UNO DE MIS CUADROS

UNO DE MIS CUADROS
LA ALDEA Acrílico sobre tela. 30.5 x 40.5

viernes, 26 de noviembre de 2010

UN EXTRATERRESTRE DE LA CALLE

Saturnino Luna estaba emocionado; se le notaba a simple vista cuando subía cargando una enorme mochila negra, por las escaleras del viejo edificio de departamentos en el que vivía. Llegó hasta la azotea, depositó con todo cuidado la mochila en el suelo, y con manos temblorosas comenzó a extraer su contenido.
Había tenido que vender los cuarenta y tantos discos compactos que tenía, su teléfono inalámbrico, su bola de boliche, su horno de microondas, y su colección de películas de Steven Spielberg, para poder comprar esto que tanta falta le hacía para ingresar a una asociación civil llamada Vigías de lo Ignoto.
Se trataba de un club de aficionados a los fenómenos extraterrestres, cuya principal actividad consistía en observar el cielo para obtener evidencias de la existencia de los Ovnis; por eso el sacrificio que acababa de hacer con sus escasas pertenencias; aunque le había afectado bastante en su estado de ánimo, se veía recompensado con su nueva adquisición.
Ahora tenía su cámara de video; de medio uso, pero perfectamente equipada para cumplir sus sueños de infancia: filmar un Ovni.
Él estaba cansado de ver tantos malos videos que no mostraban nada; donde la imagen más frecuente, era una pantalla negra con una pequeña luz moviéndose para todos lados, que lo único que lograba era marear al espectador, y que no dejaba clara la existencia de nada.
Además, Saturnino estaba seguro de la existencia de los seres extraterrestres, pues afirmaba que su amada esposa había sido secuestrada años antes por una extraña nave durante dos meses, y se la había regresado embarazada del ahora hijo de ambos, que por alguna inexplicable razón, tenía un extraordinario parecido con el carnicero del mercado del barrio, quien también afirmaba haber sido secuestrado por aquel tiempo.
Durante las últimas semanas, muchas personas aseguraban haber visto extrañas luces volando por el cielo del centro de la ciudad, justamente donde él se encontraba instalando su cámara sobre el tripié.
Después de conectarla, se empezó a sentir algo desilusionado pues con lo nublado de la noche, ni siquiera se podían ver las estrellas. Las ganas de estrenar su cámara lo impulsaron a enfocar las nubes para probar sus funciones, y después de localizar una pequeña nube separada de las demás oprimió el botón de grabación.
La nubecita empezó a llamar su atención, pues tenía una forma ovalada casi perfecta y se movía en dirección contraria a todas las demás. La emoción se apoderó de él cuando la extraña nube se comenzó a dirigir a la azotea de un hotel muy cercano al lugar donde él estaba.
Debido a la cercanía y al zoom de la cámara, comenzó a notar que dentro de la nube había algo metálico que despedía tenues luces moradas. De pronto, del objeto dentro de la nube salió una especie de brazo mecánico que arrancó sin esfuerzo la antena parabólica del hotel, y la introdujo en lo que ahora no le quedaba ninguna duda, que era una nave extraterrestre.
Paralizado por lo que estaba viendo y filmando, notó que la nave-nube volvía a moverse, y ahora venía directamente hacia donde él estaba. Cuando se detuvo, exactamente arriba de él, pudo calcular que el objeto medía unos quince metros de largo.
De nuevo salió el brazo mecánico, intentando arrancar un tendedero con toda la ropa que de él pendía. Daba la impresión de que los ocupantes de la nave estaban recopilando objetos terrestres para su estudio.
Debido al diseño del brazo, y a sus torpes movimientos, no lograba apoderarse de la ropa, por lo que el brazo se contrajo, y en su lugar apareció una escalerilla de la cual descendió un pequeño, delgadísimo y cabezón sujeto que comenzó a apoderarse de las prendas del tendedero.
Al intentar desprender unos pantalones de mezclilla que estaban fuertemente asegurados, el pequeño ser dio un jalón tan fuerte, que perdió el equilibrio y cayó de la escalerilla, golpeó contra la orilla del edificio, y se perdió de vista.
Saturnino corrió hacia las escaleras llevándose una pequeña cámara fotográfica. Él sabía que el único lugar donde podía haber caído el extraterrestre, era el terreno baldío contiguo al edificio.
Bajó las escaleras con toda la velocidad que le permitieron sus piernas, los seis pisos que le separaban de la calle; llegó al terreno, y después de echar una rápida ojeada, se detuvo paralizado por una mezcla de emoción y terror, pues el pequeño cabezón estaba frente a él, sin que se le notara ningún daño por la caída.
A pesar de la poca luz, pudo verlo a plenitud, pues lo tenía a dos metros de distancia. Quiso usar la cámara pero no se pudo mover. Solamente lo pudo observar durante unos diez segundos, mientras el extraterrestre lo observaba a él.
Medía un poco más de un metro, era negro aterciopelado, demasiado cabezón para su corta estatura, orejón, muy flaquito, y tenía los ojos color rosa mexicano con las pupilas verde limón, y éstos eran tan grandes que ocupaban la mitad superior de su cara, en la cual no se le veía ni nariz ni boca.
Cuando Saturnino se pudo mover, el extraterrestre ya se había ido. Caminó por todos lados buscándolo, le dio varias vueltas a la manzana, pero no lo encontró. Regresó a la azotea del edificio, para descubrir que ya le habían volado la cámara de video con todo y mochila.
El extraterrestre, mientras tanto se había ido a esconder dentro de una coladera que encontró abierta. Al examinar el maloliente lugar, notó que se encontraban varios niños durmiendo. En un rincón descubrió un costal con ropa vieja y sucia, e imitando las características de los niños ahí dormidos, procedió a vestirse como ellos.
Con una sudadera, un pantalón y unos tenis, quedó perfecto. Sólo faltaba cubrir su enorme cabeza. Siguió buscando con que cubrirla, y por fin encontró lo que necesitaba, pues en una caja habían unas máscaras de material plástico. Al probarse una de ellas, comprobó que se amoldaba perfectamente a su cabeza como si fuera una nueva piel. Hasta sus enormes orejas embonaron muy bien.
Ya caracterizado como humano, salió de la coladera sin peligro de ser detectado. Solamente sentía cierta incomodidad, pues como la sudadera le quedaba muy grande, las mangas le colgaban casi hasta el suelo, aunque también esto permitía que sus manos negras de larguísimos dedos terminados en bolita, quedaran cubiertas. Al pasar por una casa, un desagradable ruido llamó su atención; se asomó por la ventana y vio que las personas ahí reunidas estaban viendo un programa de televisión dominical, justo en el momento en que un cantantillo español hacía su show. Al observarlo detenidamente, notó que el sujeto que estaba en la pantalla, tenía las mangas precisamente igual que él, a partir de ese momento, se sintió menos incómodo.
Al caminar por las avenidas transitadas, pudo comprobar que pasaba desapercibido. Así anduvo vagando por las calles toda la noche, siempre buscando en el cielo la nave de sus congéneres.
Ha pasado el tiempo y Saturnino acude todos los días a la delegación, para ver cómo va el asunto del acta que levantó la noche que le robaron su cámara; pero no le hacen mucho caso, pues en su declaración está asentado que el ilícito tiene relación con un extraterrestre. Además, son tantas las denuncias por robo, que las autoridades no tienen la capacidad para resolverlas, y menos aún si el denunciante da indicios de extravío mental como el buen Saturnino Luna; o como el caso del administrador de un hotel, que afirma que le robaron su antena parabólica sin hacer ningún ruido.
Por otra parte, hasta los niños de la calle que viven en las coladeras, han acudido a la delegación a denunciar el robo de algunas pertenencias, y acusan a un niño sordomudo, al que nunca le han visto la cara, pues nunca se quita la máscara que según dicen les robó. Y afirman también que cuando lo han querido agarrar, nadamás se les queda viendo, y éllos se quedan engarrotados durante varios minutos. Pero tampoco se les puede hacer mucho caso a unos pobres chamaquitos, que le entran durísimo al cemento y al thiner.
Las autoridades tienen al respecto la información de que este niño andaba trabajando en la avenida Reforma, como parte de un grupo que hace pirámides humanas en los altos; y que a él por ser el más delgado y bajito de todos, le toca estar hasta arriba, desde donde voltea insistentemente hacia el cielo como buscando algo.
Actualmente, como los niños ya se la tienen sentenciada, este extraño chamaquito, al que por su costumbre de andar siempre enmascarado le apodan el Salinitas, ha optado por alejarse de ellos, y ahora le sirve de compañía a un anciano invidente que canta acompañado por una desafinada guitarra en varios rumbos de la ciudad.
Y por ahí se les puede ver todavía; afuera de los mercados, por algunas calles del centro, al niño con su bote en la mano para recibir las limosnas, siempre volteando hacia el cielo, mientras el cieguito canta la única canción que se sabe:
"Me caí de la nube en que andaba, como a veinte mil metros de altura..."

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