UNO DE MIS CUADROS

UNO DE MIS CUADROS
LA ALDEA Acrílico sobre tela. 30.5 x 40.5

viernes, 26 de noviembre de 2010

EL "CUTTER"

Esa mañana, al despertar Cutberto Terán, alias el "Cutter" sintió que moría. Los ruidos que hacían sus hijos, preparándose para ir a la escuela, acentuaban el intenso dolor de cabeza.
No se atrevió a preguntar a Torcuata, su mujer, porqué iba a llevar a los niños al colegio en sábado, pues sabía que no le iba a contestar, ya que esto siempre ocurría cuando llegaba tomado. El portazo que dio su mujer al salir con los niños, retumbó en lo que le quedaba de cerebro, agravando su malestar.
Se levantó trabajosamente, pues como necesitaba con urgencia beber algún líquido, se dirigió a la cocina. Después de tomarse todas las cocas que encontró en el refrigerador, como que empezó a tomar conciencia, y al asomarse por la ventana, notó que la intensa actividad del barrio no era la de un sábado, sino la de un lunes. Desconcertado, encendió la televisión, y la programación de ésta, no le dejó ninguna duda de que ese día era lunes y no sábado, como él creía.
Se sentó en una silla tratando de recordar qué había hecho durante los dos días perdidos, pero sus recuerdos sólo llegaban al viernes por la noche, cuando después de cerrar su taller, se fue a meter a la cantina de la esquina. Que pensó que no iba a poder beber mucho, pues además de que tenía poco dinero, iba a tener que trabajar el fin de semana, pues tenía mucho trabajo pendiente.
También recordó el momento en que notó que en la cantina había una nueva meserita que le cerró el ojo coquetamente cuando lo vio. Que estuvo bebiendo durante mucho rato, y que casi a la hora de cerrar, estuvo platicando con la bella Mimí, quien estaba dispuesta a irse con él si la invitaba, pero que tenía que ser un lugar elegante.
Sus recuerdos no llegaban más allá del momento en que le estaba pidiendo dinero prestado a don Eulogio, el dueño de la cantina, para poderse llevar a la coqueta meserita, y éste le decía que le daba el dinero que quisiera, pero le tenía que dar algo que por lo menos doblara el valor de lo prestado.
Como esos recuerdos no le aclaraban nada de lo que le preocupaba, comenzó a esforzarse, pero lo único que logró fue que se le agudizara el dolor de cabeza. Por eso, al darse cuenta de que estaba perdiendo el tiempo, decidió irse a trabajar. Se dio un baño con agua fría y se puso ropa limpia. Bajó a su pequeño taller que tenía instalado en un cuartito a un lado del zaguán de la misma vecindad, y al cruzar el patio, el sol lo deslumbró como nunca, y él pensó que se debía a que había permanecido muchas horas en la obscuridad.
Al llegar a su taller, se dio cuenta de que tenía varios recados de diferentes clientes pegados en la puerta, y al entrar, sintió que le temblaban las piernas al ver que el escritorio donde tenía su computadora, su impresora y su escaner, estaba vacío.
Después de quedar un rato con la boca abierta, y completamente inmóvil por la sorpresa, poco a poco fue reaccionando. Revisó si la chapa había sido violada, pero estaba intacta; trató de recordar si entre sus conocidos había alguna persona capaz de hacerle un daño tan grande, pero no sentía que él pudiera tener un enemigo tan perverso como para robarle todo su patrimonio, que a la vez era su modo de ganarse la vida como diseñador gráfico.
Sabía que la inseguridad en la ciudad era asfixiante, pero no en la vecindad, donde todos se conocían y se protegían mutuamente como si tuvieran un pacto permanente.
Perder tan sorpresivamente el equipo que con tanto esfuerzo había comprado, provocó que sus ojos se humedecieran y su boca se secara más aún. A sus 34 años, con dos hijos, una abnegada esposa y algunas deudas, lo único que lo ayudaba a sobrevivir modestamente, había desaparecido. La sola idea de volver a empezar con los rudimentarios elementos con los que se inició, le deprimía profundamente.
Abrió el cajón del escritorio donde estaban sus antiguos instrumentos de trabajo. Ahí estaban todavía sus lápices, escuadras, estilógrafos, hojas de letras adheribles seguramente ya inservibles, y la navaja "cutter" que le había dado fama y apodo entre la gente de las imprentas de Santo Domingo por su impresionante habilidad para manejarla.
Se dio cuenta de que era capaz de recordar todo su pasado lejano, pero no podía acordarse del pasado inmediato.
La llegada del cliente a quien le había prometido entregarle precisamente ese lunes los originales de sus volantes, lo sacó de su ensimismamiento.
Se trataba de un supuesto adivino e hipnotista que se hacía llamar "Micaelo el Magnífico", quien aseguraba ser discípulo directo del "Maese Maravilla", y que su sabiduría le permitía resolver cualquier problema existencial con tan sólo una entrevista de cinco minutos, ya que afirmaba que por dominar las ciencias ocultas, podía predecir el futuro, regresar al ser amado, y deshacer "trabajitos". En pocas palabras, su misión era devolver a la gente la sonrisa perdida, incluso al mismísimo Cuauhtémoc Cárdenas.
El "Cutter", a manera de excusa por no tener listos sus volantes, explicó a "Micaelo el Magnífico" el drama por el que estaba pasando. Le habló de la pérdida de su equipo, y de su imposibilidad para recordar qué había hecho y dónde había estado los dos últimos días.
"Micaelo el Magnífico", quien en realidad se llamaba Quirino Salmerón, le dijo que todo en esta vida tiene solución, y le propuso que se dejara hipnotizar por él, ya que según su real saber y entender, la clave para conocer el paradero de su equipo de trabajo, podía estar en esos dos días que no podía recordar. De manera que hipnotizándolo, podrían averiguar ambas cosas: Saber qué hizo el fin de semana, y quién le robó su equipo.
El "Cutter" no lo pensó, y aceptó la propuesta del hipnotista, quien le aclaró que como todo en esta vida tiene un precio, tendría que comprometerse a diseñarle todos sus volantes de ese año, si lograba recuperar el equipo con su ayuda.
Después de cerrar la puerta, el adivino pidió a Cutberto que se sentara frente a él, y que le tuviera toda la confianza, pues era imprescindible para que el resultado fuera favorable. Sacó un medallón de la bolsa de su saco, y comenzó a balancearlo frente a los ojos del "Cutter", mientras éste lo seguía con la mirada. Después de unos minutos, el infeliz diseñador estaba bajo el dominio de "Micaelo el Magnífico".
-Lo primero que vamos a hacer, es saber quién extrajo tus aparatos de este lugar.- comenzó a decir el mago, quien deseaba que los rateros fueran conocidos del barrio para después extorsionarlos, ya que ese era en realidad el negocio que le dejaba todo el dinero que tenía.
Le pidió que se ubicara en el momento justo en que iba a salir del taller, aquella noche del viernes. La idea era que no se saliera del ahí para irse a la cantina como lo hizo, sino que se quedara en el taller para que fuera testigo del robo.
Cuando el subconciente del "Cutter" reconoció el día y la hora señalados, el mago le pidió que cerrara la puerta y se sentara frente a ella a esperar la aparición de los desgraciados rateros; que si los conocía dijera con claridad sus nombres, y que si eran desconocidos, los siguiera para ver dónde guardaban lo robado. Para tranquilizarlo, pues notó que el "Cutter" estaba nervioso, le aclaró que los delincuentes no lo iban a poder ver ni oír, pues él solamente era una masa de energía invisible.
Poco a poco, el mago fue ubicando al "Cutter" en diferente hora, y en cada una, preguntaba al hipnotizado si sus aparatos continuaban ahí. De tal manera que a las diez, a las once, a las doce de la noche, a la una, a las dos, tres de la mañana todo continuaba en su lugar. Fue hasta que lo hizo llegar a las cuatro de la mañana, cuando Cutberto hizo saber que las cosas habían desaparecido. Como esto indicaba que los malditos rateros habían entrado entre las tres y cuatro, lo hizo que regresara a las tres y esperara pacientemente a que se abriera la puerta. Curiosamente, mientras en ese momento el reloj del mago marcaba las tres de la tarde, el reloj del subconciente del "Cutter" indicaba que eran las tres de la mañana del sábado pasado.
El mago actuaba con la seguridad de quien sabe perfectamente lo que está haciendo, y con la sangre fría del que está a punto de obtener información muy valiosa. Cuando ambos relojes marcaban las 3:47, el "Cutter" comenzó a dar muestras de que algo ocurría, pues miraba con los ojos desorbitados hacia la puerta y decía en un susurro casi inaudible - Están tratando de abrir la puerta, don Micaelo-
-¡Habla fuerte Cutberto, ellos no te pueden oír, y yo no voy a poder enterarme de nada!- gritó el corrupto taumaturgo.
De pronto el "Cutter" se empezó a poner muy pálido, mientras le temblaban las manos y la barbilla. El mago comenzó a hablarle al oído de una manera suave, casi paternal para que se tranquilizara y le dijera lo que estaba viendo, pero el estado del pobre dibujante se agravaba paulatinamente, hasta llegar a las convulsiones que lo hicieron caer de la silla.
"Micaelo, el Magnífico" comenzó a tratar de despertarlo del estado hipnótico ejecutando pases mágicos y emitiendo palabras rarísimas, pero las cosas se ponían cada vez peores y el "Cutter" no daba señales de componerse.
Espantado, el mago decidió irse de ahí para no meterse en broncas. Antes de huir, miró para todos lados de la vecindad para asegurarse de que nadie lo viera salir.
Como a las seis de la tarde, Torcuata, extrañada de que el "Cutter" no hubiera subido a comer, decidió llevarle unos huevos a la mexicana bien picosos con frijoles refritos, pues aunque estaba enojadísima con él y no pensaba dirigirle la palabra por andar de briago, no era como para dejarlo al pobrecito sin comer.
No es necesario describir la escena del llanto de una pobre mujer que encuentra a su marido muerto en el piso de su changarro, pero la verdad es que los que la vieron afirman que estuvo muy feo el asunto.
Al rato, el zaguán de la vecindad estaba intransitable, por la presencia de la policía, y de los elementos que iban a llevarse el cadáver a practicarle la autopsia, que según opinión de los vecinos es innecesaria, pues todo parece indicar que murió de una cruda mal curada.
El que se ve más abatido por la sorpresiva muerte del "Cutter", es don Eulogio, el dueño de la cantina de la esquina, quien venía precisamente a buscarlo para que le enseñara a manejar la computadora que le vendió la madrugada del sábado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario