajeadas con letreros ilegibles; y en aquéllos en los que se alcanzaba a entender algo, las frases eran incoherentes, estridentes, de rasgos angulosos, o hacían alguna alusión a la violencia.
El paisaje que se abría ante sus ojos, no era el que él se esperaba. Confundido, no pudo evitar la comparación con las paredes del presidio; y en ese momento llegó a su primera conclusión:
"La gente libre pinta más las paredes que la gente presa".
Este pensamiento lo llevó a recordar su niñez, cuando su madre le decía que sólo los presos tienen esa fea costumbre.
Como no tenía la menor idea de qué rumbo tomar, y la mañana era muy bonita, decidió seguir caminando hasta cansarse, para establecerse en algún cuarto de huéspedes que encontrara en su camino. Ya después empezaría a buscar trabajo, pues el poco dinero que tenía sólo le iba a alcanzar para sobrevivir durante unos cinco días.
De pronto, tuvo que detenerse, pues a unos cuantos metros de él, en la misma acera por la que caminaba, unos sujetos interceptaban a una pareja; y mientras dos de ellos le aplicaban al hombre una llave en el cuello y le colocaban una navaja en el estómago, despojándolo de sus pertenencias, los otros dos manoseaban frenéticamente a la mujer. A un grito del jefe, corrieron y se metieron en un edificio, en cuya entrada se había parapetado Urbano, quien pálido e inmóvil pudo notar que los cuatro delincuentes eran casi unos niños.
Sintió un poco de alivio al ver que una patrulla se acercaba a poca velocidad, y se detenía junto a la pareja agraviada. Desde su puesto de observación, vio con sorpresa que los patrulleros cruzaban algunas palabras con las víctimas y seguían su lento camino ante el desconsuelo de éstas. Su sorpresa llegó al límite cuando al pasar unos minutos, uno de los niños agresores volvió a salir del edificio, se paró en la acera, y al ver regresar a la patrulla, se acercó a ella y entregó un paquete a los tripulantes, mientras éstos sonreían complacidos.
Ahora le volvían a temblar las piernas a Urbano, aunque por otra causa. Por eso decidió alejarse de ese lugar cuanto antes y abordó el primer microbús que vio. Cuando estaba a punto de entablar conversación con su vecino de asiento, para platicarle lo que acababa de presenciar, éste se levantó y amenazando a todos los pasajeros con una pistola, vociferó una orden: "Éntrenle con todo lo que traigan, este es un asalto", mientras otro individuo que también aparentaba ser pasajero, despojaba a la gente de todo lo que podía. Cuando bajó del microbús, ya sin su chamarra, y sin su medallita de la suerte, llegó a su segunda conclusión:
"La gente libre no es de fiar".
Como afortunadamente no le habían robado su dinero, pues lo tenía en los calcetines, se dirigió a una tienda para comprar unos cigarros y tomarse una coca. Le costó trabajo entenderse con el dependiente, pues una cerradísima reja lo separaba del exterior, y ésta sólo dejaba un hueco por el que se podía pasar la mercancía y el pago de la misma. Notar esto lo hizo fijarse en todos los negocios que encontraba a su paso, y pudo darse cuenta de que no sólo los comercios, sino también muchas casas contaban con una protección similar. Cada vez más temeroso, decidió tomar un taxi que lo llevara directamente a la primera casa de huéspedes que el taxista le sugiriera. Al abordarlo, vio que también el taxi tenía una reja que aislaba al pasajero del conductor. Esto lo llevó a una tercera conclusión:
"La gente libre vive con miedo".
Ya casi anocheciendo, por fin estaba instalado en un cuartucho, cuyo precio por noche le había hecho replantear su situación; ya que sus cálculos se habían quedado cortos e iba a tener que conseguir trabajo cuanto antes. Trató de dormirse pronto para salir temprano en busca de empleo, pero los ruidos de la noche, con sirenas de patrullas y ambulancias, así como de algunos disparos aislados no se lo permitieron. Cuando por fin pudo dormir, soñó que le brotaban unas hermosas alas llenas de colores, como las de los alebrijes y volaba muy alto, pero se precipitaba a un oscuro y maloliente pozo lleno de tarántulas moradas, cuando unas balas perdidas agujeraban sus alas.
Las experiencias vividas durante su primer día de libertad, se repitieron en los siguientes; a tal grado que ya le daba miedo salir a la calle, pero la necesidad de conseguir un modo honesto de vivir, no le dejaba alternativa.
Durante un viaje en el metro, se tuvo que cambiar de vagón, pues éste se encontraba poblado por unos extraños seres, algunos rapados con manchas en el cráneo, y otros con el cabello formando picos de colores y portando aros metálicos en las fosas nasales, como los que alguna vez vio en un reportaje sobre las tribus africanas. En el vagón contiguo las cosas eran diferentes, pues los ocupantes de éste no se veían tan agresivos, pero sus palidísimos rostros, exagerados con el maquillaje negro con el que acentuaban sus facciones, y sus atuendos absolutamente obscuros, le dieron la impresión de ser muertos escapados de la funeraria. En ambas tribus no pudo establecer con certeza el sexo de sus integrantes.
Esa noche al volver a su cuarto, mientras su mente elaboraba la cuarta conclusión, que consistía en que:
"la gente libre busca escapar de la realidad",
descubrió que alguien había entrado en su ausencia, robándole sus últimos quinientos veintisiete pesos que tenía celosamente guardados en un libro llamado "El miedo a la Libertad" de Erich Fromm.
Al no tener con que pagar su alojamiento, tuvo que abandonar el lugar y se fue a vagar por las calles en busca de alimento y empleo, y por las noches se iba a quedar a una estación de autobuses, en donde tenía que luchar furiosamente por un lugar donde dormir, pues no era el único que carecía de techo.
De acuerdo con su romántica idea de "haber vuelto a nacer", estaba convertido en el niño de la calle más viejo del mundo.
Una mañana fue encontrado muerto. Lo acuchillaron para robarle la camisa y los zapatos, y sólo le dejaron el pantalón. La policía le encontró en la bolsa derecha una carta dirigida a las autoridades del reclusorio en el cual había pasado sus últimos quince años. En ella solicitaba que le permitieran trabajar ahí, y como pago sólo pedía alimento y que lo dejaran quedarse a vivir en una celda. A manera de postdata, decía lo que parecía ser su última conclusión:
"La gente libre no conoce la Libertad"

LA PIÑATA INOLVIDABLE

El viejo anticuario don Ibrahim estaba desesperado. Al principio pensó que iba a ser víctima de un asalto, pues empezó a escuchar pasos en la azotea, pero después de asomarse por la ventana, notó que eran algunos vecinos, que se encontraban disponiendo lo necesario para las piñatas que se iban a romper esa noche, pues había llegado la época de las posadas.
Como era costumbre en esa vecindad, la primera posada la organizaba don Remigio Alpuche; y después de ese día, le dejaba a los demás vecinos el reto de superarla. La desesperación de don Ibrahim se acentuaba en esa temporada, pues como desconocía el sentido de esas fiestas, las despreciaba y aborrecía con toda su pequeña alma. Además, como la mayoría de las posadas se organizaban con la aportación de todos los vecinos, su mayor tortura era soportar la visita de los organizadores para solicitar su colaboración económica; aunque esta vez, estaba decidido a no soltar ni un centavo aunque se lo pidieran de rodillas.
La gente sabía que el viejo anticuario tenía mucho dinero, por lo que les extrañaba que tuviera tanto tiempo viviendo en la vecindad, pero la razón era que su tienda de antigüedades quedaba ubicada a dos cuadras de ahí; por lo que en todo ese tiempo, según sus propias cuentas que se reportaba a sí mismo, llevaba ahorrados siete millones de pesos por concepto de transporte.
Don Ibrahim se encontraba en esos momentos desempacando algunos objetos que acababa de recibir, y que consistían en diversas estatuillas africanas, un zapato izquierdo que le aseguraban había pertenecido a Sir Walter Raleigh, un corpiño que supuestamente había usado en dos ocasiones Oscar Wilde, y una mugrosísima y maloliente vasija ovalada que, de ser ciertas sus sospechas, pertenecía a una antiquísima dinastía china, y que por sí sola representaría la pieza más valiosa que hubiera podido tener en sus casi cuarenta años de anticuario.
Empezaba a obscurecer y el escándalo en la vecindad iba en aumento. Las señoras organizando a los niños para cantar la letanía, los niños empeñados en no dejarse organizar por las señoras; la esposa de don Remigio terminando de dejar el ponche en su punto; don Remigio convenciendo a su esposa de que un ponche sin piquete es como un piquete sin ponche, y los cuates de don Remigio apoyándolo en sus brillantes conceptos.
Al fondo de la vecindad, que no era muy grande, estaban siendo colocados los aparatos del "Sonido la Orangutana Cimarrona" que amenazaba con lesionar severa e irreversiblemente los tímpanos de los que se atrevieran a acercarse demasiado a sus enormes bocinas.
La letanía empezó, y aquellas frases que de niños nunca entendimos, - y de adultos menos -, se sucedieron en el orden establecido en un librito que portaba la solista. Y mientras todos contestaban "Ora Pronobis", don Ibrahim, con tapones en los oídos, se dedicaba a manipular una fina brocha sobre la superficie de la vasija china, para desprender con todo cuidado las gruesas capas de años que la cubrían.
Más tarde, la petición de posada se retrasó un poco, pues hubo qué atender a una niña que había perdido gran parte de sus trenzas a causa de una velita que algún niño, en un descuido propio de la inocencia infantil, le había acercado más de la cuenta.
E-e-en nombre del cie-e-elo, o-o-os pido posa-a-ada , pue-es no puede anda-a-ar mi-i espo-osa ama-a-a-a-a-ada. - Se oía muy desafinado aunque bien organizado, pero don Ibrahim no los oía, y conforme iba despojando a su valiosa vasija de las gruesas costras, más se convencía de que no sólo iba a quintuplicar su fortuna, sino que además iba a alcanzar una gran celebridad.
Cuando empezaron a aparecer algunos colores y relieves en la vasija, el ruido en el techo se acentuó, pues en ese momento se disponían a romper las piñatas. La algarabía de los niños era ensordecedora, y a esto se agregaba el hecho de que el sonido empezaba a tocar las primeras melodías; ya que al romperse la última piñata, se iba a generalizar el baile. Aparecieron las piñatas tradicionales de siete picos, simbolizando los siete pecados capitales; la piñata más celebrada, fue la última, la que rompieron los grandes, y que era un muñeco de cartón como de un metro y medio de estatura, que tenía un traje a rayas, como de presidiario, calvo, bigotón, y exageradamente orejón. No sólo se conformaron con apalearlo sin piedad, sino que cuando lo dejaron caer, se abalanzaron sobre de él tundiéndolo a patadas, jalones y golpes diversos; sólo faltó que alguna señora se quitara un zapato y le pegara con su tacón de aguja. Llegó a dar la impresión de que a la multitud le interesaba más descuartizar al muñeco, que apoderarse de su contenido
Fue tan emotivo y catártico ese momento, que la gente quedó más que lista para dar principio al baile; las bocinas alcanzaron a partir de ese momento su máximo volumen, y los tapones en los oídos de don Ibrahim ya no le sirvieron para nada. Si de por sí al viejo anticuario le temblaban mucho las manos, ahora el temblor era tal, que su febril labor se volvía cada vez más penosa. Sin embargo, era tanta la emoción que ese objeto le provocaba, que soportó estoicamente la desvelada y la música que retumbaba en las paredes.
Ya como a las 4 de la mañana, el ambiente en la vecindad comenzaba a declinar, indicando que la posada estaba a punto de terminar, mientras don Ibrahim apenas llevaba descubierta aproximadamente una décima parte de la superficie de su nuevo tesoro. Se sintió cansado pero sabía que no iba a poder dormir, aunque necesitaba hacerlo, pues a pesar de que ya era domingo, y no tendría qué abrir su tienda de antigüedades, necesitaba estar lo suficientemente descansado para proseguir con su tarea. Buscó en su botiquín sus acostumbradas pastillas para dormir, pero ya no tenía. Desde la ventana del baño alcanzó a ver a Melchor, el hijo de la portera, quien generalmente le prestaba algunos servicios a cambio de unas cuantas monedas.
Melchor, a pesar de que sólo tenía catorce años, ya le entraba al chupe, y en ese momento ya andaba medio flameado. Don Ibrahim lo llamó desde su ventana; Melchor acudió de mala gana con su cuba en la mano. - Melchorcito, hazme un favor, vete a la farmacia que está abierta toda la noche y cómprame mis pastillas para dormir; tú ya sabes de cuáles. ¿ Si Melchorcito ?
- Ni madres don Ibra, usté se está portando re gacho, hoy no quiso entrarle pa’ la posada y ora quiere que uno se porte chido con usté...
- Te prometo que si me traes mis pastillas, mañana sí coopero. Es más, a ti te voy a dar mi cooperación, nadamás no vengas muy temprano porque seguramente voy a estar dormido, ándale.
Melchor tomó el dinero que el viejo le dio y se fue acompañado de sus amigos, quienes le criticaron su obediencia al viejo. Regresó como a la media hora, entregó a don Ibrahim sus pastillas, éste le agradeció el favor reiterándole que al día siguiente cooperaría de alguna forma, y se metió a dormir ayudado por los somníferos.
A la mañana siguiente, Melchor, estuvo tocando largo rato en la puerta del viejo Ibrahim, sin obtener respuesta. Al apoyar su cara en la ventana tratando de ver al anciano, ésta se abrió. Melchor entró por la ventana, y comprobó que el viejo había cumplido su palabra. Después se dedicó a visitar las demás viviendas con el fin de recaudar todo lo posible para la posada de esa noche.
Cuando don Ibrahim despertó de su profundo sueño, la segunda posada ya estaba muy avanzada, y estaban a punto de romper la única piñata de la noche, la cual estaba forrada con papel de china rosa mexicano, y que parecía ser un enorme rábano. Melchor era uno de los que manejaban la cuerda desde el techo, y la manejaba con gran pericia, pues trataba de evitar que le hicieran daño a la piñata que él mismo había forrado esa tarde.
Don Ibrahim se dispuso a continuar la labor que había dejado inconclusa, y buscó en la mesa aquel objeto de incalculable valor histórico, pero ya no estaba. Buscó por todos los lugares posibles sin encontrarla. El griterío del vecindario, al entrar por la ventana entreabierta, llamó su atención; y al asomarse por élla, alcanzó a ver el momento justo en que un golpe de lleno rompía el mal forrado rábano.
Salió corriendo con toda la velocidad que le permitían sus encorvadas piernas, abriéndose paso entre los niños que trataban de apoderarse de la fruta. Los presentes estaban asombrados por ser la primera vez que don Ibrahim se animaba a salir de su vivienda en una posada, y más aún que hasta se hubiera aventado a agarrar fruta. El viejo se quedó sentado en el patio, y lo único que tenía entre la manos, eran dos tejocotes, una jicamita, tres cacahuates de los grandes, y un pedazo de antiguo tepalcate chino.
El baile iba a empezar y el sonido arrancó con la primera melodía: "No rompas más, mi pobre corazón, estás golpeando fuerte entiendeló...".

LA INIGUALABLE NENA PLATEADA

Los nervios no dejaban concentrarse en su tarea escolar a la pobre de Estéfana Bedolla. Generalmente sentía mucho miedo cuando pensaba en las reacciones de su padre. La ponía muy nerviosa imaginar qué iba a pensar Don Odilón Bedolla respecto a su decisión de participar en el concurso al que la televisión estaba convocando, y al cual ya se había inscrito.
Aunque sabía que no le daría permiso de acudir al “casting”, iba a intentar obtenerlo con la ayuda de Doña Gualberta Guadarrama, su madre, y sus tías Filiberta y Austreberta.
Era la gran oportunidad que tenía para dejarse oír cantar en la tele. No importaba si iba a tener que imitar a su cantante favorita, e interpretar solamente sus canciones. El asunto era que se diera cuenta el mundo de que ella cantaba, y cantaba muy bien. Ya después habría oportunidad de cantar lo que a ella le gustaba.
A esas alturas, ya tenía ensayadas todas las canciones de Nena Platas, conocida como la “Nena Plateada”, que era la cantante de moda, y a la cual, una cadena de televisión, a manera de homenaje por las ventas exorbitantes de sus discos, le estaba buscando una doble a través de un concurso entre las adolescentes de toda la república.
Y no era que Don Odilón careciera de sensibilidad para apreciar la bien timbrada voz de su hija, pues en fiestas familiares no sólo la animaba a interpretar un repertorio de canciones que él mismo le había escogido, sino que además la acompañaba con su guitarra y le hacía discretas observaciones cuando se salía de tono o se descuadraba. Pero meterse en el mundo de la farándula, ya era otra cosa.
Como él en su juventud había tocado y cantado en el trío “Los tecolotes pardos” y con ellos intentó sin éxito destacar en el medio artístico, tenía una opinión muy adversa hacia todo eso. Prefería la bohemia familiar y las convivencias musicales con amistades afines, pero el medio artístico le repugnaba, pues afirmaba tener pruebas de que estaba lleno de maricones, lesbianas, drogadictos y pederastas; y que todos los artistas que triunfaban, habían tenido que dar algo a cambio. Y cuando decía “algo a cambio” se daba una sonora palmada en la nalga derecha.
La rotunda negativa de Don Odilón, fue acompañada de una amenaza para Estéfana: “Si sigues con esas ideas, te voy a mandar con tu tío Ciriaco a que le ayudes a ordeñar vacas en Maravatío”
La fecha límite para el “casting” se acercaba, y una mañana, Estéfana acompañada por dos amigas de su salón, faltaron a clases para que se presentara a la prueba, pues ya estaba citada, y le habían puesto un ultimátum. Le tomaron sus datos personales, la hicieron esperar un buen rato, y cuando le tocó probarse, le pusieron una pista de la canción “No se te olvide que me debes cien besos” que ella cantó con mucha convicción. Como pareció gustarle a los encargados de la prueba, la hicieron cantar “Se me está arrugando el alma otra vez”, y en esta segunda interpretación, creyó escuchar algunos discretos aplausos.
La condujeron a un camerino, donde la maquillaron y peinaron como la “Nena Plateada”, le tomaron muchas fotos desde varios ángulos y ya en esas condiciones la hicieron interpretar, ahora ante más gente, el éxito “Tú tienes la culpa de que yo camine así”.
Le dijeron que tenía muchas posibilidades, pues además de que cantaba muy parecido a la “Nena Plateada”, su imagen tenía muchas similitudes con la artista. Incluso uno de los encargados de la prueba, se atrevió a decir que eran idénticas y casi le aseguró que ella iba a ser una de las 50 finalistas que iban a salir por televisión.
No le platicó a nadie de la familia lo que acababa de hacer, y decidió que si era requerida para concursar, se iría de su casa, y aceptaría la invitación de Rómula O’Hara, su mejor amiga, de mudarse a su casa mientras se calmaban las cosas. Agradecida con su amiga por el apoyo, la invitó a un concierto de la “Nena Plateada” para también celebrar de la mejor manera que la hubieran tomado en cuenta en el “casting”.
La noche del concierto fue todo un caos, pues el auditorio no había abierto sus puertas a los miles de fans que se arremolinaban en torno a ellas. Un empleado del lugar, con un megáfono anunció que el concierto se suspendía, y que el importe de los boletos se regresaría en los mismos lugares en que habían sido adquiridos. Pero ninguna otra explicación para una multitud de jóvenes enardecidos que ya empezaban a causar destrozos en el local, hasta que la llegada de la policía los dispersó.
Al llegar a casa, vio los noticieros de la noche para ver si en alguno de ellos explicaban el motivo de la cancelación, pero solamente se concretaban a decir que por una indisposición de la “Nena Plateada” su concierto de esa noche había sido cancelado, y mostraban las imágenes de los detenidos por intentar incendiar el auditorio, por pintarrajear sus paredes con leperadas y por tratar de asesinar al empleado del megáfono.
En las oficinas de la compañía disquera de la “Nena Plateada”, todo era confusión, pues al desconocimiento del paradero de la artista, se sumaba la llamada telefónica de un hombre que decía tenerla en su poder, y exigía la entrega inmediata de cien millones de pesos por su liberación.
Como el dueño de la disquera era compadre del jefe de la policía, fue atendido de inmediato por éste, quien le aconsejó que no diera la noticia a los medios, y que hiciera lo posible por que nadie se enterara del secuestro. Incluso le sugirió que intentara algún truco para despistar a la prensa, al público y a los mismos secuestradores.
Y tomando en cuenta que la “Nena Plateada” era hija única de un matrimonio que se había mudado a Bagdad, huyendo de la inseguridad del D. F., se les podría ocultar el hecho hasta que fuera liberada, pues según opinión del jefe de la policía, no había necesidad de preocuparlos.
Esa noche, como a las dos de la mañana, unos fuertes toquidos despertaron a la familia de Estéfana. Al asomarse por la ventana, reconoció con angustia a uno de los señores que le hicieron la prueba, acompañado por otros muy elegantes caballeros. Don Odilón los atendió en paños menores, y ordenó a toda la familia que se fuera a sus camas, pues esos asuntos los trataba sólo él.
Por el ojillo de la cerradura de su recámara, Estéfana alcanzaba a ver cómo su padre manoteaba desesperado ante las visitas, levantaba la voz, se calmaba, se volvía a alterar y se volvía a calmar. Vio como los señores sacaban unos papeles de un portafolios y firmaban cosas. Alguien sacó una chequera, firmó un cheque y se lo mostró a Don Odilón.
Cuando Estéfana vio que su padre avanzaba hacia su recámara, presintió lo peor. Llena de miedo, corrió a la cama y se metió debajo de las cobijas para fingirse dormida. Don Odilón tocó discretamente antes de abrir la puerta y decirle en voz baja: “M’hija, creo que estos señores te necesitan”.
La gira por toda la república, arrancaba ese fin de semana y estaban firmadas muchas presentaciones en varios estados. Después habría que cumplir algunas fechas en La Unión Americana, Centroamérica, y como remate, Viña del Mar.
El maquillaje hace maravillas, y en las presentaciones que dio la “Nena Plateada”, nadie pudo notar que se trataba de otra persona. Además con todos los distractivos que se usan en esos eventos para evitar que se noten todas las carencias, se movió con solvencia y aceptación entre sus seguidores.
La disquera estaba encantada, pues como Estéfana cantaba de verdad, no necesitaba del “play back” que tantas críticas le había generado en presentaciones anteriores, y que constituía el único defecto que se le achacaba a la “Nena Plateada”.
Uno de los compromisos que tuvo que atender, fue el de estar presente en el foro de televisión para dar el banderazo de salida al concurso de “La doble de la Nena Plateada”
Fue en ese momento cuando los secuestradores, Sigfrido y Godofredo Montelongo empezaron a encontrarle explicación a la rarísima actitud del personal de la disquera, que a cada llamada que hacían para exigir el rescate, les mentaban la madre y les colgaban el teléfono. Poco a poco fueron llegando a la conclusión de que se habían equivocado de persona, y empezaron a culparse mutuamente de forma tan agresiva, que al rato ya estaban enfrascados en una discusión muy acalorada. Tan frenéticos estaban en la riña, que no vieron, o no les importó que la llorosa secuestrada se les estaba escapando.
Nena Platas, al recobrar su libertad, lo primero que pensó fue acudir a la delegación de policía más cercana, para denunciar el secuestro de que había sido víctima, pero no tenía la menor idea de dónde estaba. Caminó durante horas por calles sin pavimento, y en las paredes alcanzó a ver letreros que anunciaban conciertos ya efectuados, entre los cuales estaban algunos suyos, incluyendo el de la noche en que fue secuestrada.
En una de las paredes donde estaba un poster suyo, le llamó la atención un grafitti que decía: “Dios es inmensamente bondadoso con los mexicanos; se llevó a María Félix, pero nos dejó a Hugo Sánchez”.
Preguntando llegó a la delegación de Topilejo, pero ni caso le hicieron, pues como los secuestradores no la habían dejado bañarse en los casi siete meses que había estado cautiva, pensaron que era una mugrosa niña de la calle con un evidente daño cerebral, debido a las drogas tan agresivas que consumen esos seres.
En la disquera no la recibieron, pues todos los ejecutivos estaban fuera del país preparando los detalles del evento de la “Nena Plateada” en Viña del Mar, porque de ese concierto iban a editar un CD titulado “Juro que ya no soy la misma”.
En el departamento donde había vivido hasta la noche del secuestro, ya vivían otras personas, aparentemente familiares del dueño de la disquera. Como tampoco tenía pertenencias, no tenía el teléfono de sus papás. Decidió irse a quedar al departamento de su novio Jeremy Ixcatlipoca, pero con infinita tristeza descubrió que ahí también, otra ocupaba su lugar.
Fue tal el éxito de las presentaciones efectuadas durante la gira, que la fama de la “Nena Plateada” rebasó todas las expectativas de sus manejadores, quienes convocaron nuevamente al concurso de “La Doble de la Nena Plateada”, pues se decidió instituir ese evento cada año mientras durara su auge.
Todas las aspirantes están reunidas en un gran salón, donde la mismísima “Nena Plateada” acudirá a conocerlas, a darles ánimos y a firmarles autógrafos. La más nerviosa es Nena Platas, aunque también parece ser la favorita para ganar el concurso de este año.
Los que también se ven muy nerviosos, son los hermanos Sigfrido y Godofredo Montelongo, quienes desde un auto con el motor en marcha y encapuchados, esperan la llegada de la artista.
Y esta vez están dispuestos a no fallar.

LA DESAPARICIÓN DE LA FLORECITA

El matrimonio Guarneros, se encontraba disponiendo lo necesario para pasar el fin de semana en un exclusivo hotel de Cuautla, en el estado de Morelos. Hacía mucho tiempo que no tenían la oportunidad de viajar, pues la situación económica no se los permitía; pero la buena memoria de Nemesio Guarneros, al participar en un concurso de la radio, contestando sin error los nombres de todas las canciones de la legendaria orquesta de Mariano Mercerón, les estaba dando este pequeño lujo.
Rigoberta, la esposa de Nemesio, empacaba emocionada la mejor ropa que tenían, pues el lugar que los esperaba, ameritaba la mejor apariencia posible. Mientras tanto, Nemesio había ido a solicitar al dueño del taxi que él trabajaba, el permiso de usar el vehículo para su viaje, y un préstamo en efectivo para solventar los gastos que se presentaran.
Después de haber recibido el dinero y la venia del patrón, regresó feliz a la vecindad. Se comunicó telefónicamente a la estación de radio otorgante del premio, para confirmar su partida; metieron en la cajuela sus maletas, y agarraron camino. Por supuesto, Nemesio no olvidó llevar sus cassettes de danzones que lo habían hecho triunfador, para escucharlos durante el trayecto como un sencillo homenaje a don Mariano Mercerón.
Rigoberta, emocionada, atribuía esta bendición a su buena suerte, más que a la memoria de su marido: - Ya me lo había pronosticado el discípulo del Gualter la semana pasada, cuando hablé a la Línea de la Buena Ventura. Me dijo: "Tendrás un placentero viaje de placer que te va a dejar muy complacida, porque eres Capricornio." Refiriéndose a un sujeto que nunca se ha sabido a ciencia cierta si es hombre, mujer o Cernícalo de las Galápagos; y que se ha vuelto millonario en dólares, haciendo horóscopos por televisión y por teléfono, aprovechando la babeante candidez del respetable.
Cuando llegaron a Tres Marías, sintieron hambre y se bajaron del vehículo para comerse unas quesadillas; y cuando estaban más entrados hincándole el diente a las de flor de calabaza, fue cuando la vieron, con su carita sucia, su vestidito que alguna vez fue azul, y con un hambre que se le notaba hasta en la forma de respirar. Ver a una niña en esas condiciones de abandono, provocó que a Nemesio se le atorara el bocado que estaba a punto de deglutir, y tuvo que dar grandes tragos a su Mundet roja para evitar la asfixia.
Rigoberta y Nemesio, aunque ya llevaban siete años de casados, no habían podido tener hijos, y eso los hacía sentir una especial inclinación y ternura hacia cualquier niño que tuvieran enfrente. La invitaron a comer con ellos, y al terminar, la cuestionaron respecto a su origen y a las causas de su paupérrimo estado. Dentro de lo poco que la niña les supo decir, concluyeron que era huérfana, que le decían Flor, que no tenía un lugar fijo para vivir; que deseaba tener unos padres que la cuidaran, y que los niños de la calle no son exclusivos del D. F., sino que se dan en todos aquellos estados en los que existe la paternidad irresponsable.
Mientras Flor se terminaba su refresco, Rigoberta y Nemesio, en voz baja, se ponían de acuerdo en invitar a la niña a pasar el fin de semana con ellos, y hacerse la ilusión de que era la hija que tanto habían esperado. No tuvieron que insistir mucho, pues la pequeña estaba encantada con el trato que estaba recibiendo por primera vez en su vida.
Antes de dirigirse al hotel, llevaron a la niña a bañarse, le hicieron un bonito corte de pelo, le compraron dos sencillas mudas de ropa a su medida, permitiendo que ella misma las escogiera. Cuando Flor quedó exactamente a la medida de sus expectativas, y ya empezaba a decirles "papa" y "mamá", se dirigieron a su destino. Al llegar, se identificaron en la administración del hotel como los enviados de la estación de radio, registrando a la niña como su hija. Se les asignó su habitación, y a partir de ese momento, comenzó formalmente el sueño de los tres.
Y ese bello lugar, que gozaba de gran fama entre las personas pudientes, se convirtió en un verdadero paraíso para estos tres seres que ni siquiera se habían imaginado que existieran tantas comodidades. Durante su estancia, Rigoberta y Nemesio, no dejaron de presumir a quienes los quisieron oír, a su pequeña Florecita, quien casi no hablaba y sólo se limitaba a sonreír de una manera cautivadora.
Para estas alturas, los esposos ya tenían bien madurada una idea: Convencer a la niña de que se fuera con ellos a vivir al D. F., pues sabían que su vida ya no sería la misma sin la compañía de Flor. Cuando llegó el momento de abandonar el lugar, la pareja notó, al empacar sus pertenencias, que les faltaban sus identificaciones, pero lo más significativo del asunto, es que Florecita no aparecía por ningún lado desde la mañana. La sospecha de que la niña se hubiera llevado sus cosas, se desvaneció al ver que toda la ropita que le habían comprado, aún permanecía en la habitación. Después de analizar las evidencias, empezaron a llegar a la conclusión de que la niña se había marchado de noche y en paños menores. Sus elucubraciones fueron interrumpidas por un empleado del hotel, quien de manera ligeramente grosera, los urgió a que desocuparan inmediatamente la habitación. No necesitaron mucho ingenio para darse cuenta de que el sueño había terminado.
Todavía les dieron permiso de dirigirle la palabra al empleado de la administración, al cual Nemesio le dio el teléfono del sitio de taxis en el que trabajaba, para que se comunicaran con él, si encontraban sus documentos.
El regreso a la Ciudad de México, sufrió un considerable retraso, pues se encontraron con un numerosísimo contingente de soñadores, quienes pensaban que con marchar en silencio durante horas, sería posible acabar con la inseguridad, con los secuestros, y que se pueden eliminar a las autoridades que los toleran. Durante el trayecto de regreso, casi no se hablaron pues sabían que iban a terminar peleando, culpándose mutuamente de la desaparición de la niña.
Al día siguiente, al presentarse Nemesio a laborar al sitio de taxis, le informaron que a muy temprana hora le habían hablado por teléfono, dejándole el recado de que se comunicarían nuevamente a las doce del día. Pensando que la llamada provenía de la administración del hotel, decidió no hacer ningún servicio, para poder contestar él mismo cuando llamaran. Con una puntualidad irlandesa, el teléfono sonó a las doce en punto. Nemesio contestó hasta el séptimo timbrazo, para que no se le notara esa ansiedad que él mismo no se explicaba. Al contestar, omitió el acostumbrado "Sitio de taxis el Viaje Virtual a sus órdenes", pues sabía que la llamada era para él. -Deseo hablar con el Sr. Nemesio Guarneros Bailón - escuchó nervioso, apresurándose a contestar - Yo soy, señor, ¿en qué puedo servirle ? -
-Escuche atentamente lo que le voy a decir: Tenemos en nuestro poder a su hija Flor, ella se encuentra bien, pero si usted no nos entrega trescientos mil pesos, no la volverá a ver nunca jamás en la vida. No dé aviso a la policía, porque usted sabe que no va a servir de nada. Yo me comunico con usted pasado mañana. - Todo esto lo dijo de corrido como si lo tuviera ensayado. Y colgó.
Nemesio se fue inmediatamente a su casa para platicarle a su mujer lo que acababa de saber. Después de hacer cuentas, con la seguridad de que su patrón le permitiría manejar el taxi por tiempo completo, concluyeron en que si lograban ahorrar cien pesos diarios, en poco más de ocho años lograrían reunir la cantidad exigida por los secuestradores. Sin embargo, se presentaba un inconveniente, y es que cuando lograran recuperar a Florecita, ella estaría cumpliendo quince años, lo cual los estaría metiendo en otro gasto muy fuerte.
Esa forma de pensar, que han adquirido desde que se unieron al Club de los No Pesimistas, los ha hecho perder de vista la realidad, y es que Sigfrido Montelongo, el secuestrador que tiene en su poder a la niña, recibe órdenes de una persona que recibe órdenes de un sujeto que recibe órdenes de un poderoso señor. Y esas órdenes son mucho más crudas de lo que ellos piensan.
Nemesio, ya con el permiso de su patrón de trabajar el carro por tiempo completo, está manejando de noche por primera vez, y mientras se toma su Coca con Mejorales para soportar la desvelada, sigue escuchando la música de su antiguo ídolo que siempre le emocionó, y que ahora se ha convertido en obsesión: "Florecita, florecita, dónde estás que no te veo. Tu perfume me hace falta; dime, dime dónde estás..."

EL "SUB-SUB"

Debido a que la sangre, el sudor y las lágrimas mezcladas en su cara, formaban una masa pegajosa que ya se le había secado por la larga espera para entrar al vestidor, esta vez le costó más trabajo despojarse de la máscara. Era tan intenso el dolor, que hasta llegó a pensar que se estaba arrancando la piel de la cara, pero una mirada al mugroso espejo del vestidor, lo tranquilizó. Aprovechó el momento en que estaba frente al espejo, para decirle a su imagen con toda la convicción que puede tener un hombre que ha perdido todas las batallas: -Tienes que retirarte de una vez, Elpidio Zenaido Linarte Nogueda.
Su carrera como luchador enmascarado había empezado 12 años antes en su natal Oaxaca, cuando abandonó su plaza de maestro de Educación Física, y se dedicó a luchar en las arenas locales con el seudónimo de "El Tenebroso Alebrije" luciendo una máscara multicolor que le pintó a mano Don Wilbur Lebrija, un artesano del estado. Como no levantaba su carrera, se dejó convencer por un empresario para que cambiara de personalidad, y entonces adoptó el nombre de "El Nagual Cibernético", pero tampoco hizo nada con ese nombre, pues los chiquillos en lugar de admirarlo, le tenían pánico por lo estrafalario de su disfraz.
Como los mejores momentos de su carrera los vivió en el estado de Tabasco, decidió adoptar la personalidad de "El Chamuco de la Chontalpa". Con ese nombre obtuvo cierto reconocimiento del público, pero siguió sin ganar una sola lucha. Los empresarios solamente lo usaban como relleno y sólo lo tomaban en cuenta cuando algún luchador no se presentaba o estaba indispuesto. Entonces lo obligaban a usar el disfraz del luchador ausente para que el público no se decepcionara. Ahí sí lo dejaban ganar.
Por aquel tiempo conoció a una chamaca que andaba de paseo por Tabasco, y cuando ella se lo propuso, sin pensarlo mucho se vinieron a vivir a la Ciudad de México y se instalaron en una vecindad del Centro, a dos cuadras de la Arena Coliseo, y a tres cuadras de la casa de la mamá de ella.
Inmediatamente empezó a buscar contactos para obtener alguna luchita, ante el desagrado de Rutila Menchaca, su pareja, quien argumentaba que los golpes lo iban a dejar más feo y más loco de lo que ya estaba.
Como hay personas que no entienden razones aunque anden en su juicio, Elpidio Zenaido seguía con sus ilusiones de triunfar en la lucha, y ya hasta tenía diseñada su nueva personalidad: "El Aferrado Infernal".
Ya con esta nueva identidad, comenzó a luchar en algunas funciones del D. F. y del Estado de México, pero por su terquedad de golpear de verdad, y de buscar verdaderos golpes, se había hecho muy impopular entre sus colegas. Cuando le exigían que fingiera los golpes, que usara capsulitas rellenas de sangre de utilería, y que no sufriera tanto desgaste como todos los demás, les contestaba con su eterna cantaleta: "Si voy a sangrar, a sudar y a llorar, que sea de verdad."
De tal manera se hizo odiar por luchadores y empresarios, que habían hecho el pacto de golpearlo sin piedad cada vez que lo tuvieran a modo. Inclusive las ocasiones en que tuvo que pelear haciendo equipo, sus mismos compañeros le atizaban salvajes golpazos cuando estaba descuidado enfrentando a un rival, para ver si con eso se le quitaba lo sincero.
La forma tan lastimosa como llegaba a casa después de una lucha, hacía que tuviera fuertes discusiones con Rutila, al grado que tenía que soportar los golpes que ella le propinaba, molesta por su obstinación de seguir en esa actividad. Una de esas noches de sangrienta lucha, ya no la encontró, y en el buró descubrió un papelito que decía: "Me Boi Con Mi Mama Porque Tu No Hentiendez Eres Vien Menso Deberas. Un Dia De Estos Te Me Ban A Matar Ademas ya Conseguí Travajo de Cecretaria Porque Yo Si Qiero Ser Halguien En La Bida. Ruth.
Por eso ahora, al estarse quitando la máscara, y ver lo maltratado que ya estaba, se preguntaba cómo le había hecho "El Santo" para mantenerse tantos años vigente. Y por fin, decidió dedicarse a otra cosa menos peligrosa. Se repitió con amargura: "Tienes que retirarte, Elpidio Zenaido Linarte Nogueda"
Compró un periódico para ver las opciones de empleo, - tenía tanto tiempo que no compraba uno -, y al ver la portada, se dio cuenta de que ya había un enmascarado más famoso que "El Santo", y que era tan importante, que hasta el Presidente de la República, estaba buscando por todos los medios entrevistarse con él, mientras éste se hacía del rogar.
Pudo darse cuenta de que también los intelectuales más renombrados, y los más prestigiados periodistas del mundo estaban en lista de espera para obtener una entrevista con él.
Interesado en el personaje que por primera vez conocía, ya que aunque él era un indígena, nunca se había interesado en los problemas de los indígenas, siguió buscando información sobre él, y descubrió que no había canal de televisión, periódico, estación de radio y revista que no lo mencionara constantemente. El "Enmascarado de Plata", se había quedado chiquito, pues mientras éste peleaba contra improbables amenazas extraterrestres, momias artríticas, y vampiros flaquísimos, aquél luchaba contra enemigos reales y en verdad peligrosos.
Con una idea fija en la mente, se dirigió a Tepito para conseguir todo lo que necesitaba: Una camisola café tipo militar, botas mata-víboras, dos relojes, una pipa, un pasamontañas y una gorra. Cuando se vistió, quedó satisfecho pues como era muy alto y fornido, se veía impresionante.
Como esa noche había función de luchas en la arena, se dirigió hacia allá. Compró boleto de primera fila, y al ir a formarse en la cola para entrar, le permitieron pasar sin trámites, mientras muchas personas le solicitaban autógrafos o se conformaban con tocarlo.
Al correrse la voz de que un personaje de esas características estaba en primera fila, la atención del público estaba concentrada en ese lugar. Así es que cuando apareció el luchador estelar llamado "Purple Panther", Elpidio Zenaido se subió de un salto al ring y lo golpeó en el rostro a manera de reto. El campeón respondió por instinto, pero fue salvajemente puesto en la lona mediante unos terribles patadones en la base del cráneo. Era la primera vez que Elpidio Zenaido se sentía apoyado pues el público estaba totalmente entregado a él.
A pesar de que estaba dando muy buen espectáculo, debido a que no estaba programado, estaba alterando el orden de las peleas, y además estaba lastimando seriamente al elenco, trataron de bajarlo del ring y someterlo, pero puso fuera de combate a todos los que se le acercaron. Cuando estaba a punto de ser vencido, pues elementos de seguridad, policías y luchadores indignados se fueron sobre de él, la gente acudió en su auxilio armándose una batalla campal, con numerosos lesionados de ambos bandos. Aquella noche había nacido un nuevo ídolo del ring.
Ya con manager y con invitaciones de todas las arenas del país, se presentaba como "El Sub-Sub", que según su publicidad significaba "El que está debajo de la parte de abajo".
A partir de entonces, aparecía en la televisión casi con la misma frecuencia que el verdadero, y ya había planes para hacer una película. Nadie se explica porqué, pero Rutila regresó a su lado; convirtiéndose en su asistente, administradora, y presidenta de su club de admiradores.
Aunque brilló como nadie, económicamente no tuvo el éxito esperado, pues con su vocación de golpeo real, lesionaba gravemente a los rivales, al grado de que ya nadie quería enfrentarse a él. Como consecuencia, él mismo recibía tanto castigo, que tenía que descansar por lo menos quince días entre cada pelea, lo cual lo hacía poco rentable para los empresarios.
Además, como se dio cuenta de que tenía mucho arrastre entre la gente más humilde, exigía a la empresa que todas las personas con aspecto indígena deberían entrar gratis, y para compensar, a los güeros se les cobrara doble o triple, según el grado de blancura de su piel.
La última vez que se le vio al "Sub-Sub" en una arena, fue la noche en que un grupo de campesinos despojados de sus tierras, lo fueron a ver para pedirle ayuda contra los malditos terratenientes.
Rutila está desconsolada, pues Elpidio Zenaido ni siquiera se despidió, y ella está segura de que la dejó para irse con otra mujer. Lo único que la alienta, es que ella quedó como beneficiaria de las regalías de una cumbia que les grabó "Petrita y sus Tlaconetes del Ritmo", tomando como tema central su frase de "Si voy a sangrar, a sudar y a llorar, que sea de verdad".
Y así como hay versiones de que fue acribillado por unos judiciales, hay gente que afirma que se está dedicando a ayudar a todos los pobres que se lo solicitan; aunque también hay quienes aseguran que se fue al extranjero a petición de un grupo de padres de familia, para rescatar a un grupo de bellas adolescentes que cayeron en las garras de un libidinoso representante artístico.
Pero en los noticieros de la noche, acaban de decir que detectaron que desde un Ciber Café de la Colonia Gertrudis Sánchez, le acaba de enviar un e-mail a Marcos para unirse a él.