UNO DE MIS CUADROS

UNO DE MIS CUADROS
LA ALDEA Acrílico sobre tela. 30.5 x 40.5

viernes, 26 de noviembre de 2010

EL BELLO MONSTRUO OAXAQUEÑO

Apareció de pronto...
No nació por la unión de macho y hembra; ni llegó en una nave espacial; no fue ningún experimento de clonación de ninguna nación avanzada en estudios de la genética; tampoco fue la pesadilla de algún niño mal portado; ni fue la visión de ningún borracho con Delirium Tremens, ni de ningún drogadicto perdido.
Simplemente apareció de pronto.
Y apareció tan de pronto, que él mismo no sabía quién era; ni cómo moverse entre la vegetación, pues era notoria la dificultad con la que empezó a desplazarse, como aprendiendo a caminar con sus dos patas de catorce dedos.
Algo en su pequeña cabeza le decía que él era un ser diferente. Cuando empezó a dominar su aparato locomotor, hecho que ocurrió como a las dos horas y media de haber aparecido, empezó a buscar instintivamente algún otro ser vivo con el cual entablar algún tipo de comunicación.
Un conejo pasó brincando cerca de él y se detuvo a cierta distancia sin advertir su presencia; el extraño ser lo observó detenidamente tratando de encontrar alguna semejanza con él, pero en lugar de las dos grandes orejas, él tenia seis cuernos de diferentes tamaños; en lugar del fino pelo, él tenia la piel muy lisa y dura en algunas partes, y en otras, escamas triangulares; en lugar de la armoniosa y curvilínea figura del conejo, la de él era angulosa y desgarbada. En lo único que encontró similitud con el conejo, fue en la estatura y en el color grisáceo.
Un movimiento involuntario de sus cuatro pequeñas alas. debido tal vez a la emoción que experimentó al suponer al conejo un pariente lejano, llamó la atención de éste, quien al verlo huyó despavorido.
Siguió caminando, y en cada animal que veía, buscaba elementos que lo hicieran descubrir su especie; pero ni los perros, ni los coyotes, las ranas, las aves, los insectos, ni ningún animal de los que vio durante su recorrido, le aclaró nada respecto a las tres preguntas que habían aparecido en su mente en el siguiente orden: ¿Quién soy? ¿De dónde vengo? y ¿Qué demonios estoy haciendo aquí?
Sintió hambre, y por instinto empezó a chupetear con su larguísima lengua retráctil todo lo que encontraba a su paso, pero lo único que le pareció comestible fue la madera de un tipo de árbol que abundaba en ese lugar.
Un pedazo de letrero que encontró en su camino, hizo el papel de postre; y al comerlo, se dio cuenta de que la combinación de madera con pintura iba a ser, a partir de ese momento, su platillo favorito. Buscó mas pedazos de letrero, pero ya no había.
Algo en su interior le hizo voltear hacia el pueblo más cercano; y sin más, comenzó a caminar hacia allá.
Como la forma de su cuerpo y su cola ramificada le impedían caminar con velocidad, intentó usar sus alas, pero eran éstas tan pequeñas, que su vuelo se reducía a simples saltos como de tres metros, parecidos a los de las gallinas, con la diferencia de que las gallinas cuando intentan volar, lo único que consiguen es lesionarse severamente.
Y así, entre saltos y pesados pasos, llegó a la entrada del pueblo cuando empezaba a anochecer. Todavía alcanzó a devorar un letrero que estaba colocado en la entrada y que decía: 'SAN MARTIN TILCAJETE".
El instinto y su agudo olfato lo guiaban, y era tan fuerte su motivación que parecía conocer perfectamente el pueblo, y saber hacia dónde se dirigía.
En el camino se cruzó con algunos lugareños. y fue cuando notó que tenia un pequeño problema, y es que ante la presencia humana, se quedaba inmóvil contra su voluntad; y por más esfuerzos que hacía, no conseguía moverse. Afortunadamente la oscuridad reinante y su color gris lo salvaron de ser descubierto.
Por fin, después de muchas interrupciones en su camino, llegó al lugar que su instinto le dictaba; el olor a madera y pintura en ese lugar, le dijeron que entrara, y así lo hizo.
Al acostumbrarse a la oscuridad, comenzó a descubrir que lo que más había ahí, era precisamente madera pintada. No pudo llorar de emoción como hubiera deseado, pues carecía de glándulas lagrimales: por lo que se limitó a mover sus alas, ya que ésa era su manera de demostrar su felicidad.
Después de comer hasta saciarse, comenzó a examinar el lugar; y en un cuarto contiguo, sobre una gran mesa, descubrió algo que lo emocionó más aún:
Formados con el frente hacia la puerta, quince bellísimas figuras de animales tan o más extraños que él, pero decorados de manera alucinante con las combinaciones de colores más insospechadas. El aleteo producido por la emoción fue tan fuerte y prolongado, que se despegó del suelo y flotó durante algunos segundos.
Tantas emociones para su primer día de aparición, lo hicieron sentirse cansado, por lo que se fue a acurrucar sobre un montón de aserrín que estaba en un rincón. Allí pasó su primera noche.
A la mañana siguiente, un ruido lo despertó; era que don Alejandro Lebrija, un anciano artesano a quien sus conocidos y clientes conocían como "Don Ale", abría las puertas de su taller.
El cada vez menos extraño ser quiso esconderse de la mirada del anciano, pero no pudo moverse más que un milímetro y medio. La luz de la mañana oaxaqueña penetró en el taller, iluminando de lleno el rincón donde se encontraba la grisácea criatura.
Al verlo, el anciano se sorprendió muchísimo, pues generalmente en ese rincón depositaba las piezas inservibles; y ésta se veía bastante bien. Lo levantó, se puso los lentes y lo llevó a una mesa pequeña que estaba llena de botes de pintura. Ahí lo estuvo observando largo rato tratando de recordar cuándo lo había terminado, y porqué razón no lo había decorado.
Cuando se dio cuenta de que no iba a recordar nada, pues esto le ocurría frecuentemente, procedió a darle una capa de pintura acrílica color azul eléctrico, y lo dejó secando.
Mientras secaba la pintura, don Ale se ocupó de otras figuras que estaban en proceso; y cada vez que salía de ese cuarto, el ahora azul ser se revolcaba en la mesa tratando de desprenderse de la pintura, y volvía a quedar inmóvil cuando regresaba el anciano artista. Don Ale volvió a tomarlo entre sus temblorosas manos, y al comprobar que la capa azul estaba perfectamente seca, empezó a decorarlo.
Puntos, rayas, curvas, espirales y más elementos plásticos comenzaron a quedar plasmados en el cuerpo del ser. Cada una de sus setenta escamas quedaron decoradas de manera alternada, con ocho colores diferentes. Don Ale manejaba febrilmente los pinceles, y al hacerlo de sus ojillos rodaban sendas lágrimas.
Probablemente esto se debía a que algunos viejos pierden el control sobre sus glándulas, aunque hay quien afirma que el viejo artesano estaba muy emocionado por estar terminando la mejor obra de su vida, y le dolía profundamente no recordar todo el proceso.
Cuando creyó haber terminado de decorarlo; pues en este tipo de obras uno nunca esta seguro de haber terminado, lo colocó junto a los quince alebrijes de la mesa grande, y notó que éste destacaba entre todos por la perfección de sus formas, más que por su decorado.
La contemplación de las dieciséis figuras fue interrumpida por la llegada de un grueso sujeto llamado Hanz Wtrzburghelmshaven Von Húnsbrúckwaldensteinberg, a quien don Ale le había prometido precisamente para ese día, la entrega de la mayor cantidad de alebrijes posibles; pues iban a ser expuestos en la embajada de México en Alemania.
El alemán miró complacido el grupo de alebrijes, en especial el recién terminado, pero don Ale se apresuró a separarlo del grupo argumentando que ése ya estaba vendido.
Ni las súplicas, ni las amenazas, ni los ademanes hitlerianos, ni los ofrecimientos de dinero del alemán, lograron convencer al viejo de deshacerse del alebrije azul. El señor Hanz se retiró muy disgustado por la negativa y ya no quiso llevarse ninguno; aunque esto a don Ale pareció no importarle...
Hace dos años murió don Ale, y el taller de alebrijes quedó en manos de su hijo Wilbur y de los dos hijos de éste, Procopio y Estanislao, quienes heredaron el arte magnífico de la elaboración de sueños. El alebrije azul continúa siendo la principal atracción del taller, y su fama ha traspasado fronteras.
El taller es muy próspero por eso, y además por que a los niños del lugar les ha dado por afirmar que, a través de la ventana del taller, por las noches, han visto no sólo al alebrije azul, sino a todos los alebrijes terminados, moverse, caminar, pegar pequeñas carreras; e incluso aseguran que emiten sonidos y graciosas risotadas.
Pero, ¿Quién les va a creer a esos condenados chamacos, tan influenciados por la maldita televisión.?
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