UNO DE MIS CUADROS

UNO DE MIS CUADROS
LA ALDEA Acrílico sobre tela. 30.5 x 40.5

domingo, 2 de mayo de 2010

EL DETECTOR DE VERDADES

Cuando Neto del Real se enteró de lo que decía el anuncio, pensó que se trataba de una broma, pero al comprobar que la revista donde había aparecido, era una publicación seria, empezaron a revolotearle en el cerebro muchas ideas relacionadas con lo que siempre le había obsesionado: La búsqueda de la verdad.
Debido a la ansiedad que le provocó la posibilidad de que tal cosa fuera cierta, no se quiso esperar los tres días que faltaban para que regresara de vacaciones su amigo Frumencio; quien dominaba perfectamente el inglés y le habría podido traducir sin dificultad el texto del anuncio.
Por eso, había tenido que invitar a cenar a una vecina que le caía muy gorda por la fama que tenía de mujer fácil; pero como era secretaria bilingüe, élla era la única en la vecindad que le podría traducir el anuncio de aquella revista gringa que por casualidad, había caído en sus manos.
Ya en su vivienda, con la traducción escrita a mano por la sensual Petra, se fue enterando con mayor detalle, entre gravísimas y abundantes faltas de ortografía, de la maravilla tecnológica que, por un precio ligeramente inaccesible, se ofrecía como una solución a ciertos problemas existenciales.
Se trataba de un aparato telefónico aparentemente normal, pero que tenía integrada una tarjeta especial capaz de descubrir si la persona que llamaba, estaba faltando a la verdad. El texto de la publicidad, explicaba que la voz emite una frecuencia inaudible para el oído humano, y que mientras una frase dicha con sinceridad generaba una frecuencia estable, un planteamiento mentiroso producía imperceptibles temblores en la voz, causando altibajos en esa frecuencia. Para mostrar el nivel de verdad de una llamada, el aparato contaba con una pequeña pantalla, similar a la de una calculadora, que desplegaba números. De tal manera que, si los números se mantenían estables, con una baja denominación, la persona del otro lado de la línea estaba siendo sincera; pero si la cantidad mostraba variaciones importantes, había razón para dudar de la sinceridad de la llamada.
No tuvo ninguna duda para decidir que tendría que adquirir un aparato de esos. Llamó por teléfono a la casa de Frumencio, dejándole un recado de que se comunicara con él cuando regresara, pues como su amigo era ingeniero electrónico, le iba a ser de mucha ayuda para asesorarlo.
Como debía tres meses de renta, y estaba a punto de juntársele el cuarto, había solicitado un préstamo en el Verificentro en el que trabajaba. Con ese dinero y un poco más que le pudieran prestar en el empeño por su televisión, le alcanzaría para su anhelado aparato. A pesar de que le preocupaba enormemente la deuda que tenía con el casero, y de que ésta se iba a prolongar indefinidamente, estaba decidido. Lo de empeñar, y probablemente perder su televisión, no le preocupaba tanto, pues estaba firmemente convencido de que ese aparato era una infame fábrica de mentiras, y que lo mejor que podía hacer, era deshacerse de él.
Al llegar Frumencio, no sólo lo alentó a adquirir el teléfono, sino que le facilitó las cosas, pues como su prima Edelmira estaba a punto de llegar de Los Ángeles, y precisamente en esa ciudad estaba la dirección del anuncio, con una llamada bastó para encargarle a la prima la adquisición. Los días pasaron volando para todos, menos para Neto, ya que los contó uno a uno, incluyendo las horas y los minutos, pues algo en su interior le indicaba que ese teléfono iba a cambiar el curso de su vida.
Cuando por fin tuvieron el aparato en sus manos, Frumencio le pidió a Neto que le permitiera llevárselo a su casa durante el fin de semana, para familiarizarse con las instrucciones, y que el lunes por la noche regresaría para instalárselo. Neto aceptó de pésima gana, pero se reconfortó pensando que si había tenido que esperar treinta años para sumergirse en la verdad, dos días más no importaban.
Ya con el artefacto en su poder, Frumencio procedió a instalarlo en su línea telefónica para probar sus funciones. Sus conocimientos de electrónica le permitieron hacer pasar el sonido de la televisión al sensor de la tarjeta del teléfono en los momentos en que se estaba transmitiendo el noticiero nocturno. Con asombro pudo notar que en casi todos los anuncios, los números en la pantalla mostraban enormes variaciones, mientras que en la música de los mismos, no se presentaba ninguna actividad en la pantalla.
Al cambiar de canal, mientras emitía sus pronósticos un astrólogo vestido de mujer, notó muy poca actividad; esto lo hizo dudar un poco de las cualidades del aparato, pero concluyó que una persona acostumbrada a mentir todos los días, es inmune a ese tipo de análisis. Empezó a quedar convencido de la eficacia del aparato durante un anuncio del gobierno federal, pues los números alcanzaron enormes proporciones; y ya no le quedó ninguna duda, cuando un fiscal especial emitió un informe final afirmando que la muerte de Paulette había sido un lamentable accidente. En ese momento a Frumencio le llegó a dar la impresión de que el teléfono olía a quemado, pero se tranquilizó al recordar que todos los aparatos nuevos huelen así al usarse por primera vez.
Convencido de la maravilla que tenía en su poder, una malévola idea tomó forma en su mente. Le dio varias vueltas al asunto, y por fin se decidió. Desarmó con todo cuidado el teléfono y le extrajo la tarjeta especial, colocando en su lugar un sensor de sonido. De esa forma, cualquier llamada provocaría actividad en la pantalla, y Neto pensaría que el aparato funcionaba correctamente. Ya más adelante, con más calma, encontraría la forma de adaptársela a su teléfono.
El lunes por la noche se presentó en la casa de Neto, le instaló el teléfono, le habló maravillas de él, y hasta le regaló una contestadora automática, para que no se perdiera de ninguna llamada, y se despidió rápidamente argumentando un viaje inesperado esa misma noche.
Neto acompañó a Frumencio a su coche, y antes de regresar a su vivienda, fue a la tienda de la esquina, compró unos cigarros y unas cocas, e hizo una llamada a su casa. Cuando se activó su contestadora, dijo con la mejor dicción que pudo: "Me llamo Juan José Origel y soy muy macho." Colgó inmediatamente y se fue corriendo a su casa; escuchó el mensaje que acababa de dejar y vio que los números aumentaban de una manera impresionante mientras se oía su voz. Por la emoción, ni cuenta se dio de que se le habían olvidado en la tienda las cocas y los cigarros.
A partir de entonces, empezó su pesadilla, pues en cada llamada que recibía, la pantalla digital de su teléfono mostraba lo que para él, eran mentiras de su interlocutor. Así que cuando su novia le decía lo mucho que lo amaba; sus amigos le reiteraban su aprecio; sus compañeros de trabajo le manifestaban su admiración y respeto, y su jefecita le reclamaba tiernamente el no haberla ido a visitar el último domingo, y haberse perdido los chiles rellenos que tanto le gustaban, la frialdad de los números le congelaba el corazón.
La certeza de que todos le mentían, hizo que se alejara de sus seres ya no tan queridos, y que una gran tristeza se apoderara de él, al grado de que empezó a faltar frecuentemente a su trabajo, y a pasarse los días encerrado sin salir mas que para lo estrictamente necesario. Lo que más le lastimaba eran las frecuentes llamadas de su madre, ya que le hacían recordar la vez en que se fue de la casa, al darse cuenta de que ella le había mentido durante años respecto a la existencia de los reyes magos. Sus recuerdos de su lucha contra la mentira, lo hicieron también recordar la ocasión en que estuvo detenido por la golpiza que le propinó a un malvado vecino que gozaba engañando a los niños durante los días de calor; ya que este torvo sujeto ponía a todo volumen un disco de Richard Clayderman, para que los niños pensaran que acababa de llegar el camioncito de los helados.
El único de sus amigos que no le había hablado hasta el momento, era Frumencio, quien se encontraba muy ocupado clonando la tarjeta, pues pensaba hacer un gran negocio produciendo en serie esos maravillosos teléfonos.
Pasaron varias semanas, y una tarde, al regresar Frumencio de uno de sus frecuentes viajes, uno de los mensajes de su contestadora le llamó la atención. Era la voz de Neto, muy débil y apagada con un mensaje muy escueto: "Frumencio... no seas gacho... necesito verte... me siento muy mal.... tú eres el único amigo que me queda... ven cuando puedas." Frumencio notó, mientras escuchaba el mensaje, que en la pantalla digital de su teléfono, provista de la tarjeta original de su amigo, los números permanecían en ceros; siendo esta la única vez que sucedía tal cosa. Fue la primera vez que Frumencio experimentó esas molestas punzadas en el alma, que la gente conoce con el nombre de remordimiento.
Como las punzadas se prolongaron hasta altas horas de la noche, casi no pudo dormir, y sólo pudo conciliar el sueño cuando decidió ir al día siguiente a ver a su amigo, para confesarle su mala acción; y como desagravio, hacerlo socio del negocio de teléfonos.
Al llegar a la vecindad, notó una actividad fuera de lo normal en el zaguán de la misma; pues en ese momento bajaban de una camioneta un reportero acompañado de un camarógrafo. Se abrió paso entre la gente, y llegó hasta la vivienda de Neto en el momento en que un policía se disponía a forzar la cerradura; pues la portera, al ir a cobrar la renta, notó que por debajo de la puerta salía un olor insoportable, acompañado de varias moscas panteoneras.
Y mientras el policía está a punto de abrir la puerta ofreciendo su mejor ángulo a la cámara, la portera le está exigiendo a Petra, la escandalosa vecina de al lado, que tenga un poco de respeto y le baje al volumen a su radio, en el que se escucha la voz de un estupendo cantante ciego: "I just called to say I love you", que según Petra significa: "Sólo llamé para decirte que te amo".

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