UNO DE MIS CUADROS

UNO DE MIS CUADROS
LA ALDEA Acrílico sobre tela. 30.5 x 40.5

viernes, 26 de noviembre de 2010

UN HOMBRE SIN HACHE

Una mala semana la tiene cualquiera, pero la que Catarino Peluso acababa de vivir, había sido terrible.
Para empezar, el lunes fue a comprar su despensa de la semana, y al llegar a la caja, resultó que los cuatro billetes de cien pesos con los que pretendía pagar, eran falsos, pues el cajero del súper le demostró, lupa en mano, que en el poema de Nezahualcóyotl que está a la derecha de su retrato, estaba escrito “ombre”; así, sin Hache. Lo contundente de la evidencia, lo hizo retirarse apenado, sin despensa y sin dinero, pues se lo recogió la gerente.
El martes por la mañana, se enteró de que su novia Zeferina Zebadúa estaba embarazada, y en la tarde le fue confirmada por ella misma, la sospecha de que él no era el padre de la criatura por nacer, sino Febronio Malpica, su maestro de tahitiano. Esto originó una discusión muy acalorada entre la pareja que provocó que tronaran muy feo, y que ella se fuera de casa.
Al día siguiente, por andar distraído pensando en la traición de su amada, fue atropellado por un bicitaxi; y cuando le fue a reclamar su imprudencia, el conductor le puso una golpiza que hasta le tiró dos dientes y quedó con una costilla hundida.
El jueves tuvo que suplir al chofer de la fábrica en la que trabajaba, y por su falta de experiencia, se impactó contra un coche estacionado y tuvo que comprometerse a pagar los daños de ambos vehículos para no ir a la cárcel.
El viernes fue despedido y su quincena fue retenida por el patrón pues ya estaba muy endrogado con la empresa.
A pesar de lo mal que se sentía, aceptó la invitación de uno de los mejores amigos que había cosechado en la fábrica, de ir a tomarse unas copas a manera de despedida en la cantina de costumbre. Con sorpresa y confusión tuvo que soportar las proposiciones de su amigo, quien le confesó ser gay y haber estado enamorado de él desde el primer día que los presentaron.
Ya ni siquiera entró al baño como se lo exigía su organismo y salió abruptamente de la cantina. Más tarde fue levantado por una patrulla por estarse orinando en la calle, y como no tenía ni un quinto para sobornar a los representantes de la ley, fue conducido a la delegación. Ahí pasó toda la noche.
El sábado llegó a su vivienda y se encontró con la novedad de que ya le habían cortado la luz y el teléfono; y Doña Praxedis Hamilton, la portera, le informó que habían entrado durante su ausencia Zeferina y Febronio, quienes se llevaron la tele, la video, el reproductor de Cd’s y una plancha nuevecita.
A pesar de ser solamente la portera de una vecindad que se estaba cayendo de vieja, “Oñaprax”, que así es como la llamaban todos los vecinos, era una mujer optimista y generosa y así se lo demostró a Catarino con sus palabras de aliento.
-No te preocupes Catito Peluso, al fin que como ya no tienes luz, no te van a hacer falta los trebejos que se llevaron. Ni los vas a extrañar, vas a ver. Además, si te hace mucha falta ver la tele, pos puedes ir a mi casa, nomás cierras los ojos pa que no veas el tiradero que tengo. Por la planchada, ya sabes que mi hija Lilibeth plancha bien bonito y tú siempre le has caído muy bien; y por la música no te apures, si le subo a todo volumen a mi aparato, lo vas a oír muy bien desde tu recámara.
Catarino agradeció las palabras de “Oñaprax” y se metió rápidamente a su vivienda, pues el perro de la portera empezaba a dar señales de querer orinar y se le quedaba viendo con esa mirada que tienen los perros cuando confunden a una persona en desgracia, con un árbol.
Al quedarse solo, le dieron ganas de llorar; pero se acordó de las palabras de su abuelo cuando le decía: -Un machito no debe llorar nunca por una vieja; ni siquiera cuando nadie lo ve.- Por eso se limitó a emitir profundos suspiros y a recordar todo lo que había vivido esa semana.
Ya más resignado, al tratar de acomodar el desorden que le dejó Zeferina y su nuevo amor, encontró en el piso, cerca de la ventana, un avioncito de papel de estraza. Él sabía que esa la forma de comunicarse de su compadre Wilebaldo Goytortúa cuando no le podía hablar por teléfono. Desdobló con todo cuidado el avión presintiendo alguna desgracia de su compadre, pues a esas alturas esperaba lo peor de todo.
Leyó el recado escrito en el avión y se sintió un poco mejor, pues “El Wile” lo estaba invitando de esa manera a una de esas fiestas que comienzan el sábado en la tardecita y terminan la madrugada del lunes.
La invitación lo hubiera alegrado muchísimo si no fuera por lo sacado de onda que estaba, pero sin dinero para moverse, sin su querida Zeferina y sin trabajo, la depresión amenazaba con estrangularlo.
Cuando vio que la tarde empezaba a caer y la luz que entraba por la ventana cada vez era menor, empezó a sentir pavor de quedarse esa noche ahí metido en la oscuridad, ya que no tenía dinero ni para comprar velas. Las primeras sombras que entraron por todos lados, le dijeron al oído que una depresión a oscuras y en silencio es muy peligrosa.
Lo de menos hubiera sido “colgarse” de la instalación de algún vecino con o sin su consentimiento, pero con lo salado que estaba en ese momento, y su falta de experiencia en todo lo eléctrico, seguramente iba a terminar electrocutado.
Respiró profundamente y tomó la decisión de ir a la casa de su compadre; al fin que allá se podría quedar todo el fin de semana y ya el lunes se regresaría para poner en orden sus ideas.
El primer problema era el medio de transporte, pues como las dos veces que había ido a casa de su compadre, lo habían llevado en coche, no tenía la menor idea de cómo llegar en camión. Además estaba tan lejos que era necesario tomar dos peseras, un chimeco, y luego caminar como dos kilómetros de terracería.
Luego de pensarlo un rato, decidió tomar un taxi que lo llevara, y cuando tuviera que pagar la dejada, echarse a correr; al fin que por lo peligroso de la colonia, ningún taxista se atrevería a perseguirlo. Además, sentía ganas de desquitarse con alguien de todo lo que había sufrido en la semana.
Mientras cerraba con varios candados su vivienda para que no se volvieran a meter los rateros a terminar de llevarse lo que les faltaba, pensó que tendría que caminar hasta el eje para tomar el taxi, pues casi ninguno entraba hasta su calle, pero al salir de la vecindad, en el mero portón estaba estacionado uno, y el chofer al verlo venir le dirigió la única pregunta posible: -¿Adónde lo llevo, jefe?
-Este,... voy aquí a Paseos de San Wenceslao... ¿Sabe cómo llegar?
-Uuuuuy, jefe, claro que sé, conozco bien ese rumbo; si yo soy de la colonia que queda pegadita... -
Catarino subió al taxi, el cual arrancó de inmediato; y todavía no se acomodaba para tan largo viaje, cuando el taxista empezó a cantar:
-Si lo que quieres de mí, es que te lleve a algún lado, me da gusto pues así, yo me siento realizado.
Catarino le iba a decir que no manejara muy rápido porque se sentía muy nervioso, pero antes de que abriera la boca, el taxista se aventó la segunda estrofa:
-Todo depende de ti, que vaya rápido o lento; tus órdenes para mí, me hacen sentir muy contento.
-¿Tú inventaste esa canción?- Preguntó Catarino asombrado por el extraño proceder del taxista.
-Sí patrón; con esa cancioncita les doy la bienvenida, y luego les canto las que me vayan pidiendo. Me sé todas las canciones que usted me pida, y le puedo decir quién es el autor y quién la canta por si quieren comprar el disco. Ahora que si les gusta mi forma de cantarlas, tengo varios casettes grabados y los doy baratos.
-¿Y me vas a cobrar por cantar?- Preguntó Catarino preocupado por tener que correr por una cantidad mayor a la de la simple dejada.
-No, patrón, cómo va usted a creer. Mire, según mis cálculos, debido a la distancia y el tráfico, le voy a cantar como treinta canciones, y todas son cortesía de la casa, todo por puro placer.
-A mí también me gusta cantar, - interrumpió Catarino, -y sé hacer segundas voces, pero lo dejé por la paz, porque Zeferina, mi ex, me tenía prohibido que le siguiera en la cantada ya que según ella, todas las viejas se me quedaban viendo y se ponía celosa”.
-A ver patrón, vamos a echarnos una a dos voces.
Catarino y el taxista comenzaron a cantar a todo pulmón “Cruz de olvido”, y sus voces se acoplaban tan bien que cuando los agarró un alto, escucharon fuertes aplausos de los tripulantes de otros coches, de un agente de tránsito, de los franeleros, de un tragafuego y de varios vendedores ambulantes.
- Si usted quiere, patrón, en la cajuela traigo mi guitarra y unas maracas... si es que no tiene usted mucha prisa...- le dijo emocionado el taxista al también emocionado Catarino.
Se orillaron para que el taxista sacara los instrumentos, y recargados en el taxi cantaron “Caminos de Guanajuato”, “Luz de luna” y “La mujer ladina”; y les salieron tan bien armonizadas, que parecía como si las tuvieran bien ensayadas. El taxista pulsaba la guitarra con maestría y Catarino llevaba el ritmo exacto con las maracas. Cuando se dieron cuenta, ya tenían un grupo de transeúntes escuchándolos a su alrededor.
Agradecieron la atención del público e intentaron retirarse, pero tuvieron que cantar una más porque la gente se los exigió. Después de interpretar “El andariego”, subieron al taxi mientras la gente les aplaudía emocionada, y algunos ya preparaban alguna moneda creyendo que les iban a pedir su cooperación.
Durante el trayecto que faltaba, siguieron cantando sin descanso y algunas canciones, según su criterio, merecieron la repetición. Poco antes de llegar, Catarino, mientras cantaban por segunda vez “Caminos de Michoacán”, buscó el nombre del taxista en su tarjetón, y leyó extrañado: “Oracio Éctor Inojosa Ernández”.
Esperó a que terminara la canción para preguntarle:
-Oye Oracio, ¿Qué tu nombre y apellidos no se escriben con Hache?
-Deberían escribirse con Hache – respondió el taxista – pero como el cuate que hace los tarjetones es mi amigo, le pedí que me los escribiera así...
-¿Y porqué...?
-Porque la Hache es silencio y yo detesto el silencio, no lo soporto... ¿No te has dado cuenta?
Catarino se quedó pensativo unos instantes, y en ese momento se dio cuenta de que iban entrando al tramo de terracería que estaba antes de la casa de su compadre.
Para ese momento, Catarino ya no se sentía capaz de dejar al buen Oracio sin el dinero que tan a pulso se había ganado. El taxímetro marcaba ciento once pesos y él se sentía obligado a darle eso y un poco más. Por eso le confesó al taxista que no tenía dinero y se aventuró a decirle que su compadre le iba a prestar para pagarle.
Cerraron el taxi y caminaron hasta la casa. En el jardín estaban reunidas muchas personas y su compadre al verlo acompañado por un guitarrista y con unas maracas en la mano, gritó emocionado:
-¡Ya sabía que mi compadre Catito no me iba a fallar, y hasta me leyó el pensamiento y trajo la música!...¡Ajua!...-
Antes de que pudieran reaccionar y explicarse, los comensales que ya tenían algunas copas de ventaja, y estaban esperando a los músicos que tanto les había anunciado Wilebaldo, empezaron a pedirles canciones. Oracio miraba fijamente a cada uno de los solicitantes como memorizando sus peticiones, y llevándose la guitarra al pecho, arrancó con la primera. Catarino al ver que el taxista no ponía objeción en cantar, le empezó a hacer segunda con una vehemencia mayor que cuando cantaban solos, pues ahora tenían muchísimo público.
Les pidieron todo tipo de canciones y todas se las supieron. En las piezas muy rítmicas, hasta ejecutaron algunas coreografías que fueron muy del agrado del respetable.
La gente mayor, pidió canciones de Gonzalo Curiel, de Agustín Lara, de Álvaro Carrillo, de Manzanero y de María Greever; los maduros solicitaron las de José José, Napoleón, Emanuel , Juan Gabriel y Lupita D’Alessio. Los más jóvenes exigieron oír de Luis Miguel, de Elefante, de Maná y del Tri.
No faltó la parejita que solicitó canciones de Arjona, pero desistieron al sentir la mirada de odio de todos los comensales; y a partir de ese momento, se les dejó de servir bebida por considerar que ya estaban desvariando.
Cantaron rancheras, corridos, tangos, tropicales, boleros, todas las de José Alfredo, de Chava Flores y hasta algunas de Cri-Cri.
Y así, la música siguió y siguió toda la noche.
Hasta que amaneció.
Con gran éxito para el improvisado dueto, y con un agradecimiento del compadre Wilebaldo, que había contratado un trío, y estuvo a punto de quedar mal con los invitados porque le habían cancelado a la mera hora.
Cuando el taxista pidió permiso de retirarse, Wilebaldo le dio todo el dinero que pensaba gastar en el trío que le quedó mal, y que superaba por mucho la cantidad que se le debía por la dejada.
Catarino estaba dormido en una hamaca del jardín y Oracio se acercó a él y tratando de no despertarlo, le metió en la bolsa el dinero que le acababan de dar. Al poner en marcha su taxi, el ruido del motor hizo despertar a Catarino, quien al ver que el coche se alejaba, preguntó desesperado a Wilebaldo si le había dejado una tarjeta o había apuntado su número de taxi o sus placas, pero nada. Corrió detrás del taxi, gritando el nombre de su compañero, pero parecía que a Oracio le urgía alejarse.
Regresó jadeante con su compadre, quien le presentó a uno de los asistentes a la velada que había estado esperando pacientemente a que despertara para hablar con él. Era el dueño de varios salones de fiestas que estaba interesado en contratarlo para formar parte de un trío, pues tenía mucho tiempo buscando a alguien que tuviera su voz y que supiera hacer las segundas voces que a él le oyó.
Hablaron de dinero y hasta le dio un buen adelanto para que ya no se comprometiera con nadie más, pues se dio cuenta de que varias personas estaban interesadas en sus servicios.
Catarino regresó el lunes a su casa. Ya tiene para pagar la luz, el teléfono y hasta los seis meses de renta que debe. Ya tiene el trabajo que siempre soñó, que además le va a permitir hacerse nuevamente de sus cositas y mejorar en mucho sus condiciones.
Ya se está dando cuenta de que la vida sin Zeferina va a ser mejor que con ella. Ya está enterado de que no le es indiferente a la bella Lilibeth, la hacendosa hija de la portera.
Ahora lo que tiene que hacer, es buscar y encontrar al taxista cantador; aunque él sabe que hay personas que sólo se nos presentan una vez en la vida.

Si es que de verdad se nos presentan alguna vez.

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