UNO DE MIS CUADROS

UNO DE MIS CUADROS
LA ALDEA Acrílico sobre tela. 30.5 x 40.5

viernes, 26 de noviembre de 2010

LOS MOTIVOS DEL NAGUAL

Aquella noche, Sósimo Turrubiates llegó al humilde fraccionamiento donde vivía. Era uno de esos lugares conocidos como ciudades perdidas, y ésta estaba tan perdida, que es imposible establecer aquí su ubicación exacta; solamente se sabe que estaba por las orillas de la ciudad. La mayoría de las casas eran de cartón con madera, y las pocas que eran de tabique, estaban construidas a flor de tierra. El lugar no contaba con energía eléctrica, y la única iluminación que había a esas horas de la madrugada en la colonia, consistía en una enorme bola blanca conocida con el nombre de Luna; aunque no siempre estaba disponible en ese formato.
Como el fraccionamiento no estaba pavimentado, era imposible que algún vehículo entrara hasta su casa, por lo que tenía que caminar aproximadamente diez minutos por un largo, sinuoso y lodoso camino. Cuando faltaba poco para llegar a su hogar, unas gruesas nubes ocultaron la luna, dejando a la colonia en una obscuridad tan profunda, que Sósimo tuvo que cerrar los ojos para ver mejor.
De pronto, su camino fue interrumpido al chocar de frente con un enorme bulto peludo, que lo hizo caer en el lodo, y que de acuerdo con su memoria, no debería de estar ahí. Se levantó trabajosamente, y localizó el encendedor en la bolsa de su chamarra. Girando sobre su propio eje, frotó repetidamente la piedra del artefacto iluminando a intervalos el área, pero no vio aquello que lo había hecho caer. Confundido, reanudó su camino tratándose de explicar lo que había pasado, y decidió pensar que no había chocado con nada, pero el lodo en su ropa y el fresco recuerdo de grueso pelambre en contacto con su cara y manos, lo pusieron tan nervioso, que se pasó de la hilera de casuchas en la que vivía, y estuvo a punto de meterse a una casa que no era la suya.
A la mañana siguiente, al salir rumbo a su trabajo, notó una gran conmoción en el vecindario, pues el temible "Bush", que era el perro más bravo del lugar, había sido encontrado muerto y descuartizado; y sus restos estaban regados en el camino que él había recorrido la noche anterior
A partir de esa noche, y durante varios días, siguieron ocurriendo extrañas muertes de perros, en condiciones muy similares de salvajismo. La consternación de los vecinos iba en aumento, pues algunas personas aseguraban haber visto al probable mataperros, y lo describían como un enorme perro negro que caminaba en dos patas, con unas grandes orejas puntiagudas y una colota que al arrastrar por el suelo, emitía un ruido mayor al de sus pasos.
Sósimo, al igual que muchos otros vecinos, empezó a llegar más temprano a su casa para evitar volverse a encontrar con la amenaza nocturna, y cuando se le hacía tarde, mejor se iba a quedar a la casa de Gunegunda Pérez Smith, una querida que tenía por el rumbo de La Candelaria.
Mientras tanto, los jefes de familia de la unidad, decidieron organizarse por su cuenta. Se turnaban para vigilar las entradas a la colonia desde las diez de la noche, hasta la una de la mañana, para proteger la llegada de quienes debido a su trabajo, o a la lejanía de éste, tenían qué llegar a esas horas. Y armados con lámparas de pilas y viejas escopetas, permanecían las tres horas convenidas, y al retirarse a sus respectivas casas, la colonia se quedaba sumida en la oscuridad y el temor a lo desconocido.
Las reacciones no se dejaron esperar, y una viejita que vivía sola, estuvo a punto de ser quemada dentro de su jacal, pues la gente sospechó que ella era la causante de todo, ya que conservaba dentro de su paupérrimo hogar, una lechuza y un coyote disecados; único recuerdo de su difunto hijo, quien en vida había sido taxidermista. Además, como la pobre señora tenía la desgracia de tener un ojo blanco y una enorme verruga en la nariz, además de andar siempre vestida de negro, provocó que los supersticiosos lugareños, pensaran que se trataba de una maligna bruja que por las noches se convertía en el tenebroso ser que los tenía tan escamados.
Una de las personas que impidió la muerte de doña Lizbeth Tzompetlácatl, fue el joven profesor de primaria Eleuterio Tlachisque, amigo y vecino de Sósimo, quien preocupado por los fenómenos que estaban ocurriendo dentro de su comunidad, decidió investigar a fondo. Ayudado por su habilidad para el dibujo, elaboró un retrato hablado de la peluda criatura, a partir de la descripción que de ella hicieron los supuestos testigos. Después de confrontar a los testigos con el dibujo, y notar la reacción nerviosa de ellos al reconocerlo plenamente, su preocupación aumentó, pues todo lo llevaba a una sola palabra: Nagual.
Cuando esta idea empezó a recorrer la colonia, aumentó el terror de sus habitantes, y algunos de ellos comenzaron a irse de allí, abandonando sus viviendas. Solamente los valientes, los escépticos y los que no tenían a dónde ir, - que eran la mayoría -, se quedaron a enfrentar los riesgos de la superstición, mientras al profesor Tlachisque le quedaban muchas dudas, pues de acuerdo con la tradición prehispánica, el nagual era un ser humano, que mediante un pacto con las fuerzas del mal, adoptaba la forma de un animal para dedicarse a la rapiña, y a sembrar el terror entre los indígenas de la época. Sin embargo, sus dudas radicaban en que, de acuerdo con la anatomía, cualquier parte del cuerpo de un ser humano es susceptible de convenirse en una parte de animal; es decir, la cabeza, los ojos, orejas, manos, tronco, patas, etc.; pero el cuerpo humano no posee ningún apéndice anal que se pueda convertir en cola, y la característica en la que más énfasis habían puesto los testigos, era precisamente en la larguísima cola del Nagual.
Un domingo por la noche, Sósimo y el profesor se encontraban reunidos en la casa de éste, intercambiando puntos de vista respecto al caso que los tenía tan consternados. Sósimo encendió una televisión de pilas, que le prestó Gunegunda, pues había dado aviso días antes a un programa televisivo, especializado en mantener su rating dándole credibilidad a todo lo absurdo, pero sólo se dedicaron a hablar de personas secuestradas por extraterrestres. Una buena noticia vino a mitigar la terrible preocupación de ambos, y era que la FIFA tenía colocado a México como la cuarta potencia mundial en fútbol. La plática de los dos amigos, a partir de esa noticia, se desvió al tema del fútbol, y ambos coincidieron en que, de seguir esa tendencia ascendente, en unos seis meses podríamos fácilmente, ser considerados campeones del mundo.
Cuando las pilas de la tele se agotaron, el profesor sacó el dominó y se pusieron a jugar, acompañando la partida con unas cervezas tibias, mientras afuera los vigilantes estaban a punto de retirarse, pues ya casi era la una de la mañana. De pronto, el ruido de unos disparos los hizo levantarse y salir de la casa. La densa obscuridad se vio mancillada por los fogonazos de las escopetas y por las lámparas de los vigilantes. Corrieron hacia el lugar de donde provenían, y al llegar, se encontraron con una escena que provocó que se les aflojaran los calcetines.
Tirado en la tierra estaba el mismísimo Nagual, rodeado por una decena de valientes jefes de familia. Las lámparas y las escopetas apuntaban hacia él, mientras éste trataba de levantarse sin conseguirlo, pues estaba gravemente herido de ambas piernas. El profesor alcanzó a desviar la escopeta de uno de los vigilantes, cuando éste intentaba darle el tiro de gracia. El supuesto Nagual se llevó las manos hacia la cabeza, y sin ningún esfuerzo se despojó de la máscara, y ya con la cara descubierta, Nabor Gualberto, quien fue reconocido de inmediato por Sósimo, imploró la clemencia de sus verdugos: -¡Ahí muere, ahí muere, no sean gachos, no me maten!
Ya repuestos de la sorpresa, pudieron observar bajo la luz de las lámparas, el burdo disfraz de peluche negro que portaba Nabor, cuyos guantes estaban provistos cada uno de una hoz, que era con lo que daba muerte a los perros que se atrevían a ladrarle.
A partir de esa noche, la tranquilidad regresó a la colonia. Las violaciones, los asaltos con violencia, y todas esas cosas a las que estamos tan acostumbrados, y que le dan sentido y color a nuestras vidas, regresaron; indicando que todo volvía a la normalidad.
Sósimo y el profesor Tlachisque han especulado mucho sobre los motivos de Nabor para actuar así. Mientras Sósimo atribuye todo a un profundo complejo de inferioridad, ya que recuerda que desde la primaria lo apodaban "El Nagual", por sus facciones de indígena puro; el profesor hace un juego de palabras con las primeras sílabas de sus dos nombres: Na-bor Gual-berto. Esta segunda opción no es muy del agrado de Sósimo pues si las primeras sílabas del nombre de una persona, tuvieran qué ver con su personalidad, él tendría qué hablar muy seriamente con su señora, que se llama Purísima Talamantes.
En lo que no han reparado, es en el hecho de que los terrenos abandonados durante el reinado de terror del Nagual, fueron ocupados por personas más pudientes, que inmediatamente empezaron a construir con todos los recursos necesarios, y que parece que son allegados al administrador del fraccionamiento, el Lic. Tranquilino Salazar, a quien Nabor siempre ha obedecido ciegamente desde que lo libró de ir a la cárcel, por haber asaltado a un taxista, que curiosamente planeaba asaltarlo a él.
Y ahí está ahora el pobre Nabor Gualberto, sentado en la silla de ruedas que le regaló un programa de televisión a cambio de una entrevista, que va a formar parte de un extenso y morboso reportaje. Su señora lo está ayudando a peinarse, pues tiene que estar presentable; además ya le lavó el disfraz de nagual, el cual se encuentra secando al sol. Mientras tanto, ya vienen entrando a la unidad las camionetas del programa, entre la algarabía de los niños, y los ladridos de los dos perros que sobreviven.

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