UNO DE MIS CUADROS

UNO DE MIS CUADROS
LA ALDEA Acrílico sobre tela. 30.5 x 40.5

viernes, 26 de noviembre de 2010

EL FIN DE EDMUNDO

La terrible contaminación reinante en esas horas de la mañana, aunque le hacía llorar mucho los ojos, no era suficiente para restar la emoción que sentía Edmundo Tostado al aproximarse al encuentro con la persona que iba a modificar su destino.
Su vida, como hijo único de una humilde pareja, huérfano de padre desde muy chamaco, había experimentado una sucesión de cambios tan favorables en los últimos años, que cualquiera de sus antiguos cuates, no hubiera sido capaz de reconocerlo, pues mientras ellos seguían siendo mitad San Cosme y mitad Hecali, él ya era completamente Palacio.
Aceleró su Corvette anaranjado pues no se podía dar el lujo de llegar tarde a su ansiada cita, y preparó el billete de doscientos por si lo llegaban a detener por exceso de velocidad.
Desde el afortunado día en que se sacó el Melate, y compró la cantina de la cual había sido cliente asiduo, su economía se había elevado de una manera impresionante.
Además había tomado la gran decisión de sacudirse del fantasma del alcoholismo; pero no lo había hecho asistiendo a sesiones en locales de barriada, sino ingresando al exclusivo club Marítima, en donde había conocido personas de su misma nueva posición; y que le daban la certeza de que su verdadero mundo era ése, y no el de su gris juventud en Tlatelolco.
Ahora era dueño de la casa que habitaba con su esposa y sus dos hijitos; ya no tenía una sola cantina sino cinco, y además, la teoría que siempre había sustentado de que, "un hombre no puede considerarse exitoso si no tiene una querida viviendo en un departamento propio", la acababa de comprobar adquiriendo una casita en Cuernavaca para sus citas con la bella Selene.
Y era precisamente en esa ciudad donde estaba a punto de entrevistarse con Calisto Piñeiro, a quien sus seguidores llamaban "El Maese Maravilla"
Cuando estuvo frente a él, su personalidad lo impactó profundamente. Era un hombre muy blanco y delgado, de una edad indefinida, con el cabello negrísimo y evidentes cirugías en nariz y barbilla que lo hacían parecerse a Michael Jackson, y con una particularidad única: tenía un ojo verde y el otro azul.
Maese Maravilla le hizo muchas preguntas respecto a su pasado, a sus negocios, a su familia, a sus creencias, aficiones y sueños. Edmundo contestó con toda la sinceridad y el respeto que esa persona le inspiraba. El rarísimo personaje se le quedó viendo con sus desconcertantes ojos bicolores, y después de hacer una pausa de ocho segundos y medio, mientras lo tomaba de las manos, le hizo la siguiente revelación: "Edmundo Tostado, eres uno de los nuestros".
Después de ese encuentro, vinieron algunos más; y aunque eran muchos los que asistían a entrevistarse con el Maese Maravilla, siempre los recibía de uno en uno después de citarlos mediante el celular que les había proporcionado exclusivamente para ese fin.
Edmundo se sentía feliz al sentirse parte de un grupo muy selecto, pero tenía estrictamente prohibido platicarlo con profanos; ni su familia debía enterarse de que él era uno de los "Detectados" del Maese, quien le anunció que en poco tiempo le iba a hacer la "Gran Revelación de la Nueva Vida"
Semanas después, durante la única sesión que llevó a cabo a puerta cerrada con todos los "Detectados", en un apartado rancho propiedad de uno de ellos, Maese Maravilla les reveló lo siguiente:
"Durante una expedición desesperada llevada a cabo en lo que para ustedes fueron los años treinta, la nave en la que veníamos sufrió una avería, y tuvo que hacer una escala forzosa en Caronte, satélite de Plutón. Veníamos huyendo de la destrucción de nuestro planeta llamado Ñik-Ñik, del Sistema Solar UPSILON ANDROMEDAE.”
“Las guerras, la destrucción del medio ambiente, la contaminación y la pérdida de todos los valores ñik-ñikianos, hicieron imposible la vida ahí. Desde Caronte vinimos a la tierra para buscar establecernos aquí, pero la atmósfera de este planeta provocó en todos los expedicionarios un estado permanente de amnesia, y la misión abortó. “
“Yo, como era el único niño de la nave, y en nuestro planeta los niños son casi invulnerables, no fui afectado por la amnesia. Todos los miembros de aquella misión se integraron a la sociedad humana, y tuvieron descendientes.”
“Y son ustedes, queridos hermanos, los descendientes de aquellos valientes ñik-ñikianos que no tienen la menor idea de todo esto, y algunos incluso ya murieron sin recibir los honores que merecían."
Al decir estas últimas palabras, Maese Maravilla tuvo un estremecimiento, y de sus ojos, cuyos colores ahora estaban invertidos, brotaron algunas emocionadas lágrimas. Después de limpiarse los ojos con su acostumbrado pañuelo negro con ribetes morados, prosiguió con la revelación:
"Debo decirles también, que actualmente mantengo comunicación telepática con nuestros hermanos que aún continúan en Caronte. Este tipo de comunicación es la que comenzamos a usar en nuestro planeta, cuando lo que ustedes conocen como Internet, se volvió obsoleta.”
“Por medio de ella, sé que el planeta Tierra va a sufrir un colapso a partir del nuevo milenio, y toda la raza humana va a perecer irremediablemente.”
“Por eso he invertido todo mi tiempo y mis recursos en detectarlos, porque yo los voy a salvar a ustedes, y solamente a ustedes de morir aquí, y los voy a llevar a Ñik-Ñik a una nueva vida, pues las condiciones actuales ya lo permiten.”
“Esperen mis instrucciones, y no comenten nada pues todas las personas ajenas a nosotros, se pueden volver enemigos potenciales de nuestra supervivencia".
Durante el regreso a casa, ante la imposibilidad de intercambiar puntos de vista con sus compañeros, pues también eso les tenían prohibido, Edmundo no pudo evitar sentirse triste al ver a toda la gente que se cruzaba en su camino, pues sabía que todos ellos iban a morir.
Su tristeza se acrecentó al pensar en su madre, en su esposa e hijos, la bella Selene y sus amigos. Le desesperaba la idea de que el mundo se iba a acabar sin que se aclarara la muerte de Colosio, sin que se supiera el paradero de Muñoz Rocha, y que se iba a quedar con la morbosa curiosidad de ver cómo Vicente Fox gobernaba la República.
Sin embargo le alentaba la esperanza de que las mujeres de Ñik-Ñik fueran más sumisas y cariñosas que las terrícolas.
Conforme se acercaba el fin de año, sus reuniones con el Maese Maravilla se fueron haciendo más frecuentes, y las instrucciones que el impresionante ñik-ñikiano le daba, eran cada vez más escuetas.
A principios de diciembre de 1999, le ordenó que convirtiera todas sus propiedades en dinero, y lo depositara en una cuenta. En todas las ventas que realizó de sus cantinas, casas y coches, acordó con los nuevos propietarios que sólo podrían tomar posesión de lo adquirido hasta el primero de enero del año 2000.
El dinero que se lograra reunir, serviría para que algunos hermanos voluntarios tuvieran recursos suficientes para labores de salvamento de los que todavía no habían sido detectados, pues pensaban mandar una misión especial durante el caos mundial, que iba a durar todo el año 2000.
La última comunicación con el Maese, la tuvo el 25 de diciembre, y las instrucciones fueron muy concretas: Tenía que dirigirse el 31 de diciembre, a más tardar a las once de la noche a un lugar conocido como "El Pico del Águila", en el cerro del Ajusco; ya que en ese lugar se iba a efectuar la desintegración de todos ellos mediante una intensa luz proveniente del planeta Ñik-Ñik, para después reintegrarlos en su nuevo hogar. Obviamente, tenía que llegar completamente solo, y nadie, ni siquiera mamá, debía saberlo.
Como a Edmundo no se le ocurrió otra cosa, avisó en su casa, y a la inconsolable Selene que no iba a poder pasar el fin de año con ellos, pues una de sus cantinas había sido contratada por unos empresarios coreanos para recibir el nuevo milenio, y él tenía que estar presente.
A las ocho de la noche, tomó un taxi y se dirigió al Ajusco. La euforia de la gente por la llegada del nuevo milenio se había apoderado de las calles, y el tráfico estaba pesadísimo. Cuando llegó a las faldas del cerro, ya eran las nueve y cuarto.
Al bajar del coche, notó que habían unos discretos señalamientos que decían "A ÑIK-ÑIK". Subió penosamente siguiendo las flechas, y después de un rato, encontró a unas amables personas vestidas de morado que le señalaron un lugar aún más elevado, y le pidieron que se desnudara completamente, pues si lo desintegraban vestido, podría tener serios problemas cuando lo volvieran a integrar.
Procedió a desnudarse y dejó su ropa junto con toda la de los demás compañeros que ya estaban arriba.
Le fue más difícil subir el tramo que le faltaba en esas condiciones, por lo que cuando llegó ya sólo faltaban siete minutos para las doce, según un reloj digital que se encontraba colocado a un lado del grupo de veintitantos encuerados, quienes sentados en posición de loto y con los ojos cerrados formaban una línea irregular.
Al pasar junto a ellos, para acomodarse en el último lugar disponible, tuvo tiempo de observarlos brevemente a cada uno, y le pareció muy raro no ver entre ellos a Jaime Maussán.
La inconfundible voz del Maese Maravilla se escuchaba por unas bocinas, conminándolos a la concentración y a la serenidad, pues el gran momento se acercaba. Edmundo, por más esfuerzos que hacía, no se podía concentrar pues el reloj indicaba que faltaba un minuto para las doce.
Cerró los ojos y empezó a contar mentalmente sesenta segundos de manera regresiva; cuando en su mente llegó al cero, contuvo la respiración esperando la gran luz desintegradora.
De pronto, se escucharon fuertes estruendos acompañados de luces que cruzaban el cielo. Algunos de los detectados abrieron los ojos pensando que el proceso de desintegración empezaba, pero se dieron cuenta de que eran luces de bengala y cohetones con los que los humanos celebraban tan importante acontecimiento.
Cuando Edmundo se atrevió a abrir los ojos, el reloj marcaba las doce y cinco y algunos de los contactados ya se habían puesto de pie. Alguien preguntaba si no habría habido una confusión por los cambios de horario, pero otro le respondía que el Maese Maravilla había tomado en cuenta todo eso para sus cálculos.
A las doce y cuarto todo aquello era un desorden, pues mientras unos trataban de convencer a los demás de esperar hasta la una, otros empezaban a bajar por su ropa pues no aguantaban el frío.
Uno de los últimos en bajar por su ropa, fue Edmundo. Ya eran casi las dos de la mañana, y tuvo que vestirse con lo único que encontró, que consistía en unos mallones negros que le quedaron ajustadísimos, y un suéter color mamey con una mariposa en el centro bordada con lentejuela, chaquira y canutillo.
Vestido de esa manera empezó a bajar del cerro, y en el camino cuesta abajo, encontró unos zapatos, que aunque no hacían par, por lo menos le permitieron caminar con menos dificultad.
Así llegó a las primeras calles cercanas al cerro. Se acercó tímidamente a una fogata donde unos teporochos se resguardaban del intenso frío. Al verlo llegar, seguramente contagiados por un sentimiento de hermandad propio de esas fechas le ofrecieron una extraña combinación de aguardiente León con Jarrito de tamarindo.
No sabiendo a dónde dirigirse, se sentó junto a la fogata a beber con sus nuevos amigos. Y mientras escucha las pláticas de los borrachines, quienes aseguran haber sido alguna vez exitosos empresarios, caídos en el vicio por desgracias de la vida, alcanza a leer en un periódico bajo el que está durmiendo uno de los teporochos, que según el Real Observatorio de Greenwich, el nuevo milenio comenzará oficialmente hasta el primero de enero del año 2001.
Y mientras su cerebro empieza a resentir el efecto del aguardiente, alcanza a escuchar la música de alguna fiesta cercana, donde se oye una vieja canción que se ha vuelto a poner de moda, a partir de una ligera variante: "Yo no olvido al siglo viejo, porque me ha dejao cosas muy buenas".

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