UNO DE MIS CUADROS

UNO DE MIS CUADROS
LA ALDEA Acrílico sobre tela. 30.5 x 40.5

viernes, 26 de noviembre de 2010

UNA AVENTURA REDONDA

-Te están buscando en la puerta, Apolonio. – Le dijo el encargado del gimnasio a un delgado y atlético joven que se encontraba a la mitad de una serie de cien abdominales. Siguió su rutina como si nadie le hubiera hablado hasta terminarla, se asomó tímidamente por los ventanales del “Musclearobix Perfect Gym”, y vio que en la recepción del gimnasio estaban tres personas, dos hombres y una mujer de aspecto refinado.
Estuvo haciendo tiempo para ver si se aburrían de esperarlo y se retiraban, pero pasaban los minutos y aquellas personas parecían estar de verdad interesadas en hablar con él. Como su hora de salida se acercaba, iba a tener que atenderlas muy a su pesar.
Casi seguro de que lo buscaban para ofrecerle un trabajito temporal, decidió mejor irse por la puerta de servicio y evitar contacto con los visitantes. Estaba harto de ofrecimientos para modelar trajes de baño o ropa en general, pues además de que pagaban muy poco para sus pretensiones, tenía que soportar el constante asedio de muchos homosexuales que abundaban en el medio de la moda.
En el gimnasio estaba muy a gusto, pues además de que su turno era de solo cuatro horas, le pagaban bien, le daban los alimentos y las sustancias que necesitaba para mantener su envidiable forma, y le permitían usar todo el gimnasio a su antojo, pues precisamente ese era su trabajo: hacer ejercicio en una sección especialmente diseñada para él, que estaba ubicada justo en el gran aparador del gimnasio; de tal manera que toda la gente que pasaba por la calle, podía verlo haciendo sus rutinas y admirando el efecto que las mismas causaban en su físico.
En la parte de afuera, estaba colocado un gran letrero que decia: ¿Quieres tener un cuerpo como el de él? - Pues inscríbete en “Musclearobix Perfect Gym” y unas flechas parpadeantes de neón apuntaban hacia el lugar donde él se ejercitaba.
Cuando estaba a punto de escaparse, entró Don Corneliano, el encargado, acompañado por las personas que lo buscaban.
-Les urge hablar contigo, Apolonio. Me los traje para acá porque me dijeron que ellos te van a sacar en la tele, y como tú me has dicho que quieres algo así para tu futuro, pues creo que te conviene. Y sirve que te haces famoso y le das más publicidad al Musclearobix Perfect Gym.
Pasaron a la cafetería del gimnasio, y el mayor de los hombres le explicó la razón de su visita. Eran el gerente y los creativos de una agencia de publicidad conocida como PUB-I-CO, siglas de “Publicistas Ingeniosos Company” y cuya cuenta más importante, era la de la nueva compañía fabricante de productos para adelgazar “Ultra Flais”
Le explicaron que según sus apreciaciones y estudios, todos los productos para adelgazar, mostraban, a manera de prueba de su efectividad, testimonios de gente que había sido gorda alguna vez, y que había adelgazado con el producto en cuestión. Pero que todos los ex gordos, aunque efectivamente mostraban una significativa reducción de medidas, nunca habían llegado a ser delgados de verdad.
Y era por eso que lo buscaban, por la ausencia total de grasa que mostraba en su cuerpo, y para que él representara el papel de un joven que habiendo sido muy gordo, al grado de poner en riesgo su vida, había bajado de peso con su milagroso producto.
Como quedaba pendiente saber quién iba a hacer el papel de gordo, y Apolonio tenía cara de estar a punto de preguntarlo, se apresuraron a decirle que iba a ser él mismo. Que habían pensado engordarlo por computadora, pero además de que esa tecnología no estaba lo suficientemente perfeccionada y aún se veían falsos los resultados, saldría muy costosa pues tendrían que hacerlo en el extranjero, y preferían que ese dinero se lo quedara él, por ser la estrella del proyecto.
Apolonio estaba a punto de decirles que no le interesaba participar, pero cuando escuchó las palabras “dinero” y “estrella”, decidió seguir oyendo sus argumentos. Le hablaron del sueldo que le iban a dar durante la filmación de la primera parte estando delgado, del sueldo que iba a ganar durante el proceso de engorda al que lo iban a someter y lo que iba recibir durante la filmación de la segunda parte ya estando gordo. Y que al final le iban a dar otra cantidad como pago total de sus servicios, y le iban a proporcionar toda la dotación de productos “Ultra Flais” que necesitara para volver a adelgazar.
Le hicieron énfasis en el hecho de que no iba a gastar nada de todo ese dinero, pues ellos se iban a hacer cargo de todos los gastos que generara el proyecto. No iba a gastar en alimentos, pues ellos iban a darle todo; no iba a gastar en vivienda, pues ellos lo iban a alojar, y menos iba a gastar en transporte o gasolina, pues no iba a tener que salir para nada de casa.
Además ya tenían el departamento donde iba a vivir durante la engorda, y ya estaban contratados los empleados que iban a ayudarlo permanentemente.
Como remate para que aceptara, le hablaron de todas las posibilidades que se abrirían para él, pues esa serie de anuncios iba a pasar, a manera de historia de capítulos, por televisión abierta y de paga, y que ese producto se pensaba comercializar en toda América Latina; de tal manera que la fama que le iba a dar eso, le podría conseguir algún papel en una telenovela, y si sus facultades se lo permitían, hasta la grabación de un disco.
Con esos argumentos, Apolonio estaba quedando convencido. Además Don Corneliano le garantizaba que si algo no funcionaba, tendría seguro su trabajo en el gimnasio.
Después de aparentar indecisión durante mucho rato, Apolonio aceptó pues además de que veía muchas ventajas en lo que le proponían, vislumbraba una aventura que le estaba haciendo falta para combatir la monotonía de su trabajo. Ya antes había intentado una aventura, inscribiéndose a “Big Brother”, pero como en las primeras entrevistas que le hicieron le detectaron cierto grado de inteligencia, cultura y refinamiento, fue rechazado por ser totalmente opuesto al perfil requerido.
La filmación del comercial, empezó haciendo énfasis en la milagrosa pérdida de peso que había experimentado Adán Edén, que era el nombre artístico que le inventaron los creativos. Lo filmaron de todas las formas posibles concentrándose en su abdomen de lavadero, y ya después, tras someterlo a un curso exprés de actuación de 3 horas, lo hicieron actuar diciendo que él antes era un gordo chistosito que provocaba la risa de todos los que lo trataban, pero que él siempre había soñado con ser delgado y apuesto. Que había probado todos los productos que se anunciaban en la tele sin éxito, y que cuando estaba a punto de rendirse y aceptar su gordura, supo de la extensa línea de productos para adelgazar “Ultra Flais”. Que con sólo la adquisición de un kit completo, pudo lograr su sueño en un lapso de tiempo tan corto, que no lo diría porque no le iban a creer, pero que su proceso de adelgazamiento constaba en un documento avalado por las Universidades de Chipre, Ucrania y Andorra.
Ya con la parte del “después” filmada y editada, había que apresurarse a filmar la parte del “antes”, es decir, venía la parte complicada del comercial, pues Apolonio tendría que engordar rápidamente. Era importante que no pasara mucho tiempo entre una parte y otra, pues se podría poner en peligro la credibilidad de un anuncio tan ingeniosamente concebido.
Los preparativos empezaron y Apolonio se mudó al departamento que le habían asignado para el proceso. Se despidió de su novia Florenciana Chaires, pues no iban a poder frecuentarse durante el tiempo que durara la aventura. Le prometió que cuando todo terminara, se la iba a llevar a pasear a donde ella quisiera.
El departamento no era muy grande, pero estaba dotado de todas las comodidades posibles. Las paredes estaban decoradas con reproducciones de pinturas de Botero, y en algunos puntos estratégicos, esculturas del mismo artista colombiano. En la cocina habían dos grandes refrigeradores llenos de alimentos, su recámara era muy confortable con una pantalla gigante que casi ocupaba toda una pared. En un cajón debajo de la pantalla, una enorme colección de películas en DVD.
Le fueron presentados sus asistentes; Doña Fita la cocinera, una especie de mayordomo llamado William, y Georgino el mandadero, quienes iban a vivir en un pequeño departamento situado a un lado del suyo. La idea era que lo asistieran las 24 horas del día.
William se encargó de mostrarle el departamento y sus comodidades. En la sala se encontraba otra pantalla gigante conectada a todos los sistemas de televisión de paga y a un sistema de videojuegos con una colección completa de los mismos. Tenía un enorme sillón reclinable motorizado con rueditas y control en uno de sus brazos para que se pudiera desplazar por todo el lugar sin tener que caminar.
A la derecha de su sillón, una mano mecánica de brazo retráctil para que pudiera apoderarse de lo que quisiera sin ponerse de pie. En un pequeño estudio, miles de libros y comics, una computadora nuevecita con conexión a Internet para que pudiera chatear, navegar, y consultar saldos y depósitos sin tener que ir al banco. No había que quemar ni una sola caloría.
Al despertar la primera mañana de su aventura, Doña Fita le preparó doce huevos a la mexicana y un guisado de papas con chorizo y mantequilla, que William le llevó hasta la cama junto a un litro y medio de chocolate, ocho piezas de pan de dulce y una bolsa de bolillos para acompañar su desayuno.
Junto a su sillón, le colocaron un exhibidor lleno de papitas, chicharrones, churritos, pastelillos, gansitos, submarinos, cacahuates y todo tipo de frituras de maíz, para que se entretuviera mientras llegaba la hora de la comida. Además tenía una hielera con refrescos de todas las marcas.
Por la tarde, la comida consistió en crema de elote con mantequilla, espagueti con crema y queso, arroz blanco con 2 huevos estrellados, y dos guisados a escoger: cueritos de cerdo en salsa verde y enchiladas suizas. Todo servido de manera generosa. Al final, frijoles refritos con totopos, y de postre, helado de vainilla y pastel “tres leches”.
Su cena fue conformada con fritangas y antojitos que escogió de toda la variedad que Georgino le trajo: tamales, quesadillas, sopes, tacos al pastor, memelas, huaraches con huevo y bistec, tostadas y pambazos. Como muchas de esas cosas nunca las había probado, y ahora no había restricciones, le entró a un poco de todo, pues Georgino le aclaró que a partir de esa noche, iba a cenar lo que quisiera de ese tipo de alimentos.
No tenía prohibido casi nada; podía beber cerveza con los alimentos, pero nada de alcohol. Y lo más importante era evitar cualquier producto light.
William, por instrucciones de los patrones, no permitía que Apolonio se moviera de su sillón mas que para lo muy necesario. No debía llevarle nunca la contraria mas que cuando estuviera atentando contra su aumento de peso. También agregaba a las bebidas una sustancia que provocaba hambre, y otra que inhibía su libido; y en el sonido ambiental, ponía discos con varios mensajes subliminales como “tengo mucha hambre”, “ser gordo es muy lindo y divertido”, “los flacos no se divierten pues son antiestéticos”, “las calorías sufren y lloran cuando las quemas” y “nuestro cuerpo es un templo que debe tener medidas monumentales”.
En la primera semana, el balance fue muy pobre: solamente un kilo de aumento. Esto preocupó a la gente de la agencia, pues para hacerlo subir los cincuenta kilos que deseaban, iba a tener que pasar casi un año y el proyecto no podía durar tanto pues los dueños de “Ultra Flais” se iban a desesperar.
Hablaron con Apolonio y le pidieron más entrega al proyecto y le dieron una ligera regañada a los asistentes. Todos prometieron mejorar en las siguientes semanas dejando un poco más tranquilos a los creativos.
Su peso era monitoreado constantemente, pues el sillón también tenía la función de báscula, que electrónicamente creaba una gráfica con los datos que recibía al sentarse Apolonio por las mañanas, y los enviaba vía internet a las oficinas de la agencia. Con eso, no había necesidad de molestarlo para subirlo a una báscula convencional.
Cuando por fin aparecieron unas pequeñas lonjas en la cintura de Apolonio, ya habían pasado dos meses, y solamente llevaba 12 kilos de aumento. A los tres meses, se empezó a notar un poco cachetón y el lavadero de su abdomen comenzaba a desvanecerse. La grasa se abría paso poco a poco en el organismo de Apolonio.
Para esas alturas, ya se había hecho muy amigo de William y Georgino. Se pasaban las horas de la tarde viendo películas y consumiendo alimentos chatarra mientras llegaba la hora de la cena. Por esa razón William y Georgino también habían subido muchísimo de peso arrastrados por la molicie.
Apolonio ya se había hecho aficionado al pulque, y diario se tomaba tres litros de curado de avena o piñón, que eran sus favoritos. Con eso estaba consiguiendo inflar la panza de manera definitiva. Además le gustaban tanto las quesadillas de chicharrón prensado, los pambazos de papa con chorizo y los sopes con huevo, que Georgino ya ni le preguntaba qué iba a querer de cenar.
Cuando llegó el sexto mes, la gordura, la amistad con sus asistentes y su cuenta en el banco, habían crecido lo suficiente como para que Apolonio se sintiera feliz. Fue William el que convocó a una junta para proponerles retrasar el proceso de engorda de Apolonio por lo menos hasta navidad, para poder cobrar aguinaldo. Ya después tratarían de alargarlo más para que ese trabajo tan bonito les durara lo más posible.
Apolonio y Georgino aceptaron diciendo que estaban a punto de proponer lo mismo. La única que estuvo fuera de la jugada, fue Doña Fita, aunque también iba a resultar beneficiada.
Llegó el séptimo mes con una pésima noticia: Los ejecutivos de la agencia, cansados de esperar un resultado que no se daba, acababan de contratar a una pareja de gemelas guatemaltecas idénticas en todo, excepto en que una es delgadita y risueña y la otra es una panzona impresentable.
Fueron informados por un empleado de la agencia que el trabajo había terminado. Que desocuparan los dos departamentos de inmediato y pasaran a las oficinas a ser finiquitados.
Tuvieron que ayudar a caminar al pobre de Apolonio, pues con los 35 kilos de sobrepeso que trae, mas la costumbre de estar siempre sentado o acostado, siente unas horribles punzadas en las piernas.
Después de ser liquidados, los gordos han decidido no separarse más. Apolonio va a poner el dinero para un negocio de antojitos, William va a ser el gerente, Doña Fita será la cocinera, y Georgino el mesero.
Apolonio regresó a su departamento, y al llegar al edificio tuvo que identificarse plenamente con la portera, pues no lo reconoció y no lo dejaba entrar. Revisó que todo estuviera en orden y ahora está asomado a la ventana.

Espera impaciente a que saque su puesto la señora de las quesadillas.

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